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Hay que perdonar a Capitán

Del número de abril de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una noche, después de la cena Daniel estaba en la cocina con su mamá dando unos pedazos de carne a sus dos perros Capitán y Trébol. De pronto los dos grandes perros de rubio pelaje comenzaron a pelear por la comida. Gruñían fieramente y los colmillos parecían estar mordiendo en todas direcciones.

Por un momento Daniel y su madre no sabían qué hacer, ¡la situación era alarmante! Capitán y Trébol habían sido siempre perros muy mansos y nunca peleaban. Enseguida Daniel y su mamá comenzaron a separarlos.

La madre agarró a Capitán, y Daniel a Trébol, pero antes de que ella dominara a Capitán, éste saltó sobre Trébol mientras Daniel trataba de apartarlo. Accidentalmente Capitán mordió la rodilla desnuda de Daniel.

Daniel se sorprendió pero logró mantener agarrado a Trébol mientras le gritaba palabras llenas de ira a Capitán. La mamá sacó a Capitán afuera, y a Trébol lo llevaron al sótano. Luego examinaron la pierna de Daniel. Los dientes de Capitán habían dejado cortaduras profundas en ambos lados de la rodilla.

Tanto la madre como Daniel sabían que Capitán no lo había mordido intencionalmente. Mientras la madre lavaba y vendaba las heridas del muchacho, le contaba que Capitán estaba cabizbajo y triste cuando ella lo sacó fuera de la casa.

Al día siguiente, Daniel todavía sentía mucha ira contra Capitán, ni siquiera le habló. No podía comprender cómo era posible que su propio perro lo hubiera mordido, aun por equivocación. Además la rodilla le dolía. Cuando la mamá se dio cuenta de que Daniel estaba todavía adolorido y disgustado, le sugirió que orara para sí mismo.

La familia de Daniel era Científica Cristiana, y sus miembros sentían que el amor y el poder de Dios estaban siempre presentes, todos los días. Daniel había visto que la oración y la confianza en Dios podían traer curación. También, al ir creciendo, había aprendido a orar por sí mismo, de manera que sabía que el mordisco del perro podría sanar por medio de la oración de la misma manera que habían sanado otras dolencias.

Una de las cosas que había aprendido en la Ciencia Cristiana era que Dios lo había creado todo y que Su creación era espiritual y buena, lo cual significaba que el hombre es espiritual y bueno. Daniel comprendía esto, y sabía que, en realidad, estaba gobernado y protegido por Dios. Comenzó a ver que dado que cada idea de Dios era creada y gobernada por El, entonces Dios debía estar amando y protegiendo también a Capitán.

La madre pensó que tal vez Daniel necesitaba perdonar a Capitán. Daniel pensó sobre esto. El sabía que el hecho de pensar y actuar tal como Dios creó a Sus hijos para que pensaran y actuaran, nos ayuda a lograr nuestra propia curación. Estar enojado no reflejaba esto. Daniel fue a su habitación para poder estar en silencio y pensar sobre el perdón. Cristo Jesús dijo que era importante perdonar y añadió: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado”.

Daniel comprendió que Dios es Amor y que nosotros reflejamos Sus pensamientos amorosos. Por consiguiente, ni los pensamientos de enojo que sentía, ni el dolor, formaban parte de él como hijo de Dios. No podían ser ni reales ni verdaderos porque no venían de Dios.

De pronto, Daniel se dio cuenta de que ya no estaba enojado. Amaba a Capitán, y eso siempre había sido verdad y era verdad ahora. En ese momento, se dio cuenta de que lo único que podía sentir era el sentimiento que proviene del Amor divino, no resentimiento ni dolor.

Entonces Daniel quiso buscar a Capitán y demostrarle su cariño. Al salir del cuarto se dio cuenta de que ya no cojeaba. La rodilla apenas le dolía un poco y pronto la olvidó por completo. Las heridas sanaron rápidamente.

Ese día Daniel aprendió muchas cosas importantes que nunca olvidó: que el enojo produce dolor; que el reconocerse como el hijo amoroso de Dios puede sanar; que cuando al orar reconocemos que Dios nos ama, toda creencia en cualquier cosa falsa es completamente destruida. La oración que hizo Daniel ese día ayudó a que Capitán y Trébol sintieran también el amor de Dios, porque nunca volvieron a pelear.

Nota de la madre:

Al principio, realmente no me preocupó mucho la herida porque esa noche Daniel no sentía ningún dolor, las heridas estaban limpias y ambos estábamos seguros de que sanarían. Los perros estaban completamente sanos, de acuerdo con las leyes de la comunidad.

Pero cuando a la mañana siguiente me dijo Daniel que las heridas le dolían, sí me preocupé mucho. Para mí era claro que el enojo y el dolor que el muchacho sentía eran los dos lados de la misma moneda. Estaba segura de que al sanar el enojo, sanaría también la herida.

Media hora más tarde, cuando salió Daniel de su dormitorio contento, caminando normalmente y buscando a Capitán, no tuve que preguntarle cómo se sentía porque era obvio. La curación final de las heridas sucedió rápidamente.

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