¿Ha Pensado Alguna vez el modo en que el crecimiento espiritual y la curación van juntos? Cuando una curación se efectúa rápidamente, o principalmente por medio de las oraciones de un practicista de la Ciencia Cristiana, tal vez a veces lleguemos a pensar que poco o nada ha cambiado en lo que respecta a nuestro crecimiento espiritual. Por el contrario, si estamos orando durante cierto tiempo por una dificultad que persiste, tal vez pensemos que estamos progresando mucho espiritualmente, pero no tenemos la curación que esperamos. Sin embargo, en último término el crecer en entendimiento espiritual sí resulta en curación y comprendemos que la corriente de curación siempre estuvo en movimiento, aun cuando parecía invisible.
El crecimiento espiritual consiste en aprender a conocer mejor a Dios, a confiar más en El. Es aprender más sobre nuestra verdadera identidad espiritual como imagen y semejanza de Dios. El verdadero crecimiento espiritual también implica llevar nuestro entendimiento a la práctica, manifestar más el carácter cristiano, expresar más bondad, más amor, más integridad, y progresivamente más confianza. Esta clase de crecimiento debe de conducir a la curación y debe de ser parte de cada curación que experimentamos.
Cristo Jesús nos hizo una promesa que se relaciona con el crecimiento espiritual. Dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Pero probablemente todos hemos pasado por circunstancias en las que hemos sentido más ansia y sed de curación física que de justicia. Las palabras de Jesús nos alientan a procurar la justicia — la bondad — porque entonces, como lo prometió, seremos colmados de bondad: de pureza, santidad e integridad.
La Fundadora de la Ciencia Cristiana dio gran importancia a la necesidad que tiene la humanidad de crecer en el entendimiento de Dios y del ser espiritual del hombre. En el Prefacio de su obra principal, Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy dice que “ella dedica estas páginas a los que sinceramente buscan la Verdad”. Un día, cuando me detuve a reflexionar sobre esto, reconocí la importancia de buscar la Verdad y no meramente la curación. Se me ocurrió que si recurrimos al libro en busca de la Verdad por la Verdad en sí, es probable que meditemos sobre todo lo que leemos. Esto es tratar de tener mayor entendimiento espiritual, y la historia del libro demuestra que esta manera de encarar su estudio también ha resultado generalmente en curación. Si, por otra parte, recurrimos al libro buscando sólo la curación física, podemos pasar por alto ideas que no parecen estar directamente relacionadas con el problema que tenemos y dejamos así de percibir conceptos que podrían contribuir a la curación cuando crecemos en nuestro entendimiento espiritual.
Si en realidad deseamos crecer espiritualmente, ¿cómo hemos de comenzar? La Sra. Eddy contesta esta pregunta explícitamente en Ciencia y Salud: “Liberémonos de la creencia de que el hombre está separado de Dios, y obedezcamos solamente al Principio divino, la Vida y el Amor. He aquí el gran punto de partida para todo desarrollo espiritual verdadero”.
En realidad el hombre no está separado de Dios sino que está unido a El como Su expresión espiritual. Dios es puro Espíritu, Mente infinita, y el hombre es Su idea puramente espiritual, mantenido en la Mente. De modo que nuestra unidad espiritual con Dios está más allá de todo lo que pueda describirse en términos físicos.
La simple declaración “Dios es mi fortaleza” puede servir para ilustrar esto. Podríamos describirla como: “Dios me está dando fortaleza desde lo alto” o “Dios está aquí mismo conmigo, sosteniéndome”. Estos son pensamientos reconfortantes, pero evocan condiciones físicas, espaciales, que jamás pueden describir cabalmente una relación espiritual.
Debido a la relación de Dios y el hombre como Mente e idea, la fortaleza de Dios es en verdad la fortaleza del hombre. Su poder es reflejado por el hombre y es así una parte integral del ser espiritual del hombre. Esto es verdad con respecto a todas las cualidades de Dios. De modo que por ejemplo podemos decir con precisión: “Dios es la fuente de mi inteligencia” o “El dominio de Dios es mi dominio” o “Su paz es mi paz”. Todas las cualidades de Dios son inherentes a la naturaleza del hombre en razón de la unidad espiritual del hombre con El. Necesitamos meditar profundamente sobre nuestra unidad espiritual con Dios y reclamarla mediante la oración día a día, hasta que nos despojemos de la falsa creencia de que podría haber alguna separación entre nosotros y Dios.
La obediencia a Dios es otro factor importante en nuestro crecimiento espiritual. La obediencia es natural para el hombre, puesto que Dios es el Principio divino y el hombre es el reflejo del Principio. Del mismo modo que un número es gobernado por el principio de las matemáticas, el hombre verdadero es naturalmente obediente al Principio divino que lo gobierna. Una vez que aceptamos este hecho, ya no pensamos que la obediencia a Dios es algo difícil o que nos exige mucho, sino que comenzamos a descubrir que es algo que deseamos y disfrutamos hacer.
Dios es el Amor divino omnipotente, y el propósito que tiene para nosotros siempre es el bien, y a medida que expresamos nuestra obediencia natural a Dios, estamos más conscientes de Su omnipotencia en nuestra vida. Después de todo, es muy ilógico pensar: “Dios es omnipotente, pero yo no tengo que obedecerlo”. Cuando desobedecemos a Dios, ¿acaso no estamos negando Su omnipotencia? Pero cuando obedecemos de corazón, afirmamos Su omnipotencia que lo gobierna todo, inclusive nuestra vida, y nos trae dominio y bendiciones.
A medida que aprendemos más sobre nuestra unidad con Dios y Le obedecemos sin cejar, descubrimos que podemos confiar en Su cuidado y guía bajo cualquier circunstancia. Esto nos capacita para vivir con mayor confianza. Al mismo tiempo, podemos comenzar a hacer una mayor contribución al mundo alrededor nuestro a través de nuestra práctica de la Ciencia Cristiana, puesto que el crecimiento espiritual resulta en un amor más amplio hacia los demás.
El que ama a su hermano,
permanece en la luz,
y en él no hay tropiezo.
1 Juan 2:10