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El significado de la resurrección para esta época

Del número de abril de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Usted Parece Una persona inteligente”, decía el mensaje en la pantalla de la computadora, “entonces ¿cómo es posible que crea en algo tan imposible — y ridículo — como la resurrección de Jesús?”

Esta pregunta en particular formó parte de una larga y, por momentos, acalorada, discusión que hubo entre unas doce o más personas durante el foro sobre religión de una red nacional de computación que utilizo algunas veces. Cualquiera que tenga el equipo apropiado puede tomar parte en las discusiones que se realizan sobre casi todas las áreas de interés humano, desde pasatiempos a finanzas, desde computadoras a deportes.

En esta oportunidad había participantes cristianos fundamentalistas, judíos, budistas, agnósticos, ateos, neo-paganos, ¡y brujos que practicaban su arte! Lo primero que se discutió fue si realmente hubo un Jesús histórico (lo cual muchos pusieron en duda con vehemencia), y eso llevó al tema de la resurrección.

Esta clase de discusiones puede realmente hacer que una persona reconsidere su fe. Casi todo lo que yo creo como Científico Cristiano — la realidad histórica de Jesús, la veracidad de sus obras de curación, el relato del evangelio, la autoridad de la Biblia, hasta la existencia de Dios — fue enérgicamente puesto a prueba por algunas personas muy serias y que podían expresarse muy bien. Cuando uno exponía la razón de su fe, el apelar a la Biblia como autoridad o prueba tenía poco o ningún peso, puesto que simplemente no reconocían ni aceptaban esa autoridad.

Estos enfrentamientos hicieron que me preguntase, especialmente al acercarse la Pascua de Resurrección: “¿Sobre qué se funda mi fe en el relato de la resurrección? ¿Es simplemente una cuestión de fe ciega? ¿Fe en que hubo un Jesús histórico, fe en que los relatos de las curaciones en la Biblia son auténticos? ¿Fe en que la resurrección realmente tuvo lugar hace casi dos mil años en una oscura región del Medio Oriente? Al no haber sido un testigo visual, ¿cómo puedo asegurarlo?”

En cierto sentido, supongo que, después de todo, es una cuestión de fe. Pero la fe debe tener sus razones; y para mí, y para muchos cristianos, hay muchas razones profundas que nos mueven a creer en los relatos bíblicos. Pero me arriesgaría a decir que lo que más convence a los cristianos de la resurrección de Jesús es algo profundamente personal, la presencia real del Cristo en la vida de la gente hoy en día. Para los Científicos Cristianos esa experiencia del Cristo significa muchas cosas, pero tal vez signifique más que nada sentir la presencia viviente del espíritu del Cristo en el corazón y en la mente de uno, sanando y salvando ahora tal como lo hizo en la época de Jesús.

Esta presencia no es la presencia espiritual del Jesús humano, quien en su última y más importante experiencia terrenal, que llamamos la ascención, eliminó para siempre todo sentido terrenal y material de identidad. Esta es la presencia a la cual Jesús mismo se refirió cuando dijo: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. El Cristo, como la divina manifestación de Dios, siempre ha estado presente en la consciencia humana, dando testimonio de la realidad de Dios, de Su paternidad y maternidad y de la eterna relación del hombre con El.

La Sra. Eddy explica esta maravillosa verdad en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Ella escribe: “El advenimiento de Jesús de Nazaret marcó el primer siglo de la era cristiana, pero el Cristo no tiene principio de años ni fin de días. A través de todas las generaciones, tanto antes como después de la era cristiana, el Cristo, como idea espiritual — reflejo de Dios — ha venido con cierta medida de poder y gracia a todos los que estaban preparados para recibir al Cristo, la Verdad”.

El Científico Cristiano ama profundamente a Jesús, porque Jesús, como nadie antes ni desde entonces, expresó y ejemplificó al Cristo, la idea divina o reflejo de Dios. La función de estas palabras, idea y reflejo, es expresar el hecho de que Dios, el Espíritu, es la Mente divina, la fuente de toda inteligencia y consciencia verdaderas. Cristo Jesús conocía esta Mente infinita con una intimidad personal tan grande que él realmente llamaba a nuestro Padre celestial “Abba”, que es la forma que un niño usaría para dirigirse a su padre. ¡Imagínese, sentirse tan cerca de la fuente misma de todo ser y existencia! ¡Qué tierno amor y cuidado debe de haber sentido como Hijo amado en quien el Padre tenía Su complacencia!

Jesús vino para despertarnos a la misma unidad — la relación de hijo — con Dios que él sintió tan íntimamente y que le dio tan extraordinario poder sanador. Vino a demostrarnos que nuestra verdadera identidad no es material sino espiritual, y que podemos probar cada vez más nuestra propia filiación con Dios. Estando con sus discípulos en la víspera de su crucifixión, proclamó desde lo más profundo de su ser: “... no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.

No se puede desestimar el poder de esta plegaria. Casi veinte siglos después, todavía conmueve los corazones humanos dondequiera que se predique el evangelio, dondequiera que los seguidores de Jesús sientan que el espíritu de esa plegaria arde en su corazón. A cada persona apresada en lo que parece ser una tumba de pecado, sufrimiento o enfermedad, el Cristo proclama: “¡Ven fuera! ¡Reclama tu herencia espiritual como hijo de Dios! ¡Despréndete de las mortajas del pensamiento y la vida materiales, de la esclavitud del la y de la enfermedad, y sé libre!”

¿Acaso esto parece demasiado difícil? ¿Siente usted que sus más grandes esperanzas y aspiraciones han sido enterradas hace demasiado tiempo y demasiado profundo? ¿Ha perdido toda esperanza de liberarse de la enfermedad? Entonces ¡tenga ánimo! El Cristo está aquí. La capacidad para librarse de la enfermedad y del pecado no depende de su habilidad o evaluación personal. Sea cual sea su situación humana, nada puede cambiar lo que ya es eternamente real acerca de usted y de mí: Dios es nuestro Padre Madre, y nosotros somos Suyos.

El derecho que tiene el Amor divino sobre nosotros es mayor que cualquier mal que necesitemos expiar; Su consuelo es más profundo que cualquier pesar que nos pueda afligir; Su poder sanador es más poderoso que cualquier enfermedad que nos pueda atar. “¡ Antes que Abraham fuese, yo soy!” El Cristo, la Verdad, es primero, antecede a toda creencia y origen humanos y materiales. Nada puede cambiar el gran hecho que el Cristo revela: tú eres ahora, siempre has sido y siempre serás, espiritual, el hijo amado de Dios, la niña de Sus ojos, el objeto de Su amor.

¡Qué poder de resurrección tiene el conocer esto! Como leemos en 1 Juan: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. ¿Y cuándo se manifestará El? ¿Cuándo Le veremos tal como El es? ¿Debemos esperar a un día lejano de resurrección para ser salvados, para ser sanados? ¡No! La idea verdadera de Dios está aquí, hoy, ahora mismo, para revelarnos al Padre y mostrarnos la bondad, la salud, la pureza y la plenitud de Su reflejo, el hombre.

Esta verdad brilla en el corazón mismo del mensaje de Pascua de la Ciencia Cristiana. La resurrección es, como lo explica el libro de texto de esta Ciencia: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”. Como cristianos, participamos de la resurrección de Jesús mediante esta espiritualización diaria del pensamiento. Su resurrección se vuelve nuestra en la medida en que lo seguimos en el camino hacia el Espíritu.

Y ¡qué alegría y consuelo trae comprender porqué nosotros podemos seguir el ejemplo de Jesús! El Cristo nos demuestra que nuestro verdadero ser ha sido siempre la semejanza de Dios, una con el Padre. Es por eso que cada día usted y yo podemos despertarnos a una idea nueva y elevada de la inmortalidad o de la existencia espiritual. Es por eso que cada día podemos sentir la alegría de que la creencia material está cediendo a la comprensión espiritual. Como les aseguró Jesús a sus seguidores en todas las épocas: “... vuestros nombres están escritos en los cielos”.

Seguir a nuestro Maestro en el camino no es un sendero fácil de recorrer. El dijo que sus seguidores enfrentarían desafíos y persecución. Pero no olvidemos jamás que la tristeza de la crucifixión desaparece ante la gran alegría de la resurrección, la alegría del Cristo resucitado. El mensaje perdurable de la cruz no es de tristeza y condenación, sino del triunfo de la Vida divina sobre la persecución, el sufrimiento y la muerte. La alegría de la resurrección es la comprensión gradual de que el hombre es espiritual, que Dios es nuestra Vida, y que somos, en realidad, los hijos y las hijas de Dios. Y nadie puede quitarnos esta alegría.

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