En Estos Tiempos estoy consciente como nunca antes del dolor y el sufrimiento humano en el mundo entero. Contribuyo monetariamente cuanto puedo. Pero añoro poder brindar comida y bebida, vestido, albergue adecuado y seguro a los hambrientos y sedientos refugiados y a los que no tienen hogar. Y aun así, humanamente sólo puedo alcanzar un número pequeño de personas necesitadas. Y aunque sean muchas las personas que logre ayudar, aún hay decenas de miles que tienen necesidades y están fuera de mi alcance.
Hace poco, volví a experimentar estos sentimientos, y me sentí más desalentada que nunca. Pero entonces, después de volverme fervorosamente a Dios en busca de nueva inspiración, recordé con claridad una experiencia específica que me demostró cómo nosotros podemos ayudar a aquellos que humanamente no podemos alcanzar.
En aquel entonces, yo estaba muy preocupada por un miembro muy amado de la familia que tenía serios problemas físicos, económicos y emocionales. Lo que más me preocupaba era una relación en la cual ella estaba envuelta.
Rara vez estábamos juntas, pero sí nos hablábamos por teléfono. Sin embargo, estas conversaciones tendían a transformarse en discusiones que sólo conseguían aumentar mi preocupación.
Durante ese período, se desarrolló una condición dolorosa en uno de mis senos. Después de unos días de oración y estudio espiritual por mi cuenta, sentí que necesitaba más apoyo espiritual, y fue entonces que pedí ayuda mediante la oración a un experimentado Científico Cristiano.
Este amigo pronto captó que yo estaba preocupada por algo más que el problema físico. Fue entonces que expresé mi preocupación por el miembro de la familia, relatando sus problemas y mi frustración. "¡Trato de ayudar, pero no puedo acercarme a ella!", le dije.
Mi amigo me preguntó con calma: "Pero ¿no crees que Dios la ama a ella tanto como te ama a ti?"
En teoría, por supuesto, yo sí creía que Dios la amaba, pero nunca había pensado específicamente que Dios amaba a esta persona.
Mi amigo suavemente me sugirió que estudiara, pero que verdaderamente estudiara, lo que la Biblia y el libro Ciencia y Salud, escrito por la Sra. Eddy, dicen sobre el amor. Pasé el resto de ese día y gran parte de la noche estudiando y orando.
Recuerdo las palabras de la Biblia en 1 Juan: "Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él".
Vi con claridad que aquí Juan no estaba hablando meramente del amor humano. Por bello y deseable que esta clase de amor pueda ser, su poder para ayudar y consolar es siempre limitado. Lo que Juan quiso decir con amor era Dios mismo, el Espíritu infinito, la Mente, el Alma, el Principio, la Vida y la Verdad, el Amor divino. En ese momento, la idea del Amor como infinito se volvió particularmente significativa. Me di cuenta de que si Dios, el Amor, es infinito, el Amor tiene que ser interminable e ilimitado, todo lo que hay, que simplemente no permite ninguna otra cosa. Cristo Jesús tuvo que haber conocido a Dios de esta manera, porque el amor que él expresó era tan profundo y tan amplio en su alcance que producía curación. El demostró que el hombre, como la expresión del Amor infinito, siempre tiene la capacidad para amar a los demás y que esta capacidad no puede ser disminuida por ninguna circunstancia degradante o repulsiva.
Con esta nueva y creciente comprensión que obtuve de la Biblia sobre el Amor como infinito, el único poder cohesivo del universo, comencé mi estudio en Ciencia y Salud, pensando ahora en el Amor como el todo, como Principio, la fuente de toda ley, y en el hombre como la manifestación activa de esa ley amorosa.
No fue hasta el día siguiente que me di cuenta de que mi dolor físico había cesado, y que de hecho había sido sanada completamente. Pero continué con mi tarea totalmente absorta en ella por días.
Durante ese tiempo no me preocupé por el ser amado por quien había estado tan preocupada. Simple y tranquilamente reconocía, cuando ocasionalmente pensaba en ella, que Dios la amaba tanto a ella como a mí, que Dios la amaba tanto como nos ama a todos nosotros porque somos sus queridos hijos espirituales.
Aun estaba estudiando cuando este familiar me llamó por teléfono para contarme que ella había solicitado entrar en una universidad en otro estado, y había sido aceptada. Que iba a tener que trabajar para poder pagar sus gastos, pero que también recibiría algo de ayuda financiera.
Nunca la había visto tan contenta, confiada y entusiasmada. Me dijo que el problema físico había desaparecido, y que había finalizado la relación destructiva. (En los años siguientes, obtuvo dos títulos universitarios, gozó de una nueva carrera y, con el tiempo, se casó.)
Personalmente, yo no había tenido nada que ver con ninguna de las ideas, decisiones y acciones nuevas que habían cambiado tan radical y repentinamente el curso de la vida de este familiar. Ella nunca me pidió consejo ni ayuda financiera alguna. Sin embargo, lo que captó mi atención fue darme cuenta de que estos pasos de progreso en su vida habían llegado durante los mismos días en que yo misma me estaba volviendo más consciente de que los hijos de Dios siempre están rodeados de Su amor ilimitado. Mi ansiedad y preocupación por ella habían sido simplemente innecesarias.
Debido a que me entregué al estudio espiritual, había conocido esta verdad de que el Amor todo lo incluye con tal seguridad, tal certeza, que había sido como una clase de oración profunda y sagrada. Algo que había sido meramente teórico para mí, se había convertido en algo concretamente real.
Me impresionó mucho el hecho de que este conocimiento, esta consciencia rebosante del amor de Dios por todos, es la oración de una fe total en Dios que ineludiblemente trae curación, aun en situaciones donde las soluciones parecen ser humanamente improbables o aun imposibles. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, dice: "La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios — una comprensión espiritual de El, un amor desinteresado".
Tal oración no se parece en nada a la súplica desesperada y frenética a un Dios limitado con características humanas, de quien no tenemos seguridad de que nos escuche, y mucho menos que nos responda. Una súplica desesperada a menudo surge del temor y de un sentido de que estamos separados de Dios, en vez de surgir de la comprensión de la naturaleza misma de Dios, de que es el Amor infinito mismo, nuestro Padre siempre presente.
Aún me conmueven los informes sobre el sufrimiento humano. Aún deseo ayudar, y continúo sirviendo de voluntaria y dando donaciones cuando puedo. Pero ahora tengo lo que es más importante: la convicción expansiva de que el Amor infinito está siempre presente en todas partes incluyendo en sí mismo todo bienestar, poder sanador y abundancia. Este entendimiento es lo que nos capacita para elevarnos de los sentimientos de derrota y desesperación, y crecer más allá de nuestros problemas, y aun para ayudar a aquellos que quizás no conozcamos pero que tienen problemas o necesidades. Es verdad, después de todo, dondequiera que estemos humanamente o en qué condiciones, ninguno de nosotros está fuera del alcance del Amor.
