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Nuevas energías

Del número de junio de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando La Ciencia Cristiana se presentó por primera vez en escena, lo que vio la gente fue a un grupo de miembros de una iglesia que actuaban como si el cristianismo estuviera haciendo una práctica e impresionante diferencia en su vida.

Tuvo que haber sido algo bastante sorprendente. Había habido oleadas evangélicas. Pero en su mayor parte, cristianos realmente sinceros asistían a la iglesia, escuchaban sermones, y, ocasionalmente, recibían inspiración. Pero, de repente, he aquí una gente que adoptaba de una manera distinta, y con un efecto notablemente diferente, el mismo cristianismo en el cual otros se habían sumergido. El efecto incluía la curación cristiana y aparentemente se parecía al cristianismo descrito en el Nuevo Testamento.

Quienes se hicieron Científicos Cristianos al final del siglo diecinueve y en los comienzos del siglo veinte, se sintieron vigorizados y fortalecidos. Las curaciones físicas, y los cambios en su vida que se produjeron mediante el tratamiento espiritual, fueron tan prácticos y obvios, que miembros de sus familias y conocidos se sintieron frecuentemente atraídos; y también se hicieron Científicos Cristianos.

En su libro Pulpit and press, Mary Baker Eddy cita esto de The Union Signal, que apareció cuando fue dedicado el Edificio Original de La Iglesia Madre en 1895: '.. . el espíritu de las ideas de la Ciencia Cristiana ha hecho que un ejército de gente bien intencionada que antes no creía, crea en Dios y en el poder de la fe... En la mañana de la dedicación, las campanas del templo de la Ciencia Cristiana en Boston tocaron 'Alaben todos el poder del nombre de Jesús'. Nosotros no asistimos, pero supimos que el nombre de Cristo no es mencionado en ningún lugar con más reverencia que durante esos servicios, y que a él se le expone como el poder de Dios en bien de la justicia y la imagen misma de Dios en bien del amor".

Una corresponsal del Daily Inter-Ocean, dijo algo interesante respecto a la energía y Mary Baker Eddy. Escribió: "La noche que conocí a la Sra. Eddy..., fui a ella sintiéndome particularmente fatigada. Me despedí en un estado de regocijo y energía que me hizo sentir que hubiera podido caminar cualquier distancia concebible. He estado con la Sra. Eddy en muchas ocasiones desde entonces, y siempre se ha repetido esta experiencia".

Evidentemente algo nuevo estaba ocurriendo. Algo nuevo estaba transformando la experiencia religiosa.

¿De dónde venía toda esa energía y vitalidad? ¿Era peculiar de esos tiempos? ¿Era simplemente la novedad de un fenómeno? ¿Era la fuerza del carisma personal o de un genio organizador? ¿Empezó a desaparecer cuando la Sra. Eddy falleció?

Si buscamos la explicación en la Ciencia Cristiana misma más bien que en la opinión humana, empezamos a comprender que esta energía era el resultado del proceso de separar la religión del materialismo. Al comienzo del siglo veinte, refiriéndose al amanecer espiritual y a la fermentación del pensamiento que ella vio venir, la Sra. Eddy en su Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1902, habló de la "religión separándose de su materialidad".

En esta frase se implicaba mucho más que el hecho de que una reforma religiosa libera a la religión de la opresión del escolasticismo y el eclesiasticismo. La religión, como todo lo demás, se había considerado que estaba bajo la existencia material y que se abría paso a través de ésta. El resultado fue que apagó y enmudeció de tal manera la voz original del cristianismo, que éste parecía más bien un susurro lastimero que un clamor alegre de buenas nuevas. Pero la comprensión de que Dios, el Espíritu, está presente, es supremo, y está expresando ahora la creación espiritual, mientras que la materia es un concepto humano equivocado, liberó la esperanza y produjo extraordinaria energía.

La naturaleza de la idea espiritual, que se expresa en la Ciencia Cristiana, consiste en vigorizar y activar, sanar, aumentar el reconocimiento de que la realidad del bien es amplia y está presente. Su naturaleza no es languidecer, estancarse, debilitar y declinar. Si pareciera que es eso lo que está ocurriendo, puede ser una indicación de que la impresión que tiene el mundo de cómo se vive la vida en la materia ha venido a ocupar más la atención de alguien que el cristianismo científico. A medida que la obediencia al Cristo, la Verdad, cambia el enfoque, el impulso de la energía divina puede sentirse de nuevo con mucho poder.

La Ciencia Cristiana no intenta estimular la energía humana, aun cuando su efecto vigorizador es extremadamente práctico. La Ciencia Cristiana destaca que la inteligencia material, que se supone es la fuente de tal energía, en realidad es un mito. La clase de acción humana que procede de un mito ha programado su propio, y con frecuencia inmediato e inevitable, fracaso.

La verdad es que tenemos que corregir los móviles con firmeza; luchar contra diversos aspectos de la voluntad humana y subordinarlos espiritualmente; tenemos que descubrir el pensamiento orgulloso y deshacernos de él para que podamos percibir con claridad el impulso espiritual del Cristo, que siempre está presente. Pero a medida que hacemos el esfuerzo, también descubrimos que realmente existe tal cosa como energía divina, que es lo que mueve y activa al hombre espiritual, la imagen del Espíritu. Las incapacidades, dudas, debilidades de carácter son invalidadas por el mero alcance y poder de la realidad espiritual que se nos muestra. Reconocemos que esta realidad nos incluye a nosotros, incluye a nuestra verdadera individualidad, la cual era oscurecida por la impresión incorrecta que abrigábamos de la existencia.

Es muy vigorizador liberarnos de la sensación de que la religión consiste en tratar de hacer lo casi imposible, o que consiste en estorbar ingenuamente aquello que es práctico. Si tratamos de hacer lo que realmente no queremos hacer, o si sentimos que lo que queremos hacer no es tan moral pero es más satisfactorio y está a nuestro alcance, eso quita vigor y es desalentador. Pero ver que la verdad espiritual es tangible y activamente sanadora en la experiencia humana, comprender que está en el centro mismo de la vida — que, de hecho, describe y explica como nada más lo hace lo que es significativo y amable acerca de la vida humana — es ser impulsado por la energía divina.

Cristo Jesús es el gran ejemplo de quien estuvo enteramente libre de pensar que la manera común de vivir en la materia es esencial y valiosa, y que la santidad es abstracta y vacía. El no tenía restricciones y era uno con la idea espiritual, la idea verdadera de Dios. Era el Hijo de Dios, el linaje del Espíritu, no el producto de la existencia material. No obstante, esto le brindó la experiencia más plena posible — la más valiosa — como ser humano que cualquier persona pudiera tener. Esto también le dio el poder de lograr lo que no era posible lograr desde el acostumbrado punto de vista material. Habló de la insensatez de tratar de hacerlo de alguna manera distinta. "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora", dijo a quienes lo seguían, "el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan".

De hecho, ese "arrebatar" se disipa como la niebla en el aire. Pero la recuperación de la energía divina trae recursos inagotables y fortaleza sin fin.

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