Nunca hubiera elegido vivir en una gran ciudad, pero mi trabajo estaba allí. Me encontré añorando una casa en el campo, un jardín y animales domésticos.
Debido a mi forma de vida no podía tener animales, pero disfrutaba mirando a los perros de otras personas retozar en el parque local durante sus salidas diarias. Un día conocí a una señora que me dijo que había obtenido su perro de un refugio para animales que estaba cerca. Cuando me mostré interesada, me explicó cómo llegar hasta allí. Comencé a visitar el refugio con regularidad.
Al principio me fue difícil ir. El lugar estaba atestado y era muy ruidoso; los perros parecían desesperados por recibir atención, y los gatos ensimismados. Me enteré de que los animales que no eran adoptados eran eliminados para dar lugar a los nuevos que iban llegando. Era desgarrador. Sin embargo, me pareció bien seguir yendo. Sentí que con todas sus limitaciones, ese refugio realmente había sido creado para cuidar a los animales, y yo quería tomar parte en ese cuidado.
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