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¿Acaso puede haber progreso sin efectos secundarios negativos?

Del número de enero de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ultimamente Ha Habido grandes y rápidos cambios en muchas partes del mundo. Todos hemos visto imágenes conmovedoras en la televisión o hemos leído en la prensa, con cuanta alegría y emoción los pueblos de sociedades totalitarias celebraban su recién ganada libertad. Sin embargo, después las noticias parecían concentrarse cada vez más en lo que parecería ser la otra cara de la moneda. Estos cambios radicales, especialmente en los sistemas económicos, traen aparejado un gran ajuste, lo que hace que los ciudadanos, en muchos casos, sufran escasez.

¿Acaso tiene que ser así? En la experiencia humana parecería que es así. Resolvemos un problema y, por otro lado, parece que creamos nuevos problemas.

Pero si elevamos nuestra manera de pensar, podemos comenzar con la comprensión de que Dios gobierna a Su creación. El no deja al hombre a la deriva en un mundo que El, presumiblemente, ha abandonado. Dios no puede incluir daño en lo que brinda al hombre, puesto que Dios es Amor y no produce ningún tipo de mal. Desde este punto de vista, podemos aprender a aceptar el progreso — ya sea personal o colectivo — como un resultado natural y necesario del bien que proviene de la única fuente divina, Dios. En Su creación espiritual y perfecta, el Amor divino es omnipotente, y no existe fuerza que pueda realmente contraponerse o diluir el bien que Dios produce.

Lo maravilloso es que a medida que aceptamos un punto de vista más espiritual de la existencia y desafiamos todo pensamiento que limita al bien, comenzamos a ver en nuestra vida la evidencia clara de un progreso que es productivo, no destructivo. El progreso es el resultado de obtener una comprensión espiritual de la perfección y totalidad de Dios, y de la irrealidad y falta de poder del mal. Si bien esta comprensión se adquiere poco a poco, podemos ver sus resultados en toda ocasión en que nos ponemos metas más altruistas, pensamos con mayor claridad, y pedimos la guía divina para tomar decisiones. Esto es más fácil de verificar en el progreso personal, pero es igualmente válido para el progreso de las naciones en general, puesto que las naciones son en realidad fortalecidas por la espiritualidad de sus ciudadanos.

Lo que más me ha inspirado en este sentido es el relato de la Biblia del éxodo de los hijos de Israel de la servidumbre que estaban sufriendo en Egipto. Cuando estudié el Antiguo Testamento, comprendí cómo, a pesar de las dudas y temores de este pueblo recién formado, hombres como Moisés, Josué y Caleb confiaron en Dios e hicieron avanzar al pueblo. Durante el paso a través del desierto, ellos probaron el poder del Amor divino muchas veces. Encontraron una respuesta a todas las tribulaciones o interferencias con el bien, ya fuera hambre, sed o el ataque de algún enemigo. La comida, en forma de maná, llegó diariamente, y el agua la encontraban en los lugares más inesperados. Pudieron cruzar un mar que bloqueaba su camino, y luego ese mismo mar los protegió de sus perseguidores.

Pensé mucho acerca de esto cuando comencé mi trabajo en España, donde ya hace varios años que vivo. El país ha sufrido una serie de grandes transformaciones sociales, dejando atrás los escombros de una prolongada dictadura. Se abrió económicamente a otras naciones europeas pensando en hacerse miembro del Mercado Común. Esto iba a beneficiar mucho a España, pero parecía que primero iba a tener que enfrentar un largo período de adaptación, con serios problemas, puesto que gran parte de la industria del país no estaba preparada para competir con otras tecnologías.

La firma para la cual trabajo consideró que era necesario prepararse para competir con los productos importados. Si bien se mejoró la calidad y se modernizaron todos los procedimientos del trabajo con mucho esmero y dedicación, en un momento dado se observó que la rentabilidad — y con ella el asegurar los puestos de trabajo de mucha gente — sólo se iba a alcanzar si se aumentaba considerablemente la producción. Esto significó que debíamos exportar a países donde ya se estuvieran vendiendo productos similares fabricados por una filial de la misma compañía. Fue entonces que me pidieron que diseñara una estrategia que permitiera la exportación de nuestro producto español sin afectar la venta de los productos que producía la otra filial.

Me dieron alrededor de diez días para elaborar el plan. Al principio, me pareció que no tenía ni la información ni el tiempo necesarios para encontrar una solución aceptable a esta situación. Pero pronto puse mis pensamientos en orden, afirmando que la fuente del bien y de las ideas productivas siempre es la Mente divina única. Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), habla acerca del progreso espiritual en el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Ella escribe: "Cada día nos exige pruebas más convincentes y no meras profesiones de poder cristiano. Esas pruebas consisten únicamente en la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte por el poder del Espíritu, como Jesús los destruía. Ese es un elemento de progreso, y el progreso es la ley de Dios, cuya ley nos exige sólo lo que podemos cumplir con seguridad".Ciencia y Salud, pág. 233.

Comencé a orar de esta manera, eliminando el temor y las limitaciones del razonamiento humano sobre la dificultad que la tarea me impondría. Con creciente regocijo percibí que las ideas comenzaron a fluir, y que rápidamente encontraba las fuentes de información. Delineé una alternativa de comercialización que sería beneficiosa para todos. El plan fue aceptado, y pudimos comenzar a exportar. El resultado fue que en lugar de competir con los otros productos de la compañía, pudimos completar la línea de modelos y ofrecer a los clientes una variedad más interesante y atractiva.

Para mí, esto incluyó una importante lección para las muchas situaciones en las cuales un paso para bien necesariamente traería aparejado problemas secundarios. La conclusión que saqué de esta experiencia es que como estudiante de la Ciencia Cristiana no sólo podemos sino que debemos afirmar en nuestra oración que: "... el progreso es la ley de Dios". La ley de Dios elimina la acción de cualquier así llamada ley de estancamiento o declinación. Tenemos muchas ocasiones para probar esto, en nuestro propio progreso, en la iglesia, en el trabajo, cuando pensamos acerca del futuro de nuestros hijos, o cuando escuchamos o leemos las noticias.

Básicamente, el progreso es el efecto que tiene el Cristo en nuestra vida. El Cristo incorpóreo, o la Verdad, que Cristo Jesús ejemplificó tan bien, nos enseña que somos los hijos de Dios, inseparables de El. El progreso se origina en el Principio divino, el Espíritu infinito; es espiritual y armonioso, y es simplemente natural que el efecto transformador de esta verdad en la consciencia humana beneficie la evolución de la sociedad en el futuro de los países. El aprender más acerca de lo que es y hace el Espíritu, nos impulsa hacia el bien, tanto en el microcosmos de la vida privada como en el desarrollo de las organizaciones colectivas, sin que sea necesario que haya reacciones o efectos adversos.

A medida que mantenemos las cualidades espirituales en nuestro pensamiento, tal como comprensión espiritual, amor, sabiduría y pureza, podemos estar seguros de que estamos fortaleciendo de una manera eficaz el desarrollo del bien supremo. Santiago, un apóstol que, de acuerdo con la tradición, vino a España a predicar el evangelio, dijo en su carta del Nuevo Testamento: "La oración eficaz del justo puede mucho". Sant. 5:16. Cada uno de nosotros puede ser ese hombre justo.

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