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¿Le han dado a conocer su identidad espiritual?

Del número de junio de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si A Usted se le pidiera que hiciera una lista de sus propiedades y posesiones más valiosas ¿estaría su identidad en esa lista? Probablemente no. Tal vez usted ni siquiera piense que la identidad es una "posesión". Pero lo es, cuando se la comprende correctamente.

Por lo general, la gente se identifica a sí misma por lo que es física y emocionalmente. Tal identificación puede ir de lo torpe a lo ingenioso, de lo carente de belleza a lo hermosísimo, de lo flaco a lo obeso. Muchas veces, o hay demasiado o no lo suficiente de lo que la gente quisiera ser.

Mientras la manera de conceptuarnos permanezca al nivel de la materia y de un cuerpo físico, estaremos expuestos a problemas porque la identificación material es vulnerable al cambio. Pero una vez que estamos dispuestos a ver más allá del cuadro físico, surge una nueva imagen de nosotros mismos.

Tal vez nunca se nos haya dado a conocer adecuadamente la identidad espiritual que Dios nos ha dado. Es esta identidad genuina de cada persona lo que Cristo Jesús vio en los demás. Al reconocer la perfección del hombre de Dios, el Maestro sanaba a los enfermos y a los pecadores.

Esta identidad espiritual es creada por Dios, quien es Vida inmutable y Espíritu inmortal. No puede ser herida, perforada, invadida, perturbada o marcada con cicatrices. Este concepto tan revolucionario puede transformar no sólo nuestra mente, sino nuestro cuerpo, porque el cuerpo humano responde al pensamiento espiritualmente imbuido, como Jesús lo demostró supremamente al restaurar a paralíticos y ciegos.

Tuve una prueba inolvidable de esto cuando era niña y vivíamos cerca de un lago. Una tarde, mis padres y yo fuimos a ver una puesta de sol en nuestro bote de remos. Al regresar a la orilla, impulsada por la exhuberancia de la juventud, salté del bote al agua poco profunda de la orilla y di contra el filo cortante de una lata semisumergida.

Mis padres me envolvieron el pie en un lienzo, y mi papá me llevó cargada hasta el automóvil. Aun cuando no era Científico Cristiano, apoyó a mi mamá totalmente para que llamara a una practicista de la Ciencia Cristiana y orara por mí. No hubo en el ambiente ni pánico ni alarma, a pesar de que cuando la limpiaron era obvio que la herida era profunda. Recuerdo que canté algunos de los himnos favoritos de mi niñez antes de que mi mamá me metiera en la cama por la noche.

Al día siguiente, bien entrada la tarde, decidí que estaba harta del "servicio en la habitación" (dos comidas en bandeja) y libros para colorear y juegos "tranquilos". Me puse las medias y los zapatos y salí al jardín para ver qué hacía mi mamá. Han pasado demasiados años desde entonces como para recordar exactamente lo que ella dijo, pero jamás olvidaré su mirada de alegría y gratitud cuando me vio caminando hacia ella.. . despacio, pero caminando. En pocos días pude caminar y jugar con todo vigor.

Durante muchos años, cuando me quitaba la arena del pie en la playa, sentía una dura cicatriz a lo largo del arco del pie, pero nunca me molestó. Finalmente, esta cicatriz también desapareció, completando así la curación.

De hecho, fue tan completa que fue recientemente que me di cuenta de que jamás había compartido esta curación o expresado mi gratitud por ella públicamente. Ahora comprendo la importancia de la inocencia infantil que me protegió de los muchos pensamientos médicos asociados, con frecuencia, a esa clase de herida.

Esta inocencia — y las oraciones de la practicista para eliminar cualquier temor persistente de parte de mis padres — tuvo que haber estimulado la rápida curación. No es de maravillarse que Jesús nos diga: "Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Este reino no es una localidad a la cual flotamos después de la muerte, sino un estado de consciencia espiritual que podemos experimentar aquí y ahora: una consciencia llena de la paz, la salud y la armonía que Dios nos brinda. Esta conversión cristiana requiere un cambio total de pensamiento, que incluye el aceptar que la vida e inteligencia transcienden la definición material.

Cuanto más aprendemos acerca de la naturaleza de Dios como Espíritu indestructible, y la naturaleza del hombre, hecha a Su semejanza espiritual, tanto más fácil es hacer frente y oponerse a la constante descripción de enfermedades que diariamente aparece en los medios de comunicación.

Este no es un argumento en favor de la ignorancia. Todo lo contrario. La inocencia espiritual y la ignorancia humana son completamente diferentes. La ignorancia no puede ni proteger ni sanar. La inocencia sí puede.

Dos pautas importantes para los padres (como también para los que no son padres) se encuentran en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Se nos dice: "Se debiera dejar que los niños sigan siendo niños en sus conocimientos, y ellos debieran llegar a ser hombres y mujeres sólo a través del crecimiento de su comprensión de la naturaleza superior del hombre". ¿Acaso no es esta naturaleza superior nuestra identidad espiritual?

Y más adelante dice: "A los niños debiera enseñárseles la Ciencia Cristiana, o sea, la curación por la Verdad, entre sus primeras lecciones, evitando que hablen de teorías o pensamientos acerca de la enfermedad o que los abriguen".

Es muy importante (¡mejor dicho esencial!) aprender acerca de la naturaleza de Dios y de nuestra identidad espiritual; aprender acerca de las cualidades divinas que poseemos al ser afectuosos, veraces, inteligentes y perspicaces. Al ampliar este conocimiento de la identidad espiritual del hombre, empezando con Dios como nuestro Padre y Madre, nuestro único Padre verdadero, apartamos los ganchos donde la herencia trata de colgar teorías: teorías acerca de la obesidad en la familia, rasgos de carácter y enfermedades.

Dios, como Vida eterna, Espíritu incorpóreo, no tiene ningún elemento de la materia, nada que pueda ser víctima, que se desgaste, que pueda perecer o extinguirse. Debido a que somos creados a Su imagen y semejanza, nuestra identidad genuina está a salvo bajo el cuidado de Dios. Una vez que nos familiarizamos con nuestra identidad verdadera, jamás seremos los mismos. ¡Seremos mejores de lo que creímos posible!

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