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¿Acaso puede haber progreso sin efectos secundarios negativos?

Del número de enero de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ultimamente Ha Habido grandes y rápidos cambios en muchas partes del mundo. Todos hemos visto imágenes conmovedoras en la televisión o hemos leído en la prensa, con cuanta alegría y emoción los pueblos de sociedades totalitarias celebraban su recién ganada libertad. Sin embargo, después las noticias parecían concentrarse cada vez más en lo que parecería ser la otra cara de la moneda. Estos cambios radicales, especialmente en los sistemas económicos, traen aparejado un gran ajuste, lo que hace que los ciudadanos, en muchos casos, sufran escasez.

¿Acaso tiene que ser así? En la experiencia humana parecería que es así. Resolvemos un problema y, por otro lado, parece que creamos nuevos problemas.

Pero si elevamos nuestra manera de pensar, podemos comenzar con la comprensión de que Dios gobierna a Su creación. El no deja al hombre a la deriva en un mundo que El, presumiblemente, ha abandonado. Dios no puede incluir daño en lo que brinda al hombre, puesto que Dios es Amor y no produce ningún tipo de mal. Desde este punto de vista, podemos aprender a aceptar el progreso — ya sea personal o colectivo — como un resultado natural y necesario del bien que proviene de la única fuente divina, Dios. En Su creación espiritual y perfecta, el Amor divino es omnipotente, y no existe fuerza que pueda realmente contraponerse o diluir el bien que Dios produce.

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