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“No puedes derrotar a Dios”

Del número de abril de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Lo sorprendente del cristianismo primitivo fue su inmediación. Las enseñanzas de Cristo Jesús exigían que la gente fuera e hiciera lo mismo. El poder de Dios estaba disponible para vivirlo. Si a veces nos sentimos tentados a creer que este poder ya no está presente, el siguiente relato puede ayudarnos a reafirmar nuestras convicciones.

El Dr. Isaac A O. Ojo es profesor de química en la Universidad de Obafemi Awolowo en Ile-Ife, Nigeria. En este artículo él relata dos ejemplos de los efectos prácticos de lo que ha aprendido de la Ciencia del Cristo.

Dos Semanas Despues de haber conocido la Ciencia Cristiana a través de un colega de la universidad, yo estaba sintetizando un compuesto para hacer un nuevo plaguicida. Este tipo de sustancia química se tiene que manipular con mucho cuidado durante el proceso de síntesis. Una de estas sustancias se derramó accidentalmente sobre uno de mis muslos cuando la llevaba de un lugar a otro. Unas dos horas después, el efecto de esta sustancia en mi piel fue similar a tener una brasa caliente sobre el muslo, y atada a él.

Tuve que recurrir a Dios para reconocer que lo que Jesús había dicho se podía probar: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño”. Pude darme cuenta de que esa sustancia que se derramó en mi muslo no podía afectar el conocimiento que yo tenía de que Dios es Todo-en-todo. Lo que no procede de Dios no tiene realidad en sí mismo y no tiene poder para dañar a la creación de Dios.

Al presentarme la Ciencia Cristiana, mi amigo me había dado un ejemplar del libro Un siglo de curación por la Ciencia Cristiana. Este libro es una recopilación de diferentes tipos de curaciones que se produjeron por medio de la oración durante los cien años que van de 1866 a 1966. Allí leí acerca de un químico que había tenido un accidente con cianuro de potasio, una sustancia química considerada mortal. Al recordar esta experiencia me afirmé más en mi convicción de que si el cianuro de potasio no había podido matar a ese hombre al comprender que Dios era Todo-en-todo, yo podía comprender que la sustancia que tenía sobre mi piel no me podía matar.

Sabía que Dios me había creado y, por lo tanto, El me estaba cuidando en todo momento. Sabía que El me amaba. A través de mi experiencia, recurriendo a El sin cesar, sentía que estaba sirviendo a Dios. No permití que el temor predominara sobre mi amor a Dios.

Un rato después, la sensación de ardor desapareció. No supe en qué momento exacto ocurrió. Cuando me iba a acostar, me quité los pantalones y miré el muslo. No había graves ampollas como esperaba encontrar. No había diferencia entre un muslo y el otro. ¡Me sentí tan agradecido a Dios!

Pensé que todo había terminado, pero unos dos días después, cuando me estaba bañando, me di cuenta de que tenía una mancha oscura en el pecho. Eso me alarmó. No había duda de que la sustancia química se había desplazado; la mancha tenía el color característico de la sustancia que se me había derramado.

Necesitaba eliminar el temor. Tuve que seguir orando para reconocer que nada material podía tocar lo espiritual, porque no hay combinación ni mezcla entre lo espiritual y lo material.

Fui a ver al buen amigo que me había presentado la Ciencia Cristiana, y leímos juntos. Me dijo que lo que yo estaba diciendo era correcto; que debía mantener firme en mi pensamiento que Dios es Todo-en-todo. Que nada tiene los medios para dañarme. Cuando me fui de su casa, mi confianza había renacido. Volví a trabajar como si nada hubiese pasado. Me olvidé de esa mancha en mi piel. Después de cuatro o cinco días me di cuenta de que había desaparecido. Desde ese momento no he tenido ningún problema como resultado de esa sustancia química. Me sentí muy agradecido por haber podido superar eficazmente esa situación, a pesar de mi poco entendimiento de la Ciencia Cristiana.

La Ciencia Cristiana ha sido de gran ayuda para mi trabajo. Me di cuenta de que la oración puede eliminar cualquier barrera. Por más fuerte que sea la resistencia, puede ser eliminada. Por ejemplo, es frecuente escuchar en la universidad el comentario generalizado sobre los ascensos por parte de integrantes de alguna tribu o de algún grupo étnico: Se favorece más a un grupo que a otro.

Asistí a una escuela secundaria del estado. En esa escuela no se hacían distinciones de región o de tribu. Tampoco había barreras de clases; a nadie se le daba un trato preferencial por la posición de sus padres, ya fueran ricos o pobres. Con estos antecedentes, fue muy natural para mí aceptar el método de la Ciencia Cristiana para sanar una desavenencia en mi departamento, causada por los ascensos anuales.

En determinado momento, luego de un ascenso que hubo en mi departamento, me encontré en una situación embarazosa. Tres compañeros fueron ascendidos. Al mirar sus nombres, uno podía admitir fácilmente que ese ascenso había sido en favor de un grupo étnico.

Algunos colegas de mi departamento que estaban disconformes me dijeron: “¿Acaso tú no eres mejor que ellos? Y estás allí sentado sin hacer ningún esfuerzo para cambiar la manera en que se efectúan los ascensos”. Mis colegas no estaban dispuestos a aceptar lo que eso significaría para mí: si no protestaba contra ese resultado, durante los ocho años siguientes, probablemente permanecería en el mismo cargo.

Pero enseguida rechacé sus comentarios. De hecho, había estado leyendo en la Lección Bíblica, que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, que todos somos verdaderamente perfectos y que lo que bendice a uno, tiene que bendecir a todos. Pude decir a quienes se estaban preocupando por mí: “Eliminemos esta bomba de prejuicios contra otro grupo de personas. No podrá haber alegría entre nosotros hasta que lo hagamos”. Les dije: “No se puede derrotar a Dios, y no se Le puede excluir. Así que yo no tengo ningún motivo para decirle a alguien: ‘Tú no eres mi amigo porque fuiste ascendido’. No hay ninguna razón para que yo no sea amable”.

Sabía que Dios quería que cada uno de nosotros alentara la unidad. De modo que tuve que esforzarme por acercarme a cada una de esas personas para hablar con ellas. A los que habían sido ascendidos les pedí que se identificaran con los que todavía estaban luchando dentro del departamento. A los que no estaban contentos, les pedí que fueran más dedicados y amables en sus diferentes ocupaciones.

El desafío se presentó cuando tuvimos que calificar los exámenes escritos de un grupo de estudiantes. Era una clase grande. Y teníamos que estar unidos. Cuando se lo planteé a mis amigos, se produjo un silencio. Alguien dijo: “¿Quieres decir que ya no formas parte de nuestro grupo?” Le dije: “Sí, soy parte del grupo. Pero ustedes no logran verse como son. Verdaderamente son hijos de Dios, incapaces de aceptar la desunión. Ustedes tienen que darse cuenta de eso. Cada uno tiene que desarrollar su habilidad de acuerdo con su propio criterio. Debemos aprender a alegrarnos con quienes han triunfado”.

Oré por mí mismo. Mi oración tenía dos temas: el ascenso es de Dios y “el progreso es la ley de Dios”, como menciona la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. Me sentí libre de cualquier sentimiento de falla o insuficiencia humanas. Sentí gozo y paz interior. Miraba el futuro con esperanza y gratitud. Cada día que pasaba cuando oraba sabía que todos nos habíamos sanado del prejuicio contra nuestro prójimo.

Al año siguiente fuimos testigos del mayor número de ascensos al cargo de catedrático, cosa que nunca había sucedido dentro del departamento de química. Yo fui uno de los ascendidos a ese cargo. Orando por mí mismo, me di cuenta de que estaba orando por mi departamento también.

Es por medio de la Ciencia Cristiana que podemos enfrentarnos al mundo, ya sea que el problema sea grande o pequeño. Si vivimos de acuerdo con el Principio divino, que es Dios, la Verdad, que es la luz del mundo, encontramos elevación espiritual.

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