Hay Un Cartel que aparece hoy en día en los gimnasios, en los vestuarios y en las zonas de entrenamiento. El cartel dice: “Simplemente hazlo”. Los atletas disciplinados y dedicados aparentemente no necesitan que se les diga qué significa esa frase. Esas dos palabras les ofrecen un mundo de significados concisos y estrictos.
El resto de nosotros puede beneficiarse de interpretar estas palabras. En esencia la frase significa: “¡Deja de hablar, de quejarte, de posponer! ¡Actúa! ¡Haz lo que debes hacer! Finaliza tu trabajo. Y hazlo ahora, ya sea que sientas que te agrada o no”.
El mensaje puede servir como un breve y poderoso recordatorio para quienes están esforzándose por seguir la disciplina del cristianismo científico. La mayoría de nosotros necesita hacer más de lo que sabemos que se puede hacer. En lugar de dudar de nuestra capacidad para hacerlo o de esperar el momento en que “estemos menos ocupados”, o que “hayamos aprendido más”, vemos que podemos actuar de inmediato y simplemente hacer lo que debemos. Y esto no significa “prepararse”, ni pensar seriamente en la posibilidad de hacerlo, ni aparentar que lo estamos haciendo. Significa actuar.
Con frecuencia, el mayor enemigo de la sociedad y de las personas no es el ataque agresivo del exterior. Es el hecho mismo de que no hacen lo que saben que deberían hacer.
Todo lo concerniente a la Ciencia del cristianismo, el cristianismo original de Jesús, impulsa a la acción. Los relatos de la Biblia no le dan al lector un sentido de pasiva resignación frente a lo que hacían los cristianos primitivos. Ellos no confiaban en un tipo de pensamiento positivo o autoestímulo, sino que evidentemente esperaban que al hacer con honestidad lo que Cristo Jesús les pedía que hiciesen, les sería posible mejorar su vida. Y les sería posible, no porque los seguidores de Cristo tuvieran una fuerza de voluntad y una firmeza de carácter extraordinarias, sino por lo que Jesús les enseñaba sobre Dios. Esta nueva idea espiritual acerca de Dios, les mostraba algo muy diferente de la acostumbrada serie de enfermedades, temor, apatía, pecado y muerte.
Esta idea verdadera de Dios es el Cristo, que sigue siendo una fuerza inspiradora en la vida de la gente. Es la razón básica por la cual también nosotros podemos “simplemente hacerlo” a pesar de las grandes dudas que pudiésemos tener de que aún no estamos preparados, de que no somos lo bastante buenos o de que no estamos lo suficientemente inspirados. El Cristo es una presencia constante en cada uno de nosotros. Impulsa nuestros serios esfuerzos para obedecer a Dios hasta que entran en acción. Cuando nuestra oración entra en acción y hacemos el esfuerzo para mejorar, cualquiera sea el nivel en que nos encontremos, descubrimos que Dios en realidad ya nos ha dado ese “mejoramiento” que estamos tratando de alcanzar. Por lo tanto, es natural que el hombre lo exprese.
El espíritu del Cristo es un testigo constante de la verdadera realidad misma de Dios, del Espíritu, y del hombre como hijo, o la expresión espiritual, de Dios. Nos demuestra que el bien que nos esforzamos por alcanzar, es tan solo una pequeña parte del bien que llena el universo, y que Dios sabe que es la verdad acerca de Su creación espiritual, incluso el hombre.
En una carta breve y sincera dirigida a unos amigos de una iglesia filial de la Ciencia Cristiana que eran muy trabajadores, Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, confesó en una oportunidad: “Mi trabajo es luz reflejada, — una gota procedente de Su océano de amor, de la gloria no derivada del Esse divino... Avanzad. El camino es angosto al principio, pero se ensancha a medida que caminamos por él” (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany).
En la Ciencia del cristianismo la demanda “Simplemente hazlo” exige más que avanzar con los pasos externos que necesitamos dar. Debemos — y podemos — quebrar el sentimiento mesmérico de la resistencia pasiva que nos impediría dar los pasos prácticos que debemos dar; pasos tales como asegurarnos de que realmente estamos dedicando algún tiempo cada día al estudio espiritual y a la oración, que realmente estamos leyendo la Lección Bíblica que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana; pasos como hacernos miembros de una iglesia o tomar instrucción en clase Primaria de la Ciencia Cristiana. Pero en cada etapa de progreso la exigencia más importante siempre va a ser que nuestro pensamiento pase de una evaluación de la vida basada en los sentidos materiales a la comprensión espiritual de lo que es real.
El Cristo, la Verdad, aún está aquí para ayudarnos a hacerlo, pero debemos estar dispuestos a alcanzar la Verdad y aferrarnos a ella. Este Cristo, la Verdad, nos dice, por ejemplo, que la enfermedad no es la voluntad de Dios y que El nunca la creó. Por lo tanto, es literalmente un error que pierde su dominio sobre la mente y el cuerpo cuando la verdad espiritual alborea en la mente humana.
Contrariamente a las, algunas veces, vívidas apariencias, no vivimos en un universo material de suerte ciega ni bajo las aparentemente implacables e insensatas leyes de destrucción que producen la enfermedad, las debilidades genéticas, los accidentes y la guerra. La comprensión espiritual nos muestra que realmente vivimos en la creación espiritual de Dios y bajo Su justo y amoroso gobierno divino.
No sorprende demasiado que la mente humana encare a veces esa verdad con cautela y vacilaciones. Titubea. No obstante, la evidencia es que esa Verdad ilimitada, que es el Consolador o el espíritu mismo del Cristo y del Espíritu Santo que impulsó al cristianismo primitivo, todavía sana y ayuda a aquellos que hacen el esfuerzo para responder a la misma. La curación que resulta de ello es con frecuencia tan notable que indica la necesidad de adquirir un entendimiento totalmente nuevo de lo que es real e irreal, lo que es sustancia y lo que no es sustancia, lo que es ley y lo que no es ley.
La vieja historia de la existencia humana es bien conocida y está bien deteriorada. La nueva, que nos dice que Dios, el Espíritu, es la Vida del hombre aquí y ahora — las buenas nuevas que anunció Jesús —, sustenta toda la promesa. Realmente vale la pena actuar de acuerdo con ella.
He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos;
pero todos seremos transformados, en un momento,
en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta;
porque se tocará la trompeta, y los muertos
serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción,
y esto mortal se vista de inmortalidad...
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes,
creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo
que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
1 Corintios 15:51–53, 58