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Así como la plaza o el mercado en una comunidad es el lugar de encuentro para la gente y sus actividades, LA PLAZA es un lugar donde los lectores del Heraldo pueden compartir experiencias y lecciones que han aprendido mediante las revelaciones espirituales adquiridas al trabajar para la iglesia y la comunidad.

Cómo entrar en la práctica de la curación por medio de la Ciencia Cristiana

Seminario

Del número de mayo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco hablamos con varios hombres y mujeres que se dedican a la práctica pública de la curación por medio de la Ciencia Cristiana. Les preguntamos acerca de sus primeros años en el ejercicio de este ministerio, y qué fue lo que los llevó a dedicar su vida a ayudar a otros por medio de la oración.

Sus antecedentes son diversos. Algunos han sido estudiantes de la Ciencia Cristiana toda la vida. Otros eran estudiantes de Ciencia relativamente nuevos cuando comenzaron a ayudar a otros por medio de lo que ellos estaban aprendiendo. Los entrevistados tuvieron diferentes ocupaciones: vendedor, capellán de la marina, enfermera de un hospital, banquero, una joven madre de cuatro niños pequeños que además se ocupaba de cuidar bebés, estas personas no se pueden estereotipar o categorizar.

Excepto, tal vez, que todos ellos mencionan, de una u otra manera, su anhelo de ayudar a otros. Este anhelo desinteresado fue reemplazando gradualmente otras ambiciones o carreras, hasta que se convirtió en el centro mismo de su vida.

Los comentarios que nos han hecho indican ciertas paradojas que son parte de la práctica pública. Por ejemplo, es innegable que la tarea es ardua (a menudo las veinticuatro horas del día) y, sin embargo, los entrevistados dijeron que era el mayor de los gozos. Es inherente a y está arraigada en el ministerio sanador que practicó hace dos mil años un solitario habitante de Galilea; y, sin embargo, el método de curación espiritual que él enseñó a sus seguidores, prueba que es eficaz para sanar las enfermedades físicas más “modernas”, al igual que para sanar relaciones interrumpidas, prejuicios, sensualismo, desesperanza y lesiones.

Hablamos con seis practicistas. Trabajar con las transcripciones de esas conversaciones fue muy esclarecedor, ¡como usualmente es el caso al redactar estas publicaciones! Desde cierto punto, por supuesto, buscamos extractos que fueran útiles, vívidos, variados, claros, tratando de organizar los comentarios de una manera natural y que fueran fáciles de leer. Pero al hacerlo, algo resultó obvio: eran mucho más que simples palabras acerca de una tarea “religiosa”. Esos relatos estaban demostrando que en vísperas del siglo veintiuno, es posible vivir una vida enteramente entregada a la realidad de un cristianismo práctico.

Todos los practicistas con los que hablamos mencionaron el anhelo de ayudar a otros.

“CUANDO UNO SIENTE QUE HA ENCONTRADO LA VERDAD...”

Yo soy de América del Sur, pero viví durante un tiempo en Inglaterra con una familia cuyos integrantes eran Científicos Cristianos. El hijo había sanado de graves lesiones en la columna vertebral por medio del tratamiento en la Ciencia Cristiana; los médicos no habían dado esperanzas de que volviera a caminar. Lo conocí cuando tenía diecinueve años y estaba en plena actividad andando en bicicleta. En ese momento pensé: “Si alguna vez me encuentro en aprietos voy a recurrir a esta Ciencia”. Pero pensé que todo se reducía a tener fe.

Más tarde, ya de regreso en mi país, asistí a una conferencia de la Ciencia Cristiana, pero me pareció que no había entendido mucho. Entonces a una de mis hermanas le apareció un tumor en la cabeza. Como consecuencia, el médico pronosticó ceguera y muerte en un término de dos años.

Recordé que la Ciencia Cristiana sana. Recorrí la ciudad buscando el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. No pude encontrarlo en ninguna librería hasta que, finalmente, encontré a alguien dispuesto a darme un ejemplar. Al leerlo empecé a comprender la naturaleza mental de lo que denominamos cuerpo físico. Se me hizo claro que realmente nada sana a menos que Dios sea el sanador; que si no es Dios el que sana, sólo cambia la creencia. Por ejemplo, si uno odia a alguien y esa persona desaparece repentinamente, el odio sigue allí hasta que se sana.

Con la ayuda de una practicista, mi hermana sanó del tumor y vivió treinta años más. Un sobrino a quien un médico había diagnosticado viruela negra, sanó por medio del trabajo de un practicista. Una sobrina que sufría de asma desde su infancia, sanó. Su familia había estado cambiando de residencia buscando un clima apropiado, pero no sanó hasta que comenzó a concurrir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Mi madre, que disfrutaba concurriendo a la iglesia pero nunca tomó en serio el estudio de la Ciencia, a los setenta años sanó por medio de la oración de un problema de estreñimiento que la había atormentado toda la vida.

Sentí mucho amor por la Ciencia Cristiana. En cuanto comprobé que era la verdad, sentí el deseo de hacer todo cuanto estuviese a mi alcance por esta Causa. Encontré tanta felicidad y alegría que quería hacer por ella todo lo que podía. Mi único deseo era el de estudiar y practicar esta Ciencia.

Traté de ayudar a todos cuanto pude; fue un largo proceso de ayudar y ayudar. Pronto estuve dedicada a la práctica pública, aunque no me anuncié de inmediato en el Journal y en el Heraldo de la Ciencia Cristiana. Aprendí que la práctica es una misión que entraña un compromiso completo, de todos los días, incluso sábados, domingos y feriados. De la mañana a la noche, cualquiera puede llamar. También viajé a otros países para ayudar a personas que lo habían solicitado.

Me dediqué a la práctica de la Ciencia Cristiana no simplemente por la curación física, sino porque percibí que era lo que estaba conduciendo a la salvación de la humanidad. Cuando uno siente que ha encontrado la Verdad y tiene el deseo de ayudar a los demás, eso es lo que lo lleva a uno a dedicarse a la práctica.


“SIEMPRE QUISE SANAR A OTROS”

Lo que realmente me atrajo a la práctica de la curación, fue el amor que mis padres sentían por Dios. Mi abuelo era pastor metodista. Su pensamiento y el de mis padres respecto a cualquier pregunta era: “¿Cómo vería esto Dios?” Debo decir que mis padres — su manera de vivir de un modo tan profundo su amor a Dios — tuvieron una gran influencia en mí.

Mi padre tenía muchos libros sobre la curación espiritual. Yo siempre quise sanar a otros. Desde mi infancia me había sentido inclinada a ayudar a sanar aunque no sabía cómo podía hacerlo. Con el tiempo, ingresé en la carrera de enfermera.

Mi esposo y yo concurríamos a varias iglesias diferentes. Hasta que un amigo le dio a conocer la Ciencia Cristiana. Cuando a mi esposo le diagnosticaron “cáncer terminal”, ambos optamos por apoyarnos en la oración. Después que mi esposo sanó por completo, mi esposo, mis padres y yo, nos volvimos sinceros estudiantes de la Ciencia Cristiana. Tiempo después, mi padre sanó de una tos muy molesta que le venía en determinadas estaciones del año.

La Ciencia Cristiana era algo que siempre habíamos estado buscando, algo que siempre habíamos deseado tener: un sistema de curación que está al alcance de todo aquél que desee ponerlo en práctica. Recuerdo a una practicista, que cada vez que la llamaba para pedirle ayuda me decía: “Dejemos que el Cristo se eleve en la consciencia”. Esto pone el trabajo fuera de lo personal, ¿no es así? Y se vuelve un camino abierto para la curación.

La gente se vuelve de un modo natural a la práctica. La curación de mi esposo me impulsó a dedicarme por entero a aprender a sanarme a mí misma y a otros. La práctica es un deseo de conocer mejor a Dios y de ayudar a otros que tienen el mismo deseo. Implica también un profundo estudio diario de la Biblia y de la verdad que explica punto por punto Ciencia y Salud. Básicamente, más que nada, consiste en orar.

Es sumamente importante que sintamos ese amor para ayudar a otros a encontrar la Verdad. A menudo suelo releer lo que dice Abigail Dyer Thompson en Conocimos a Mary Baker Eddy acerca de la manera en que la Sra. Eddy describió su propio enfoque del tratamiento: “Yo vi el amor de Dios rodeando al universo y al hombre, llenando todo espacio, y el Amor divino inundó mi consciencia de tal manera que pude amar todo lo que vi con una compasión a la manera del Cristo”.

El tratamiento consiste en ver, en cada suceso de nuestra vida, que este Amor divino rodea y abarca al universo entero. Cada idea debe llegar a ser vista en la belleza y plenitud de la realidad espiritual. En cierto modo se podría decir que ése es el comienzo de cada tratamiento, esa comprensión de que el Amor divino llena todo el espacio, rodea y llena el universo. De esto se deduce que el Amor rodea y llena cada suceso de nuestra vida.

Algunos de mis progresos más importantes en la práctica se produjeron a medida que fui aprendiendo a hacer un mejor uso de mi tiempo, evitando cosas que parecen agradables, pero que no ayudan a efectuar una curación, como por ejemplo, largas conversaciones telefónicas. A veces me quedaba sorprendida después de que alguien se retiraba de mi oficina, al comprobar que había empleado todo el tiempo de su visita en conversar sin haber dedicado ni un momento a orar en silencio. Pienso que necesitamos el silencio de la oración silenciosa, para silenciar el mal, para abrazar como abraza el Amor.

El mensaje de la Ciencia Cristiana, de la Biblia y de Dios, es que todos estamos, absolutamente centrados en el reino de los cielos, aquí y ahora, y nuestra tarea es manifestarlo en nuestra propia vida, aprendiendo a ver con mayor persistencia y convicción el universo que Dios hizo, aquí mismo.


“DESDE QUE ERA NIÑA QUISE AYUDAR A OTROS”

Desde que era niña quise ayudar a otros. Realmente anhelaba ver que se aliviara el sufrimiento en el mundo. Más adelante, participé en el movimiento de los derechos civiles en los Estados Unidos, tratando de ayudar a otros, de alguna manera, a obtener su libertad. También anhelaba encontrar una manera de salir de mis dificultades.

Conocí la Ciencia Cristiana de adulta. Había estado dedicada a la actividad literaria, y era una escritora creativa. Tenía cuatro hijos, el último todavía un bebé. Al estudiar la Ciencia Cristiana, pude darme cuenta de que le ofrece al mundo consuelo y respuestas que no se encuentran en ninguna otra parte.

Fue en esa época que tomé instrucción en clase, un curso intensivo de dos semanas impartido por un maestro autorizado de la Ciencia Cristiana. Y desde ese mismo momento, supe que quería dedicarme a la práctica pública de la Ciencia Cristiana.

Empecé a cuidar bebés, como un medio de tener un ingreso. Pero dediqué una mañana por semana, a orar por los problemas del mundo. Dejé de lado todo lo que en ese momento me preocupaba personalmente y oré por todas las necesidades que puntualizaban las noticias de The Christian Science Monitor y también por cosas que escuchaba o veía en mi vecindario. A medida que lo fui haciendo, la gente acudía a mí con sus problemas para que los ayudara, y para ayudarlos yo aplicaba lo que había aprendido de la Ciencia.

Realmente anhelaba ver que se aliviara el sufrimiento en el mundo. Más adelante, participé en el movimiento de los derechos civiles tratando de ayudar a otros, de alguna manera, a obtener su libertad.. . Comencé a darme cuenta de que la Ciencia Cristiana ofrece al mundo consuelo y respuestas que no se encuentran en ninguna otra parte”.

Al principio fue difícil para mí disponer de ese tiempo para la práctica pública, debido a que tenía tantas otras cosas que hacer y tantas otras responsabilidades. Pero cuando me puse firme respecto a esas pocas horas semanales, se abrió para mí un camino para llevar a cabo lo que yo sentía que era mi compromiso personal con Dios.

Ahora me doy cuenta cuánto me ha servido para prepararme la humildad que expresé al cuidar a los bebés. En el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud, está el relato donde María Magdalena lava los pies a Cristo Jesús. En la práctica de la curación cristiana, no puede haber ningún sentido de ambición o interés personal. Esas cosas tientan a todos. Pero lo que yo necesitaba era la purificación, el bautismo, la humildad. ¡La humildad es tan importante en la práctica! Es la cualidad que lo ayuda a uno a aprender a escuchar las respuestas sanadoras de Dios.

Cuando comencé en la práctica, no contaba con un lindo escritorio, ni con una oficina elegante, ni con un portafolio en que llevar las cosas a la oficina. No se trata de esperar recompensas mundanas, sino de realizar una tarea ardua, totalmente desinteresada y de estar dispuestos a ser zarandeados, como Jesús dijo de Pedro. Sin esa disposición y la suficiente humildad para confiar en Dios por completo, sería imposible acallar las tormentas y el acaloramiento de la resistencia que muestra la mente carnal contra la práctica.

La práctica no consiste en sentarse frente a un escritorio de caoba vistiendo un traje elegante. Sino que consiste en volverse humildemente al poder del Espíritu. Nuestra propia vida humana va cambiando de manera tal que nos modela de nuevo y nos equipa. Todo lo que es de menos importancia desaparece. La agenda cambia. He aprendido a desarrollar mucha más disciplina.. . a mantener la calma, a ser estable, a reaccionar menos a fin de tener la fuerza espiritual necesaria. De esa manera, la enfermedad o el pecado ya no impresionan tanto y uno está en condiciones de ver la curación que Dios trae a cada situación.

Mi esposo no es Científico Cristiano y tuve que llegar a un acuerdo con él para contar con su apoyo en algo que él no podía entender por completo. Necesitábamos los ingresos de mi trabajo y pasamos momento muy difíciles por problemas económicos. Uno aprende a confiar en Dios. Es un proceso de aprendizaje, que incluye ser feliz cuando uno se siente perseguido. No hay mayor gozo que ver que los demás se sanan, y sentir el amor de Dios que todo lo abarca.

Uno de los ingredientes principales para la práctica es estar dispuesto a hacerlo. Yo no era una “metafísica brillante” ni una Científica Cristiana con décadas de experiencia. De hecho, hacía sólo cuatro o cinco años que estaba estudiando la Ciencia. Pero si uno está dispuesto y preparado para que Dios lo modele y estar así capacitado para realizar el trabajo, podrá hacerlo.


“YO SIMPLEMENTE DESEABA SERVIR A DIOS DE ESTA MANERA”

El amor por la Ciencia Cristiana me hizo entrar en la práctica. Reconocí que la Ciencia tenía potencial para ayudar a los demás y percibí que podía dedicar mi vida por entero a esa actividad.

Después de graduarme en la universidad, me dediqué a las ventas y me iba bastante bien, pero no me sentía totalmente satisfecho. Entonces me incorporaron al servicio militar. Oré para que Dios me mostrara el paso que debía dar al dejar el servicio militar.

Empecé a sentir que no necesitaba esperar por tiempo indefinido para dedicarme por entero a la práctica de la curación. Hasta entonces, yo había pensado que entrar en la práctica iba a ser un paso natural que vendría al jubilarme después de haberme ocupado por un tiempo en los negocios. Pero ahora veía que podía comenzar a dedicarme al estudio y al trabajo de curación que yo tanto amaba, sin necesidad de esperar; y que era algo que el mundo necesitaba más que cualquier otra cosa.

El punto clave para mí fue aprender a recurrir a la Mente divina en busca de ideas, orando para percibir las ideas espirituales que pudiesen servir para beneficiar a los demás. El deseo de servir es lo que nos da el impulso. Si aquéllos que están considerando comenzar la práctica pública pensaran de qué manera pueden beneficiar y servir a los demás, entrarían en la práctica de una manera natural, y otros se acercarían a ellos en busca de ayuda.

Recuerdo que cuando comencé la práctica —¡y mis ingresos no eran precisamente excesivos!— al llegar a la oficina, me resistía a abrir la correspondencia para no ceder al impulso de ver si había llegado algún cheque y, en cambio, me dirigía a la Mente divina en busca de ideas que pudiesen sanar y beneficiar a otros. Después de haber estado en la práctica poco más de un año y antes de anunciarme en el Journal, acepté un trabajo por horas durante un año y medio. A su término, había pagado todas las deudas en que había incurrido anteriormente, y podía mantenerme por medio de la práctica.

Al entrar en la práctica, deseaba con tanta intensidad dedicarme a ella por entero, que estaba dispuesto a hacer cualquier tipo de actividad que me facilitara continuar en ella, aunque se tratara de fregar pisos. Mi único deseo era hacer ese trabajo, servir a Dios de esa manera. Nada más, literalmente nada más, tenía importancia para mí. Pienso que ese anhelo de dedicarme por entero fue lo que lo hizo posible.


“TENEMOS QUE AMAR ESA TAREA DE TODO CORAZON”

Cuando tenía poco más de veinte años, enfermé gravemente. Después de haberme sanado por medio de la oración, quise dedicar mi vida a la práctica de la curación espiritual. Cuando uno pasa por una experiencia de esa índole — la curación de un tipo de enfermedad grave — se llega a percibir que nada es real sino Dios y Su totalidad.

Una de las lecciones importantes que tuve que aprender durante ese proceso, fue el concepto verdadero de cuerpo, que el hombre no está definido por el cuerpo humano. El practicista y el paciente no se dedican, básicamente a trabajar para cambiar un cuerpo material sino para despertar el pensamiento hacia lo que es el ser espiritual. El cuerpo responde a un cambio en el pensamiento. Es preciso que seamos transparentes al poder del Espíritu, de Dios, a fin de traer curación a todos los aspectos de nuestra experiencia.

Uno debe brindar todo su corazón y amar el trabajo sanador. La Sra. Eddy escribe en el Manual de La Iglesia Madre que “Dios requiere todo nuestro corazón.. .” Y, realmente, desde que sané lo único que me ha interesado es servir a Dios y al hombre. Una vez me llamó una mujer pidiendo que la ayudara y le contesté: “Me va a dar mucho gusto ayudarla”. Hubo un prolongado silencio. Finalmente, pregunté si todavía estaba en la línea. Ella simplemente respondió: “Creo que lo dice en serio”. La sustancia de la práctica en realidad consiste en amar la tarea con todo nuestro corazón.

Todos anhelan profundamente ser amados, sentir el amor de Dios. ¡Los que tienen hambre y sed de justicia son bendecidos!


“EL TRABAJO SANADOR ES LA LABOR MAS GRATIFICADORA DE ESTE MUNDO”

Lo que me atrajo a la práctica fue un deseo de ayudar a los demás. Después de tomar instrucción en clase Primaria con un maestro de la Ciencia Cristiana, empezaron a pedirme ayuda por medio de la oración, compañeros del banco donde trabajaba, amigos y familiares. Luego, tres años después de haber terminado la universidad, fui elegido Primer Lector de mi iglesia filial. Mientras me preparaba para los servicios, pensaba: “¡Cómo me gustaría dedicar mi vida a esta clase de oración y estudio!”

Más tarde, durante la guerra, serví como capellán de la Marina de los Estados Unidos. Mis trece años en la Marina estuvieron colmados de práctica. Apenas llegué a la base me empezaron a pedir tratamiento. Las curaciones espirituales que presencié durante esos años — de tuberculosis, cáncer de mama, neumonía, problemas conyugales y laborales, y otros — más tarde me dieron la base para dedicarme por entero a la práctica pública de la Ciencia Cristiana.

Tuve que comprobar la eficacia de la ley de Dios, del poder sanador subyacente en esa labor. El trabajo sanador es la labor más gratificadora del mundo. Es comprender el poder de Dios a través de la oración.

Para mí, la manera de entrar en la práctica fue purificar y espiritualizar mi pensamiento, y luego dejar que la práctica creciera junto a otras actividades de mi vida diaria, hasta que la práctica fue reemplazando todo lo demás. Hay una ley de Dios que conduce a cada uno a su propia práctica. Es el mantenerse firme en esa ley, y no un sentido de responsabilidad o habilidad personal, lo que efectúa la curación.

Una lección de vital importancia para mí fue encontrar el camino, a través del laberinto de la resistencia humana, para confiar en Dios a fin de poder llevar a cabo mi práctica, sin tener medios económicos con qué vivir. Tuve que percibir que los recursos infinitos del Espíritu eran el poder que operaba detrás del desarrollo de la práctica. Cuando decidí abandonar la Marina para dedicarme por entero a la práctica pública de la Ciencia Cristiana, dejando atrás un sueldo y la promesa de una pensión, me di cuenta de que podía confiar en el Espíritu y aferrarme al hecho de que estaba ampliando mi compresión de lo que significa servir a Dios a través de la práctica. Yo sabía que confiar en Él para que me mostrara el camino y la manera de satisfacer las necesidades de nuestra familia. Pasaron dos años antes de que viera las pruebas tangibles de esto.

En un momento dado durante esos primeros años, nos quedamos sin dinero y la solución vino por medio del préstamo de uno de los bancos más importantes de nuestra ciudad. El empleado a cargo de los préstamos me dijo: “Joven, usted no tiene recursos, ni tiene una garantía. Voy a tener que darle el préstamo por lo que veo en su cara”. Y fue lo que hizo.

Los supuestos límites del materialismo desaparecen frente al punto de vista espiritual. El adquirir un punto de vista espiritual puede ser una experiencia comparable a la resurrección. La Sra. Eddy lo explica claramente en Ciencia y Salud, cuando habla del efecto que la resurrección de Jesús tuvo sobre los discípulos ayudándolos “.. . a elevarse a sí mismos y a elevar a otros del embotamiento espiritual y de la fe ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas”. Esta es una poderosa declaración de la curación espiritual y de la realidad de la Vida.

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