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La oración en el mercado mundial

Del número de enero de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La oración en el mercado mundial puede sonar como algo que pertenece a la época de la Biblia. Pero en esta Reseña el mercado mundial es el ámbito en el cual la gente aborda asuntos tales como la deuda mundial. Como lo indica este relato, la oración puede llevar a tomar decisiones singulares y a solucionar algunos de los problemas más desafiadores de nuestra época. Este relato lo hace que es un banquero en el campo de las finanzas internacionales.

En 1985 Yo estaba a cargo de la oficina de mi banco ubicada en una ciudad del tercer mundo. El trabajo no era exigente y mi familia gozaba de un nivel de vida muy confortable. Por más que esta situación era agradable, yo tenía un deseo no satisfecho de trabajar más para el mejoramiento de la humanidad y no simplemente para obtener logros personales o bienestar material.

Mi esposa y yo oramos para saber que Dios, la Mente divina, gobierna tanto nuestro pensamiento como nuestra experiencia. Impulsados por lo que sentíamos era un deseo desinteresado y correcto, hicimos planes para volver a Nueva York aun cuando el banco no tenía ninguna vacante para mí.

Poco antes de dejar el país, estuve reflexionando sobre qué podría hacer el banco para ayudar al país que tanto habíamos disfrutado. A medida que oraba, me vino una inspiración. Comprendí cómo podíamos reducir sustancialmente el costo de los intereses originados por las deudas externas de ése y otros países. Podíamos aplicar técnicas de refinanciación comercial a los enormes préstamos que el país había recibido del gobierno de los Estados Unidos de América, en los que la tasa de interés estaba fijada a niveles muy altos por muchos años.

A los pocos días, me sentí impulsado a plantear la idea en una reunión con el personal de la embajada local de los Estados Unidos, si bien todavía no sabía cómo ponerla en operación. Justo cuando personal muy interesado (y mi escéptico jefe) me estaban acosando para que les diera detalles, tuve que salir de la habitación para contestar una llamada telefónica. Durante el tiempo en que estuve afuera, oré resueltamente para saber que la Mente divina no nos guía hasta cierto punto y luego nos abandona. Sabía que cada idea de la Mente es completa y que lo que parecían ser limitaciones de mi propia habilidad no eran pertinentes. Es la Mente divina la que gobierna.

De vuelta en la habitación, me escuché describir el método a usarse en el proyecto y, mientras hablaba, sentía que estaba actuando como una transparencia para la Mente divina. Aunque todavía no lo sabía, trabajar sobre esta idea iba a ser mi única ocupación durante los siguientes tres años. Por otra parte, Nueva York resultó ser el lugar correcto donde trabajar debido a los requisitos financieros especiales que incluía la transacción. Además teníamos que estar cerca de Washington para poder trabajar para obtener la aprobación del gobierno. Sentía que estos primeros pasos en la experiencia claramente ilustraban una declaración de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), Mary Baker Eddy. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, ella escribe: “Los móviles rectos dan alas al pensamiento, y fuerza y soltura a la palabra y a la acción”.

Sin embargo, después de haber trabajado más de un año, tenía muy poco que mostrar por mi esfuerzo. El gobierno de los Estados Unidos estaba muy lejos de estar de acuerdo y, de todos modos, mi banco no contaba con el personal especializado que precisaba para suscribir el tipo de financiamiento que parecía necesario. Me pasaron por alto cuando llegó la hora de dar aumentos de sueldo y el banco empezó a hablar de despedirme. Los obstáculos ante lo que yo creía era una idea inspirada divinamente no me preocupaban, pero mi compensación y el riesgo de tener que buscar otro empleo sí me preocupaban. Mientras estas preguntas orientadas hacia mi “yo” me absorbían, me desalenté y mi trabajo comenzó a carecer de foco.

No obstante, recurrí a la oración en busca de ayuda. Mi esposa también oró y nos comunicamos con una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos apoyara mediante la oración. Mi esposa me ayudó a comprender que mi trabajo era estar “en los negocios de mi Padre”, para usar las palabras de Cristo Jesús. Mi remuneración era la responsabilidad de Dios. Esa comprensión fue tan completa que me volqué de lleno a mi trabajo, libre de la carga del pensar egoísta.

En un mes me dieron un aumento de sueldo — completamente fuera del plan normal de aumentos — y las conversaciones sobre mi despido cesaron. Además, el banco pronto creó un departamento para suscribir emisiones de bonos. El nuevo departamento empezó a interesarse mucho en mi trabajo. Durante el año siguiente, a pesar de los numerosos y continuos obstáculos para obtener la aprobación del gobierno, me aferré firmemente a la comprensión de que la Mente divina — no muchas mentes mortales — gobierna.

Después de algún tiempo, el Congreso de los Estados Unidos aprobó el proyecto de ley que proveía el mecanismo para que se llevara a cabo el refinanciamiento; y tenía una sorpresa: en lugar de referirse, como lo hacía la redacción del anteproyecto, sólo a dos países (el país en que yo había vivido era uno), lo extendió a todos los países que habían recibido préstamos.

Dado el hecho de que la inspiración para esta idea había sido ayudar a la humanidad, a medida que trabajábamos juntos, mis colegas se vieron algo influidos también por esta perspectiva. Juntos hicimos un trabajo honesto para ayudar a muchos países que ahora tenían la posibilidad de reducir los costos de sus intereses bajo este mecanismo, y cada vez que lo hacíamos, nos ganábamos la gratitud y el respeto de los funcionarios internacionales y de los Estados Unidos que participaban en la transacción. Sentí cierta fortaleza moral al asegurar que todas las recomendaciones que les hacíamos a los distintos países eran, en lo posible, para beneficiarlos tanto a ellos como al gobierno de los Estados Unidos. Al final, este enfoque desinteresado tuvo éxito, porque le dieron a mi banco las transacciones de la mitad de todos los países que participaron.

Si bien se superaron muchos obstáculos por medio de la oración en cada transacción, la última, que fue la de un país cercano al país donde yo había vivido, me mostró especialmente el poder de la Mente divina, que había guiado hacia esta oportunidad en primer lugar. Después de dos años de tratativas y meses de preparación específica, el mismo día en que se iba a hacer el compromiso financiero, la delegación del país que estaba en Nueva York recibió información engañosa y promesas falsas de uno de los bancos que se suponía tenía que estar trabajando con nosotros en nuestro grupo de suscriptores. Influidos por esto, los delegados cambiaron la transacción de mi firma para la otra, que les prometió suscribirlo a la mañana siguiente, usando la documentación, el análisis y la estructura financiera con la que nosotros habíamos estado trabajando durante meses. Mis colegas y yo quedamos aturdidos y desconcertados por este tipo de maniobra que se asemejaba a las maquinaciones en la película Wall Street.

Cuando los demás estaban golpeándose los puños, encontré una oficina tranquila desde la cual llamar a una practicista. Ella me aseguró que hay una ley de justicia divina que está en operación. La Mente divina está presente, por más extremas que parezcan ser las circunstancias. Citó a Miqueas en la Biblia: “Qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Finalmente, me recordó que los delegados del país y los miembros de la otra firma eran hijos de Dios, tan inocentes y tan sujetos a la misma Mente de Dios como yo. Me conmoví profundamente al escuchar esta clara declaración de los hechos reales acerca de mí mismo, de nuestro cliente y de nuestros socios. La practicista dijo que continuaría orando.

Volví a la sala llena de colegas enfurecidos. La ira y el deseo de venganza eran tangibles. Aunque la mayoría de las personas allí eran mayores que yo, los disuadí para que no cometieran actos de venganza; los alenté a continuar demostrando que éramos los que servíamos mejor los intereses de ese país. Un compañero de trabajo y yo fuimos a razonar con los delegados en una reunión que duró hasta las dos de la madrugada. Pero todavía decían que continuarían usando los servicios de la otra firma en la mañana.

No obstante, ahora yo podía ver más claramente que eran los hijos de Dios y que yo seguía las directivas de Dios. Estaba dispuesto a seguir gozoso dondequiera que la Mente divina me llevara, aun si eso significaba que no íbamos a suscribir ese financiamiento esa mañana. Me sentía tan libre que hasta me quedé un rato para hacer otro trabajo del que no me había ocupado antes.

Imagínense mi alegría cuando a las seis de la mañana la delegación llamó para decir que, de todos los consejos que habían recibido, el nuestro era el consejo en que creían y ¡nos eligieron! Mis colegas estaban tan asombrados por este cambio de posición como lo habían estado frente al aparente revés del día anterior. Yo sólo pude regocijarme y coincidir de todo corazón con las palabras de Pablo: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”.

Esta experiencia me demostró que cualquiera sea la actividad que hagamos para ganarnos la vida, siempre hay una manera de demostrar el amor de Dios para con el hombre y de hacer cualquier cosa que hagamos en armonía con la Mente divina.

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