Para Quienes Recurren a Dios, la Mente divina, en procura de curación — y que se están enterando acerca de la naturaleza mental de la experiencia humana — simplemente no es práctico pasar por alto las tendencias importantes del pensamiento en las ciencias.
Para muchos de nosotros, términos tales como genética y ADN pueden parecer distantes y muy especializados. Pero al igual que muchas regiones del mundo, a las que tal vez hayamos pasado por alto hasta que ya no nos es posible ignorarlas — Azerbaiján, la Plaza Tiananmen, Timisoara — los campos en expansión de la investigación científica influyen nuestra vida diaria.
El crecimiento fabuloso de la investigación genética desde los comienzos de los años 1950 ofrece a la gente promesas cada vez más audaces. Lo que pensamos acerca de la genética — o las llamadas leyes de la herencia — parecen tener ahora un poderoso control en la experiencia humana, abarcando la salud, el intelecto y los talentos humanos.
Para una gran parte del mundo, los puntos de vista acerca del hombre como (1) un ser biológico que se mantiene perpetuamente por sí mismo y como (2) creado por Dios, coexisten en una tregua histórica. La rápida expansión de la investigación genética en la segunda parte del siglo veinte está empezando a desarmar esa alianza inestable. La tendencia principal del punto de vista de la ciencia respecto al hombre y la tendencia principal del punto de vista de la religión respecto a él, tienen cada vez menos lugar para coexistir.
El modelo biológico está afirmando sus derechos sobre aspectos humanos que, por mucho tiempo se ha aceptado, pertenecen al dominio espiritual o religioso. Por ejemplo, se considera cada vez más que el comportamiento ético y la posibilidad de reforma son predeterminados genéticamente.
En algunos aspectos esta invasión del “territorio” religioso ha suscitado pocas protestas. Ciertamente no ha incitado nada en la escala de las explosiones ortodoxas, desde el siglo diecinueve al presente, sobre los escritos de Carlos Darwin acerca de la evolución. Casi pareciera que pocos han notado la conclusión hacia la cual algunas ramas de la investigación genética se dirigen rápidamente: un punto de vista totalmente materializado acerca del hombre. En este hombre genéticamente “programado” poco queda del hombre espiritual, del hombre hecho por Dios, excepto una vaga aura de “maravilla” por la complejidad de la forma humana.
El hombre bioquímico, nacido para cumplir su destino genético —si, de hecho, es el modelo verdadero para descubrir al hombre— quisiera hacer improcedente a un Salvador que vivió para la “remisión de los pecados”, la curación de la enfermedad, y que hizo un llamado radical a “nacer de nuevo”.
Un breve relato publicado en el número de septiembre de 1990 de The Christian Science Journal, hablaba sobre la erradicación de una enfermedad hereditaria. El informe era de una madre. Describía un incidente que había ocurrido poco después que ella empezó el estudio de la Ciencia Cristiana:
“Mi hijo menor, quien en el pasado había estado atormentado por el asma, sufrió un ataque. No obstante, en esta ocasión, yo estaba completamente dedicada a obtener una comprensión más clara del amor de Dios y el gobierno que El tiene sobre nuestra existencia.
“Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien estuvo de acuerdo en orar por nosotros. Empecé a decirle a la practicista que el asma había sido hereditaria en nuestra familia por generaciones, y ella corrigió prontamente mi manera de pensar. Me explicó que sólo hay un concepto verdadero de herencia y que está basado en la relación espiritual de Dios y el hombre de Su creación...”
La madre aludió a dos puntos de vista acerca del hombre: uno, que el hombre está formado por la herencia humana; y el otro, que el hombre es linaje de Dios. Percibió que estos dos puntos de vista no podían coexistir pasivamente. “En consecuencia”, siguió diciendo, “las creencias de una herencia o existencia material aparte de Dios tienen que ser completamente descartadas y reemplazadas con la total aceptación de que Dios es nuestro Padre y que el hombre es Su linaje espiritual.
“Cuando verdaderamente acepté el hecho de que la relación espiritual entre Dios y el hombre es omnímoda y está por siempre intacta, mi hijo sanó”.
Es un relato modestamente audaz. Sugiere que la cadena de “generaciones” de cierta enfermedad pudo romperse por el deseo de una madre de ver a su hijo sano. Ante la gran revolución genética, el relato podría descartarse como contrarrevolucionario, anticientífico, o algo así como una creencia de familia. No obstante, lo que es notable acerca de este relato no es su singularidad, sino su total normalidad dentro de los anales de muchas familias de Científicos Cristianos. Estas experiencias ocurren fuera de los laboratorios de las instituciones académicas y farmacéuticas. Sin embargo, ofrecen adelantos prácticos hacia el logro del “hombre mejor” que las investigaciones genéticas y el cristianismo fervientemente buscan.
Es indudable que muchas investigaciones genéticas están motivadas por un sincero deseo de desarrollar un sistema más científico dentro del cual tratar la enfermedad. La “ingeniería” genética, prevista por muchos investigadores, no es al estilo de los horrores eugenésicos y holocáusticos de la Segunda Guerra Mundial destinados a “mejorar” la “cepa humana”. En vez de eso, los investigadores de hoy en día predicen que un manipuleo benévolo de los genes humanos puede excluir propensiones a enfermedades o a la criminalidad. Predicen una raza mejor, no mediante la regeneración cristiana, sino mediante la reestructuración genética.
Pero no todos, incluso en los campos de la ciencia, mantienen una fe casi religiosa en la capacidad de la ciencia para sanar los males del mundo. El azote del SIDA, los peligros de la radiactividad, el lado ominoso de los efectos secundarios de las “drogas especiales” son desarrollos sobrios en un siglo que ampliamente aventaja a eras anteriores en su sofisticación científica.
Un biólogo con quien hablé hace poco, un europeo occidental que lleva a cabo una avanzada investigación científica sobre genética en una de las universidades preeminentes de los Estados Unidos, cuestionó los vastos recursos que se invierten sin medida en investigaciones financiadas por el gobierno destinadas a explorar por entero el código genético humano. Tal investigación, acotó, es “fascinante” en sus promesas y atractiva para la gente que quiere ganar mucho dinero. Pero vio pocas pruebas de que cumpliría las enormes promesas médicas que ofrece.
No obstante, la investigación genética está suscitando preguntas importantes: ¿Darán fruto nuestros esfuerzos por comprender al hombre, indagando más minuciosamente el prototipo de la materia, como si ésta existiera independientemente de los factores mentales? La investigación genética programada para el período comprendido entre hoy y el año 2005 y en la que se invertirán billones de dólares — ese esfuerzo masivo para enumerar los tres mil millones de nucleótidos “que constituyen el complemento genético de una persona” Mapping and Sequencing the Human Genome (Washington, D.C.: National Academy Press, 1988), págs. 6–7. ¿acaso realmente nos guiará hacia donde esperamos llegar en nuestra comprensión del hombre y la curación en la primera parte del siglo veintiuno? Afortunadamente, otras voces de la comunidad biomédica indican la función de la consciencia al definir la realidad y la curación. Por eso surge la pregunta: ¿Es realmente el totalitarismo biológico la tendencia del futuro? ¿O las exploraciones de la humanidad considerarán más seriamente la naturaleza mental y espiritual de la realidad?
La respuesta a estas preguntas podría muy bien depender de la respuesta de quienes están persuadidos de la naturaleza espiritual de la creación. Las preguntas insinúan cuánto más radicalmente comprometidos y sistemáticos deberán volverse los Científicos Cristianos en la demostración de su convicción de la realidad espiritual y práctica. Puede ser que nos encontremos haciéndonos cada vez más preguntas acerca de nuestra propia vida; no como una clase de programa de automejoramiento espiritual, sino porque amamos demasiado a Dios, a la humanidad y a la curación espiritual como para dejar tales preguntas para otro día u otra generación. Podríamos hacer preguntas que sondean la posibilidad de ir en procura de crecimiento espiritual mientras aceptamos una perspectiva generalmente material. Por ejemplo: “¿Puedo confiar sinceramente en el Espíritu divino en procura de curación mientras mi vida está orientada hacia la adquisición de más materia, de un cuerpo humano formado de una manera especial, y de una existencia humana confortable?” “¿Puedo recurrir más activamente al poder sanador de la Mente omniactiva si creo que hay mente en la materia y que yo tengo esa mente?” “¿Puedo demostrar más rápida y firmemente la curación en mi familia y estar libre de enfermedades hereditarias sin comprender que el ser de todos los niños deriva de Dios?”
El aclarar estos puntos en nuestra vida personal sí nos lleva a mejores curaciones. Y de esa manera, la curación verdaderamente científica se verá menos como una promesa futura para la humanidad y más como una realidad presente.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana describe a los estudiantes sinceros de esta Ciencia como la gente más sistemática de la tierra. Mary Baker Eddy escribe en Retrospección e Introspección: “Los Científicos Cristianos genuinos son, o debieran ser, la gente más sistemática y cumplidora de las leyes, de todo el mundo, porque su religión exige implícita adhesión a reglas fijas, en su ordenada demostración”.
Al vivir más firmemente su convicción de que el hombre, el hijo del Espíritu divino, es enteramente espiritual, muchos han comprobado cada vez más la validez práctica de la declaración del Salmista: “Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos”.
Hoy en día pareciera como si la pregunta de quiénes somos se hubiera desplazado del teólogo al investigador biomédico. Pero realmente jamás ha habido nada especializado acerca de la pregunta. La manera en que cada uno responde, afecta profundamente nuestra vida diaria. Por ejemplo, dentro de mi propia familia hemos hallado gran luz y curación práctica para nuestros niños en una convicción cada vez más profunda de que no sólo nuestros hijos, sino que todo niño y adulto en todas partes pertenece a Dios, solamente a Dios.
Mucho más que una generosa actitud humana que no hace distinción alguna, este sentido, cada vez más universal, de la identidad espiritual de todos los hijos de Dios, es indispensable para obtener curación espiritual consecuente en la Ciencia Cristiana. Simplemente no hace sentido intentar orar desde el punto de vista de que soy hija de Dios pero que el modelo básico de la humanidad es biológico. He visto que la oración firme en conformidad con esta manera de pensar, me ha capacitado para enfrentar los desafíos de salud y de rasgos de carácter dentro de nuestra familia, con mucho menos temor o aflicción de lo que lo hubiera hecho de otra manera. La antigua palabra cristiana bienaventurados tal vez describa mejor cómo se siente toda la familia después de — y cada vez con más frecuencia durante— cada curación. Hace poco, después de una curación particularmente rápida y decisiva, nuestro hijo de edad preescolar, se sintió profundamente conmovido por lo que había experimentado de los efectos de la oración. Cuando nos sentamos sosegadamente mi esposo, el niño y yo, el niño describió la experiencia así: “Ahora es como un nuevo día”.
Al igual que el investigador genético, el Científico Cristiano podría preguntarse: “¿Dónde queremos que esté la humanidad en el año 2005?” Al preguntar sinceramente, podríamos ver que la pregunta se relaciona bastante sorpresivamente con “¿Dónde quiero estar mañana o la semana entrante en mi comprensión de quién soy? ¿Qué se necesitaría para llegar ahí?”
El cambio verdaderamente progresivo para la humanidad siempre ha exigido que la gente esté dispuesta a cambiar, a abandonar los viejos hábitos de pensamiento, a ampliar su punto de vista de cómo puede ser la vida y cómo se propuso que fuera. Lo que podríamos considerar como casi una intuición universal — de que somos mucho más que un agregado previamente programado de interacciones bioquímicas — de ninguna manera es la suposición fundamental de mucha de la investigación actual y gastos masivos de dinero, intelecto y creatividad. Para cambiar la dirección de la búsqueda de nuestra sociedad para saber quiénes somos, de una estructura material a una espiritual, puede ser necesario que cambiemos la dirección de nuestras aspiraciones individuales. Puede que necesitemos dejar de construir una vida de bienestar mundano para convertirnos más en lo que realmente somos: la criatura de Dios, Su linaje totalmente espiritual.
Incluso la vislumbre más pequeña de que pertenecemos a Dios, cambia el enfoque total de nuestro esfuerzo por comprender al hombre. Se vuelve menos un asunto de calcular cómo están estructurados los humanos, y más un asunto de someternos a lo que Dios está revelando de las mujeres y hombres espirituales que El hizo que fuéramos. Al aprender lo que es Dios, aprendemos lo que es el hombre. Realmente no hay otra manera, puesto que el hombre creado por Dios no tiene nada que no derive directamente de su Padre-Madre. Cuanto más vayamos hacia la materia y nos apartemos de Dios en nuestro esfuerzo por comprender al hombre, tanto más estaremos examinando las construcciones de nuestra propia hechura, por muy “objetivamente reales” y más ampliamente aprobadas que parezcan ser.
Las pacientes enseñanzas de Cristo Jesús a sus discípulos muestran que la comprensión de nuestra identidad espiritual puede que no venga de un día para el otro. Se necesita crecimiento en esa transparente espiritualidad que discierne la naturaleza verdadera de la realidad. Este crecimiento entraña el aprender a amarnos los unos a los otros como Jesús amó, aprender paso a paso que podemos confiar en Dios para sanarnos y sostenernos a nosotros y a todos. La Sra. Eddy explica: “El amor espiritual hace al hombre estar consciente de que Dios es su Padre, y el estar consciente de Dios como Amor da al hombre un poder que se desarrolla en medida indecible” (Mensaje para el año 1902).
Este hombre espiritual es la identidad que cada uno está descubriendo. Y está ahí para que la descubramos en cuanto a cada niño, mujer y hombre. Se nos ha mostrado el camino en palabras sencillas luminosamente vívidas: que Dios es nuestro Padre. Y que el amor e incesante protección del Amor divino son nuestra herencia y progenitura.
