Conozco A Alguien que está dispuesto a viajar grandes distancias para ayudar a otros. Solía preguntarme cómo era posible que alguien sintiera continuamente tanta compasión por los demás. Cuando era más joven, solía hacerme la misma pregunta cuando leía sobre Cristo Jesús.
Sea cual sea el punto de vista religioso particular de cada uno, no se puede negar el amor que el Maestro expresaba hacia los demás. Y las personas que se conmueven por la visión espiritual de esa hermandad a menudo realizan cosas asombrosas. Mi amigo es así. El cree que lo que realmente da vida es ese amor que era constante en Cristo Jesús. Podría decirse que esta persona ama para poder vivir.
Cuando uno observa a alguien así, comprende lo que quiso decir Jesús cuando expresó: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros". Más adelante volvió a repetir lo mismo de otra manera: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos".
Esta es la visión que alimenta al cristianismo. Yo he llegado a comprobar en muchas personas, que en ellas se efectúa un cambio en la medida en que las palabras del Maestro se entrelazan con los hechos y con los pensamientos de su vida diaria. El cambio no afecta sólo una parte de la vida; con el tiempo fluye a través de todos los aspectos de la experiencia humana.
Sin embargo, algunas veces hay áreas de nuestra vida que parecen ser particularmente resistentes al cambio. Tal vez hemos sido heridos de alguna manera, y hemos puesto una dura cubierta protectora para proteger una especie de debilidad mental o emocional o bien de sensibilidad dolorosa. Pero, con el tiempo, el amor a la semejanza del Cristo puede crecer y disolver hasta los aspectos más duros de nuestra vida, y transformarnos.
Entretanto es maravilloso ver cómo el amor espiritual nos puede llegar a través de las respuestas amables de otras personas, aun cuando pudiéramos estar actuando con dureza. Esta tierna respuesta era característica de Jesús. Su amor espiritual por los demás, por ejemplo, nunca fue tan claro como cuando él fue más injustamente calumniado.
Una de las cosas que la Ciencia Cristiana desarrolla en la vida de la gente es el conocimiento de que el Amor divino, que era tan evidente en la vida del Maestro, está presente en nosotros. Ese Amor puede llegar a la gente cualquiera que sea la condición de la vida humana o por más grande que sea la herida. De hecho, Cristo Jesús sabía que eso sucedería. El habló del "Espíritu de verdad" que viviría con nosotros y estaría en nosotros.
El Nuevo Testamento en inglés traduce el término que se usa para describir a este íntimo "Espíritu de verdad" como el "Consolador". Y Mary Baker Eddy comprendió que su descubrimiento de la relación espiritual ininterrumpida del hombre con Dios era el Consolador. Ella comprendió que la Ciencia del Cristo, que estaba trayendo la curación cristiana de nuevo a la vida diaria, es el Consolador al cual se refirió el Maestro.
El poder de la curación cristiana proviene de la totalidad espiritual del Amor divino. En nuestra propia vida el poder de sanar — de vencer el mal y la enfermedad, que nos privan de lo que intuitivamente sabemos que da vida — es el resultado de reconocer nuestra propia naturaleza para expresar y recibir el Amor divino.
Comencé a comprender lo que es esta individualidad cuando me di cuenta de que alguien que me había herido, alguien a quien desde lo profundo de todo lo que llamamos emociones humanas yo podía haber odiado, no despertó esos sentimientos en mí. El sentimiento herido y la dureza que había experimentado habían desaparecido.
El poder del Amor divino, o Dios, abre nuestros ojos a las insinuaciones sutiles del mal para que no nos engañen. Pero el poder de este despertar espiritual disuelve las durezas humanas hasta que con el tiempo lo que queda, o sea nuestra verdadera naturaleza espiritual, se vuelve impenetrable al veneno de la mente material o carnal que es la causante del dolor y el odio.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy da una interesante descripción del resultado de la transformación espiritual en aquellos que quieran convertirse en sanadores cristianos a través de la Ciencia del Cristo. Ella habla de pensadores que "construye[n] con mampostería firme". Continúa diciendo: "Son sinceros, generosos, nobles, y, por tanto, están dispuestos a aceptar y reconocer la Verdad... No se inclinan anhelantes al error, ni gimen ante las exigencias de la Verdad ni tampoco traicionan para alcanzar rango y poder".
Quizás algunos tengan una imagen sentimental de los fieles cristianos, como de personas un tanto pasivas, dulces y gentiles. Bueno, Jesús a menudo fue muy gentil con la gente; y el amigo al cual me refiero al comienzo de este editorial es gentil. Pero la gentileza que proviene del Cristo, la Verdad, es también fuerte, valerosa y activa en la búsqueda del entendimiento de lo que es real y perdurable.
La gentileza que se desarrolla como resultado del amor a semejanza del Cristo tiene el poder de sobrevivir a la crucifixión, libre de odio. Así es su poder de vencer por completo el mal. El conocer tal Amor divino es revolucionario; más revolucionario que todas las fuerzas de los conflictos armados que existen a través del mundo.
