Una Noche Lei un artículo en El Heraldo de la Ciencia Cristiana con referencia al tema de la preexistencia. A la mañana siguiente, con el objeto de alcanzar algo de la parte superior de una alacena, tuve que subirme a una pequeña escalera plegable. Al bajar, salté uno de los escalones y caí de espaldas. Mi cabeza dio contra el filo de una puerta que estaba abierta y caí sobre la espalda. Grité en voz alta: “¡Padre, Padre! Soy Tu muy amada hija”. Entonces, gracias a la percepción que había obtenido mientras leía el artículo la noche anterior, declaré desde lo más profundo de mi corazón, antes de levantarme del suelo: “Padre, soy Tu amada hija, y sólo poseo la sustancia del Espíritu, que es tan permanente y armoniosa como Tú; también soy tan perfecta ahora mismo como ‘cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban los hijos de Dios’ ” (Job). Sabía que yo era realmente una idea espiritual que expresa la Mente única, Dios, y que mora en esa sustancia del Espíritu. Afirmé que, en realidad, yo no nací de la carne, sino de Dios; que mi verdadera sustancia es eterna, imperecedera e indestructible.
La parte posterior de la cabeza estaba sangrando, así que me limpié la cabeza mientras continuaba orando. Muy pronto la sangre cesó de brotar, el dolor en la espalda desapareció, y un chichón que se había formado en la cabeza pronto desapareció también.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy dice: “La Ciencia divina disipa las nubes del error con la luz de la Verdad, levanta el telón y revela que el hombre nunca ha nacido y nunca muere, sino que coexiste con su creador”.
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