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Gratitud, no podemos vivir sin ella

Del número de abril de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Alguna vez pensó acerca de la gratitud como una cualidad otorgada por Dios? La gratitud a nuestro creador deriva, claramente, de Dios, puesto que hace que nuestro progreso espiritual avance, y nos ayuda así a comprenderlo y a sentirnos más cerca de El.

La gratitud es una de las mejores cualidades. Reconoce la gracia y abundancia de Dios. Abre nuestro pensamiento a Su gobierno sabio e infalible. Esta declaración del Rey David que se encuentra en 1 Crónicas, en su profundo aprecio por el único Dios, es una inspiración: “Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos”.

La verdadera gratitud reconoce y expresa lo que proviene de Dios, el Espíritu. Es una expresión natural de lo que realmente somos, el reflejo de Dios, Su imagen espiritual. La gracia del Ser divino, Su totalidad, infinitud, armonía, gobierno y perfección, son alabados eternamente por Su creación espiritual. Nuestra gratitud refleja esta alabanza. A medida que comprendemos espiritualmente nuestro verdadero ser y nuestra relación con Dios, esta alabanza se profundiza y se vuelve más consecuente.

Es necesario que el sentido material de la vida, con su ingratitud, ceda cada vez más a la influencia de la Mente divina única mediante la oración y la purificación del pensamiento. Si sentimos gratitud a Dios, nuestro Padre, como Cristo Jesús nos enseñó que hiciéramos — agradecidos por todo lo que El es y ha hecho, y porque somos Sus amados hijos — estamos experimentando la influencia divina en nuestra vida, y ello nos bendice de incontables maneras. El sentido más pequeño de esta gratitud puede abrir un flujo de comprensión espiritual que nos permite sentirnos más cerca de nuestra fuente divina, de la fuente inagotable e ininterrumpida del bien infinito.

La Biblia nos dice que cuando Jesús alimentó a una multitud de cinco mil hombres, más mujeres y niños, con unos pocos panes y peces, él levantó los ojos al cielo. ¿Acaso no contempló la armonía divina y dio las gracias por la provisión siempre presente de Dios antes de recibirla? Su visión espiritual se apoyaba en el Principio divino, en la comprensión de la ley de Dios, que está siempre en operación. Esto le permitió probar que para el Amor divino todo es posible. En otra ocasión, le permitió resucitar a su amigo Lázaro, dando gracias a Dios antes de que Lázaro saliera de la tumba. A lo largo de toda su carrera, en sus enseñanzas y curaciones, Jesús reconoció el parentesco divino del hombre, su indestructible perfección espiritual como el hijo de Dios. El Maestro señaló el camino a la realidad espiritual, “el reino de Dios y su justicia”.

La gratitud nos permite probar la ley del bien. Nuestras bendiciones se multiplican a medida que nos sentimos verdaderamente agradecidos a Dios. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y eso nos capacitará para recibir más”.

Una manera de medir nuestro progreso espiritual es mediante nuestra gratitud. El estar agradecidos por el terreno ya recorrido abre nuestra percepción del Amor divino. Hace que seamos más receptivos al mensaje sanador y salvador de Dios, y esto es progreso genuino. La ingratitud nos roba el gozo, el gozo de reconocer y apoyarnos en nuestra fuente divina, el gozo de vivir totalmente desde una base espiritual.

Si no estamos agradecidos por la realidad espiritual y la totalidad del bien, estamos más inclinados a aceptar las influencias perjudiciales en nuestro pensamiento. Estos elementos negativos, ya sean sensualismo, deshonestidad o amargura, harían que nos separáramos de lo que es hermoso y valioso. Nos separarían de la santidad y energía divinas disponibles de Dios, nos privarían de lo que nos permitiría compartir más plenamente el bien y bendecir a la humanidad.

La gratitud está unida al gozo y al amor espiritual, cualidades que iluminan, sanan y nos liberan de la aparente garra del mal. La gratitud nos permite sentir que el Amor divino nos ama. Ilustra la actividad del Cristo sanador y salvador que está dentro de nosotros.

En las iglesias de la Ciencia Cristiana en todo el mundo, las reuniones de testimonios de los miércoles brindan una preciosa oportunidad para dar las gracias a Dios por curaciones y bendiciones recibidas. Al sanar al enfermo, el reconocimiento agradecido de que el hombre es el hijo de Dios, espiritual y perfecto como su Hacedor, incluye el rechazo de la creencia de que el mal es un poder y que la creación de Dios es defectuosa. Aun en una situación difícil, en la cual el sentido espiritual parece estar ausente, el expresar gratitud a Dios por la manera infalible con que gobierna a cada uno de Sus hijos, puede atravesar la oscuridad como un rayo de luz.

Un hombre de negocios aprendió esto en un momento en que tenía muchas dificultades con un socio. Con el propósito de poner fin a esta situación, él estaba dispuesto ya sea a comprar la parte del negocio de su socio, que eran bienes raíces, o a vender su parte al socio. Dado que él no tenía suficientes recursos como para comprar la parte de su socio, oró a Dios en busca de inspiración. Sintió que necesitaba una perspectiva más amplia, más espiritual. Un practicista de la Ciencia Cristiana también lo apoyó con su oración.

Entonces, ocurrió algo inesperado. Apareció una tercera persona que hizo una oferta alta, y entonces el precio subió considerablemente. Pero la gratitud que sentía el hombre de negocios por lo que ya poseía como la imagen de Dios, le permitió ver que lo que más necesitaba eran ideas divinas, siempre presentes y disponibles para todos. Esta percepción correcta abrió su entendimiento a la realidad de la provisión abundante de Dios. La cifra que él ofreció fue aceptada, y se retiró la oferta de la tercera persona.

La manera en que “los panes y los peces” de este hombre se multiplicaron para cumplir con la demanda financiera no fue milagrosa. Se dio cuenta de que la economía divina, en la cual la oferta y la demanda están perfectamente coordinadas, era la ley de Dios, infalible y siempre en acción. Como resultado de ello, le aprobaron el crédito. Y puesto que él se dio cuenta de que su verdadera labor era estar en los negocios de su Padre, Dios, el negocio del hombre fue fructífero, y pudo pagar todas sus deudas en corto tiempo.

El hombre de negocios era mi esposo. Cuando él falleció, me encontré enfrentando una situación similar. Tenía que pagar el mismo precio con el fin de comprar la parte de otro socio que necesitaba retirarse del negocio. La decisión me atemorizaba mucho, pero, al orar a Dios, recordé la experiencia que había tenido mi esposo y agradecí a Dios por Su bondad y sabiduría infinitas. El temor desapareció, y yo recuperé la paz de Dios, “que sobrepasa todo entendimiento”. Pude avanzar con total confianza en Dios, afirmando la realidad espiritual de mi propia identidad y la de los demás como Sus hijos.

La amplia provisión de Dios siguió siendo evidente. Las ventas del negocio aumentaron para beneficio de todos los involucrados. Aprendí que la gracia de Dios es la única sustancia que beneficia y bendice a todos.

Estas dos experiencias ilustran lo que dice el profeta Malaquías: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”.

Un diezmo de gratitud puede abrir nuestra percepción espiritual a la armonía del reino del Espíritu, con su bien infinito. Glorifiquemos a Dios, agradeciéndole por todo lo que El es y hace.

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