Hace Unos Cuantos años cuando comencé la práctica pública de la Ciencia Cristiana, a menudo sentía temor de no poder pagar las cuentas de la familia. No teníamos ahorros; uno de nuestros hijos iba a la escuela primaria y el otro estaba por ingresar a la escuela secundaria; teníamos una hipoteca, gastos de alimentos, de servicios de luz, gas, agua y teléfono, y una deuda por varios miles de dólares que yo había contraído antes de entrar en la práctica.
Cada vez que recibía por correo un sobre con una cuenta, sentía temor. Muchas veces simplemente guardaba esos sobres en un cajón de mi escritorio, esperando poder dilatar su pago hasta una mejor ocasión.
Una noche cerca de la una, me desperté muy angustiado por la situación económica. Fui al escritorio donde estaban las cuentas sin abrir y comencé a clasificarlas. Muchas de ellas eran reclamos ya por duplicado, primer y segundo aviso de las compañías de servicios, y para mi desesperación, había también un tercer aviso de la cuenta de agua corriente. De hecho, si no se pagaba la cuenta, iban a cortarnos el agua a las ocho de esa misma mañana. Miré cuanto debíamos; lo que teníamos en nuestra cuenta corriente alcanzaba justo para pagarla. Pero me resistía a utilizar el dinero para eso porque el temor me seguía diciendo que si lo hacía no me quedaría nada.
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