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Sanemos el corazón

Del número de enero de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"ACONGOJADO". "TIMIDO". "DESCONSOLADO". Lenguaje figurado que no sólo describe emociones dolorosas, sino que también indican vulnerabilidades físicas. Si el mundo nos causa dolor, podemos comprender la profundidad del llamado del Salmista a Dios en busca de ayuda: "Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas".

El lenguaje puede no parecer moderno, pero el anhelo humano en busca de apoyo suena muy familiar. No obstante, algunas veces la gente supone que Dios, el Espíritu, es incierto y lejano y no tiene mucho que ver con lo que estamos enfrentando. Cuando damos a Dios por perdido, nuestro punto de vista en cuanto a nosotros tiende a volverse débil y limitado. Vemos que nos estamos evaluando como un conjunto de materia que da forma a cierto cuerpo físico que no es lo que creemos que debiera ser. La materia parece estructurar todo y pretende que nuestra vida misma depende de ella en varias formas.

Este punto de vista comúnmente mantenido sugiere que nuestro apoyo tiene que venir por medio de alguna forma de materia como una droga. O sugiere que tenemos el temor de que no estaremos a salvo a menos que tengamos con nosotros la presencia física de una persona. Cuando nos olvidamos de Dios, nos preguntamos si lo que necesitamos está agotado o se nos va a despojar de ello o, para empezar, jamás existió.

¡Cuán incierta y frágil puede parecer la bondad entonces! La vida debe ser segura. Pero, un "yo" material y las cosas materiales no pueden expresar o sustentar el amor genuino que estamos buscando.

¿Qué decir si nuestra verdadera identidad no es realmente materia incierta, de ninguna manera? ¿Qué decir si nuestro ser verdadero es la perfecta semejanza de Dios, el Espíritu, como nos dice la Biblia? Si eso fuera cierto, cambiaría todo. La Ciencia Cristiana nos ayuda a ver que eso es cierto. Somos la imagen, o reflejo, de Dios, quien es Amor. Y lo que el Amor divino ha creado para que seamos es eterno, espiritual y bueno. Cristo Jesús enseñó a sus seguidores a sanar sobre esta base. Cuando vivimos sobre esta base nosotros también podemos aprender acerca de la curación que viene por medio del Cristo, la Verdad salvadora que Jesús representó.

Una mujer que había pasado por una serie de dificultades personales se sintía agobiada y sola. Aparecieron síntomas de un problema en el corazón, haciendo fatigosas incluso las tareas de rutina. Pero debido a que había tenido curaciones importantes mediante la oración, tuvo la convicción de que su necesidad más rigurosa en realidad nunca era física, sino la necesidad de conocer mejor a Dios. Interpretó los anhelos que tenía como anhelos espirituales: como un hambre por comprender más profundamente lo que significa el Amor divino. Se preguntó ¿cómo estaba Dios siempre con ella? Quería saber, ¿cómo la estaba amando y sustentando?

La mujer se volvió a Dios en oración, en el espíritu del Primer Mandamiento, con el anhelo de amar y obedecer a Dios con todo su corazón. Oró, con frecuencia varias veces al día, para ser receptiva a las sugerencias del Amor divino que vinieran a su pensamiento. Razonó que si Dios no tiene límites, entonces todo lo que Dios crea — incluso su verdadera identidad — tiene que ser pura y espiritual y también ilimitada.

Su meta, dijo, no era sólo recordar a Dios de una manera obediente y rutinaria, sino responder a la inspiración del Amor divino al emprender toda actividad, incluso aquellas que superficialmente parecían mundanas. Estaba haciendo el esfuerzo por vivir como la expresión del Amor divino. Le fue más fácil — incluso fue una aventura — dejar que el Amor gobernara sus esfuerzos y móviles. Vio que podía llevar a cabo sus quehaceres diarios cada vez con más libertad. Al continuar con esta oración viviente, sanó completa y permanentemente de su dolencia en el corazón.

Un descubrimiento que hizo durante ese tiempo fue que el ser amada no era un "acontecimiento" que podría, o no, "ocurrirle" a ella algún día. Percibió que la omnipresencia del Amor eterno es más que una idea primorosa. Es el hecho espiritual de la existencia verdadera del hombre.

Cuando recurrimos a Dios en busca de ayuda, estamos yendo en la dirección correcta. No obstante, para hallar estabilidad permanente, tenemos que aceptar una premisa espiritual esencial: el Amor divino no está limitado. De manera que la semejanza del Amor, tampoco puede estarlo. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy nos recuerda: "Si suplicamos a Dios como si fuera una persona corpórea, eso nos impedirá desechar las dudas y temores humanos que acompañan tal creencia, y así no podremos comprender las maravillas realizadas por el Amor infinito e incorpóreo, para quien todas las cosas son posibles. Debido a la ignorancia humana del Principio divino, el Amor, el Padre de todos es representado como un creador corpóreo; por esto los hombres se consideran meramente físicos y nada saben del hombre como imagen o reflejo de Dios, como tampoco saben de la existencia incorpórea y eterna del hombre".

Dios, el Principio de todo, gobierna al hombre mediante la ley espiritual que jamás deja de estar en acción. Podemos sentir el poder de lo que significa ser hijo de Dios, gobernado por El. De la manera más profunda, el Amor sana nuestro corazón.

Nos sentimos nuevos porque somos nuevos, nacidos "de nuevo en el Espíritu". La ignorancia de lo espiritual ya no restringe nuestra capacidad de amar y ser amados. De manera natural recurrimos a Dios para saber lo que somos, y lo que podemos hacer y ser.

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