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La presencia del Amor es el antídoto contra el terrorismo

Del número de mayo de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Terrorismo No es nada nuevo. En tiempos bíblicos y durante épocas un poco más recientes, tribus guerreras de repente atacaban a los habitantes pacíficos de una zona y asaltaban sus hogares, atacaban sus altares y robaban sus cosechas y ganado. Mataban a los hombres y tal vez se llevaban a sus mujeres e hijos como esclavos o rehenes.

De igual manera, en el mundo de nuestros días, hay quienes procuran efectuar cambios políticos o económicos mediante el uso de la fuerza y la sorpresa. Cuando ocurren tales atrocidades, los políticos prominentes y los líderes eclesiásticos condenan con justicia la violencia. Afirman que la violencia jamás conseguirá su propósito; la policía y las fuerzas de seguridad exigen más vigilancia humana; los ingenieros y técnicos redoblan sus esfuerzos por diseñar dispositivos que detecten las armas de varios tipos que están ocultas.

Ante todo esto es muy tentador para la “gente en general” creer que la situación en su totalidad es incontrolable y que no puede hacer nada al respecto. ¿Nada? ¡De ninguna manera!

Aun cuando las formas en que se cometen los actos de violencia han cambiado enormemente desde los tiempos bíblicos, la naturaleza fundamental del problema no ha cambiado en lo más mínimo. ¿Por qué? Porque el problema está basado, y siempre ha estado, en el falso concepto de que el mal tiene poder verdadero que puede atacar sorpresivamente y que, en consecuencia, puede lastimar a gente inocente. El Salmo noventa y uno trata de una manera comprensiva esta situación. Al hablar de la relación del hombre con Dios, declara: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios en quien confiaré”.

El confiar, no sólo el esperar, es esencial porque tal certeza del cuidado de Dios empieza a destruir el error que quisiera inmovilizarnos. El mismo Salmo sigue entonces para abordar el aspecto sorpresivo de los ataques terroristas: “No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día”. Y después esas palabras tranquilizadoras: “Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada, pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”.

Que estas promesas no son meras abstracciones, que tienen el único propósito de que no pensemos en nuestras dificultades, lo demostró un joven Científico Cristiano que estaba en servicio durante un período requerido en las fuerzas armadas de su país. Fue enviado con destino a un lugar en ultramar donde el terrorismo se había desenfrenado. Un grupo organizado estaba siguiendo una línea política de varios siglos de antigüedad y estaba procurando provocar un cambio mediante una campaña de bombardeos y tiroteos sorpresivos. Al llegar a ese país, el joven se vio ante la dificultad de defenderse contra un enemigo invisible e imposible de identificar, cuyos movimientos eran difíciles de anticipar. Esto era muy diferente de luchar en una guerra común y corriente.

Después de semanas y meses, hubo ocasiones en que la tensa situación se volvió muy angustiosa. El sentido del humor, por supuesto, ayudaba, pero comentarios de que se podría dormir mejor durante la noche si alguien quitara la bomba que se había colocado debajo de la cama de uno (una situación no desconocida) contribuía a proveer sólo un respiro superficial.

El joven militar sintió gran necesidad de mantenerse firme en su estudio de las Lecciones Bíblicas que aparecen en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, así como en la oración constante basada en el Salmo noventa y uno. Las declaraciones de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy fueron también útiles. La siguiente frase le pareció especialmente significativa: “En todo momento, y bajo toda circunstancia, vence con el bien el mal. Conócete a ti mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal. Si estás revestido de la panoplia del Amor, el odio humano no puede tocarte”. Estos conceptos tranquilizadores no sólo lo consolaron, sino que le dieron el sentido verdadero de la presencia de Dios en su vida y la aceptación de la protección del Amor divino. Sabía por su estudio de las enseñanzas de Cristo Jesús que nunca podía estar separado de Dios.

Cierta noche hubo un acontecimiento muy especial. Algunos actores visitantes habían venido para ayudar a aliviar la tensa atmósfera que prevalecía, presentando un espectáculo ligero. El lugar del espectáculo era un salón de cine rudimentario, que estaba colmado de espectadores. Al entrar, el joven Científico Cristiano sintió la necesidad de que su pensamiento estuviera lleno de hechos espirituales en conformidad con lo expresado anteriormente. Oró para estar seguro de la presencia del Amor y comprender que la totalidad del Amor, por su naturaleza misma, tiene que excluir el odio. Ciencia y Salud confirma esto cuando dice: “El Amor tiene que triunfar sobre el odio”.

Después de que terminó el espectáculo y todos habían salido, explotó una bomba en el cine. Había estado ahí con ellos todo el tiempo, pero no había explotado.

En otra ocasión, una o dos semanas después, el mismo joven pasó unas horas en otro país cercano, donde había estallado una guerra común y corriente. Mientras esperaba en el campo de aviación el vuelo de regreso para irse, buscó unos minutos de soledad yendo hacia el mar que estaba cerca. Al cruzar la playa notó que lo estaba vigilando cuidadosamente a lo lejos un oficial de las fuerzas armadas de su propio país. Cuando el oficial vio que el Científico Cristiano lo estaba mirando, le advirtió que estaba en medio de un campo minado. El joven militar se quedó quieto y oró a Dios para que le mostrara qué debía hacer.

Percibió que su difícil situación debía resolverse sosegadamente. Había algunos helicópteros en el campo de aviación cercano que, en el momento oportuno, podrían venir para sacarlo del peligro. Pero le pareció que la solución correcta espiritual debía ser discreta y menos dramática. Le vino la idea de simplemente volver caminando sobre sus propias pisadas dejadas en la arena. Entonces la sabiduría agregó este discernimiento: “No trates de pasarte de listo intentando caminar hacia atrás exactamente sobre tus pisadas; podrías caerte fácilmente al hacerlo”. Regresó a salvo sin ningún problema.

El libro de Isaías proclama: “Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro. Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades. Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. Hay que notar que no dice: “Cerrad las puertas para que no entren las hordas merodeadoras de pensamientos antagonistas y agresivos”. Más bien, ¿no nos está diciendo este pasaje que abramos el pensamiento y que dejemos entrar a los ángeles, las ideas inspiradas que vienen de Dios? Estas ideas que provienen de nuestro Padre brindarán a cada paso la protección misma que necesitamos.

De esta manera encaramos y destruimos en nuestro pensamiento la creencia de que somos meramente seres humanos frágiles y vulnerables a los que los ataques sorpresivos del mal pueden dañar o matar. La oración inspirada nos capacita para reemplazar estas sugestiones con la certidumbre de la protección verdadera y constante de Dios. Noche y día, cuando estamos dormidos o despiertos, podemos establecer firme y devotamente nuestra “panoplia” o escudo que nos protege de cualquier daño, tal como un padre bondadoso protege a un niñito de cualquier daño. Y una vez que establecemos esta comprensión de la protección de Dios en nuestra consciencia, no tenemos que continuar restableciéndola, como si estuviéramos trabajando día tras día para resolver de la misma manera este mismo problema. Podemos esperar confiadamente protección tanto para nosotros mismos como para todos.

Al hacerlo, cada uno de nosotros está tomando parte en asegurar para toda la humanidad la paz del mundo que todos tan sinceramente anhelamos ver.

Tu justicia es como los montes de Dios,
Tus juicios, abismo grande.
Oh Jehová, al hombre y al animal conservas.
¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se
amparan bajo la sombra de tus alas.

Salmo 36:6, 7

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