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Encontremos La Luz

“Dejé de condenarme a mí misma y a los demás”

Del número de abril de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿A quién no le vendría bien tener más luz?, ¿más claridad en momentos de duda? Y si estamos en medio de nuestra propia búsqueda de luz, a veces ayuda oír las experiencias de otros que están encontrando que “resplandeció en las tinieblas luz”, como lo describe el Salmista. Esta columna publica algunas experiencias que pueden ser útiles para los que están buscando nuevas respuestas. Los relatos son anónimos, para que los autores tengan la oportunidad de expresarse libremente sobre su anterior estilo de vida y sus pasadas actitudes que pueden haber sido considerablemente diferentes de los que ellos actualmente valoran. Fue necesario condensar el tiempo en la narración de estas experiencias, las que no intentan contar una historia completa, sino que muestran algo de la amplia gama de buscadores y el camino por el cual la luz del Cristo, la Verdad, restaura, redirige y regenera vidas.

Siempre, Desde Que era niña, quise ayudar a la gente. Cuando tenía alrededor de doce años empecé a visitar a los niños en los hospitales los sábados. Simplemente iba y pasaba tiempo con los niños y les leía libros. La escuela a la que yo asistía nos alentaba a ayudar a los demás.

Una de mis clases era sobre la Biblia. Creo que esta introducción a la Biblia me ayudó a preparar mi pensamiento para recibir la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) cuando el maestro de la Biblia me la presentó más tarde. Si bien él no era Científico Cristiano, tenía muy alto concepto del libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana.

Con el correr de los años, decidí dedicarme a la profesión cristiana, y como resultado de ello, fui a Buenos Aires, donde hice estudios teológicos en un colegio protestante y me hice diaconisa. Cuando terminé mis estudios, trabajé de asistente social bajo los auspicios de la iglesia, y regresé a Uruguay, donde trabajé con familias y niños en los vecindarios pobres.

Si bien yo quería ayudar a la gente, con el tiempo me sentí vacía en el sentido de que no sabía cómo iba a poder ayudar a otros ante las enormes privaciones y problemas que tenía esa gente. Yo no sabía si este sentimiento era una indicación de que necesitaba comprender mejor a Dios o si, simplemente, debía encontrar otro tipo de trabajo.

Solicité vacaciones sin goce de sueldo con el fin de considerar lo que debía hacer. Volví a ver al maestro que me había mencionado a la Ciencia Cristiana varios años antes.

Este hombre no me dijo lo que debía hacer, pero, sabiendo que a mí me gustaba mucho la Biblia, simplemente me habló sobre la Biblia. Fue de gran ayuda. Durante los años siguientes, continué mi educación y enseñé inglés por diez años. Fue durante este período que realmente empecé a estudiar la Ciencia Cristiana. Como resultado de ello, sané de una serie de cosas, incluso un problema muy doloroso que tenía en la espalda y del que había sufrido durante muchos años. Recuerdo que un día, cuando estaba leyendo Ciencia y Salud, sentí la libertad de apoyarme en Dios como mi único médico en lugar de apoyarme en la terapia física que estaba recibiendo.

Sin embargo, la cosa más importante que ocurrió fue el profundo cambio que tuvo lugar en mí. Realmente me sentía como una persona nueva. Yo había sufrido mucho de niña debido al ambiente de discordia y a los problemas que hubo en la familia.

Me tomó tiempo comprender lo que significa ser hija de Dios. Yo había pensado que todas las cosas duras por las que había tenido que pasar no me habían permitido sentirme cerca de Dios, por más que yo había deseado ese conocimiento. Era un sentido teológico equivocado de Dios, como si yo pudiera estar separada de El.

No comencé a asistir de inmediato a una iglesia de la Ciencia Cristiana, pero seguí estudiando la Biblia y Ciencia y Salud para comprender mejor a Dios. Aprendí cómo Dios, la Mente divina, puede guiarnos y permitirnos que dejemos el dolor atrás. Al tiempo, comencé a asistir a la iglesia.

Yo había estado luchando con sentimientos de rechazo; no era que la gente me rechazara, sino el resultado, creía yo, de las condiciones de infelicidad que había vivido de niña. La Ciencia Cristiana me sacó de esta oscuridad. Aprendí en la Ciencia que a medida que comenzamos a comprender nuestra verdadera naturaleza espiritual como hijos de Dios, encontramos amor y aceptación por parte de Dios, que es el Amor divino. También aprendí a no juzgar las cosas desde un punto de vista material, el cual a menudo incluye una fuerte creencia en el mal.

En mi hogar hubo violencia, y cuando se vive con violencia como viví yo, a menudo uno tiene temor de examinar sus propios pensamientos. Hay temores y sentimientos que no quieres enfrentar. Pero cuanto más comprendía el amor de Dios y veía que el propósito del amor de Dios por nosotros es bueno y nos hace realmente felices, tanto más era capaz de enfrentar las cosas sobre las cuales no había querido pensar previamente. Comprendí que debemos reflejar las cualidades de Dios de bondad, amor y alegría.

Dejé de condenarme a mí misma y a los demás, incluso a mi familia. Pude dejar de juzgarlos como había hecho en el pasado. Estaba aprendiendo a amar, y esto incluía un nuevo amor por mi familia. Esto fue un gran cambio; se desarraigó mucha infelicidad.

Mis padres también sintieron un cambio. Esta luz espiritual que estaba entrando en mi vida también estaba entrando en la vida de mi familia. Mi hermana ya se había convertido en estudiante de la Ciencia Cristiana y había recibido mucha ayuda. Hasta descubrí que había una naturaleza cristiana innata en mi padre y que ahora estaba respondiendo a esto en su vida. Mi madre también estudia la Ciencia Cristiana. Ha habido una maravillosa reconciliación en nuestro hogar. Ahora trabajamos juntos y nos ayudamos mutuamente.

A través de la Ciencia Cristiana he obtenido un sentido mayor de humanidad, un amor mayor por los demás que no deja a nadie fuera. Esto es lo que la genuina espiritualidad ha traído a mi vida. Encuentro el bien en los demás, la naturaleza espiritual del hombre como el hijo de Dios.

Mi concepto de lo que es la verdadera ayuda, o lo que es mejor, el tipo de ayuda que la humanidad en realidad necesita, también ha evolucionado. Con esto no quiero decir que lo que hice antes no haya sido útil. Por supuesto que lo fue; todo lo que hacemos por amor y con sinceridad está bendecido por nuestro Padre, ya sea que se exprese al leer un libro a un niño o al visitar a alguien que lo necesita. Lo mismo se aplica a todas las organizaciones de bienestar social y caridad tanto nacionales como internacionales de todo el mundo. Pero, después de más de quince años de estudiar y demostrar la Ciencia Cristiana y sus leyes, he visto que la oración hace más por cada persona, vecindario y nación que ningún otro tipo de servicio, por más motivos nobles y elevados que tenga esa ayuda.

Mi convicción de cuál es la manera más útil de ser útil a los demás, vino de manera gradual, una vez que comencé a comprender que lo que era verdad acerca de mí misma era verdad acerca de todas las personas aquí y en todas partes. Esta verdad me abrió los ojos al hecho de que puedo ayudar a las personas que me piden ayuda mediante la oración. Cuando uno sirve a los demás por medio de la oración en la Ciencia Cristiana, uno le está dando a la persona las herramientas para ayudarse a sí mismo y a otros: depender de Dios.

La ayuda que da la Ciencia Cristiana es permanente, perfecta y nunca falla cuando se comprende y aplica correctamente, porque está basada en la comprensión de que Dios es el creador y el que apoya todo. La oración no consiste en pedir simplemente cosas o que se cumplan los deseos. Es la verdadera comunión con nuestra Mente infinita, el Amor divino. Es saber cuál es la voluntad de Dios para nosotros; es sentir Su presencia a nuestro alrededor; es darnos cuenta de que nos movemos y vivimos en El y en ninguna parte más. En la Ciencia Cristiana la oración es comprender Su omnipresencia y Su reino perfecto, que ya existe y es completo, al que no le falta nada que sea bueno, hermoso o útil; bendice a todos, en todo momento y en todo lugar.

A través de la Ciencia Cristiana he aprendido que nuestras necesidades más básicas son espirituales y que siempre son satisfechas por el Amor divino. La Vida no es cuestión de conseguir cosas. Consiste en conocer nuestra identidad real como hijos del Espíritu, teniendo al Alma como la fuente de la verdadera sustancia del hombre. Como hijos de Dios no podemos dejar de tener todo lo que necesitamos. De esta manera, obtenemos un sentido nuevo y más amplio de quiénes somos realmente.

A veces es posible que nos preocupemos cuando los problemas no se resuelven rápidamente. Pero he aprendido a no temer. Debemos hacer todo lo que podemos, orar, estudiar y seguir el ejemplo de Jesús. Es Dios, la Verdad divina misma el que produce el cambio en nosotros y trae curación. He llegado a estar agradecida por todos los años de mi vida y por lo que he aprendido. Para mí, estos últimos años han sido los mejores. Realmente he llegado a ver la obra de Dios en toda mi vida. Y he encontrado que puedo ayudar a otros mediante lo que estoy aprendiendo a través de la Ciencia del Cristo. No hay situación ni persona que no tenga esperanza.

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