En el Heraldo de mayo se publicaron extractos de entrevistas con varios practicistas de la Ciencia Cristiana. Les preguntamos cómo habían llegado a dedicar su vida a ayudar a los demás mediante la oración.
Los lectores encontraron que sus respuestas eran útiles y alentadoras, y nos pidieron más. Eso nos pareció una buena idea a nosotros también. Después de todo, nada está más cerca de nuestro corazón que el cristianismo que se manifiesta en curaciones.
Por eso hablamos con varios otros hombres y mujeres que están en la práctica pública de la curación mediante la Ciencia Cristiana. La mayoría han sido practicistas por muchos años, pero les pedimos que se remontaran a la época de sus primeros desafíos y lecciones.
Hablaron con franqueza y de corazón. Las cosas no siempre les resultaron fáciles. Tuvieron que vencer temores, cumplir con responsabilidades familiares, tuvieron que crecer espiritualmente para asegurarse de que tenían una base sólida para este ministerio profundamente cristiano. Pero también experimentaron el vívido gozo que siempre acompaña el esfuerzo honesto de vivir la voluntad de Dios.
De sus observaciones se desprende claramente que no hay algo así como un practicista “típico”, un estereotipo, o un “promedio”. Sus experiencias, desde el comienzo mismo, fueron absolutamente individuales. Algunos no tenían pacientes cuando hicieron el compromiso de dedicar todo su tiempo a la práctica pública; otros se encontraron con solicitudes de ayuda por medio de la oración con bastante frecuencia, aún antes de considerarse practicistas. Algunos eran solteros; otros casados y con hijos pequeños. Sus ocupaciones abarcan desde la docencia, la política y los negocios hasta el ser ama de casa.
Lo que sirvió de base a todas estas diferencias fue un deseo de vivir al servicio de los demás por medio de la curación cristiana. He aquí sus comentarios:
Recuerdo la primera llamada cuando me inicié en la práctica. Estaba en mi oficina el segundo día más o menos, y no tenía ningún paciente. Mi abuela fue la primera que usó el teléfono; me llamó y me preguntó cómo iban las cosas. Ella había estado en la práctica por casi setenta y cinco años.
Y le dije: “Bueno, leí la Lección Bíblica (que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana) cuatro o cinco veces y leí todas las publicaciones periódicas y The Christian Science Monitor”. Y ella me regañó diciendo: “¿Sabes? el propósito del tiempo que pasas en tu oficina no es el de ponerte al día con tu lectura. El propósito del tiempo en tu oficina es dar tratamiento”.
Y yo le contesté: “No tengo a quién dar tratamiento”.
Ella agregó: “Bien, cuando salgas a almorzar, compra un periódico local y léelo de punta a punta y haz un círculo alrededor de cinco cosas a las que puedes dar tratamiento en esa comunidad”.
Y eso fue lo que hice. Y esa tarde vinieron dos personas que pasaban por la calle y no tenían ningún conocimiento previo de la Ciencia Cristiana. Habían entrado al edificio; habían visto que en la cartelera decía practicista de la Ciencia Cristiana junto a mi nombre. Y efectivamente habían subido tres pisos por la escalera para hacer preguntas sobre la Ciencia Cristiana.
Y desde ese momento reconocí que estar genuinamente involucrado en los asuntos de la comunidad depende realmente de lo mucho que nos interese orar con sinceridad por esa comunidad.
Antes de anunciarme en The Christian Science Journal, una de las cosas fundamentales que tuve que vencer fue el temor. ¿Qué pasaría si tenía miedo?
Recuerdo una llamada: la madre me dijo que su marido, que no era Científico Cristiano, le había dado veinte minutos, al fin de los cuales iba a llevar a su hijo de urgencia al hospital. Era medianoche.
Me levanté, me senté en una silla y simplemente empecé a orar. Y me vinieron pensamientos muy agresivos y alarmantes: “¿Qué sucederá si no tengo la habilidad para sanar?” “¿Y si no sé lo suficiente?” Empecé tratando mi propio temor.
La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “El temor jamás ha detenido al ser y su acción”. Estaba orando profundamente para entender y demostrar este hecho cuando sonó el teléfono y la madre me dijo: “El niño está bien” Y yo dije: “¿De veras?” Ni siquiera había empezado a orar específicamente por él porque sentí la necesidad de tratar mi propio temor primero si iba a ser de ayuda. Y eso me enseñó que el amor de Dios es mucho más grande que cualquier temor.
Temor es como tirar arena al sol, como si eso pudiera apagar al sol.
Yo había ocupado puestos importantes en el mundo de los negocios, había sido vicepresidente de una firma, ejecutivo. Cuando me inicié en la práctica, tuve que comenzar de cero. Al principio el camino fue escabroso. Llegó un momento en que nuestra cuenta bancaria no tenía fondos.
Mi esposa decidió trabajar media jornada para asegurar que hubiera comida en la mesa para nuestra familia de cuatro hijos. Y al mismo tiempo, me eligieron Lector de nuestra iglesia. Y esas dos actividades suplementaron mis entradas de la práctica. Pero durante esos tres años Ilegamos a comprender que podíamos considerar la práctica como un medio de provisión completo.
Cuando terminó mi lectoría, mi esposa dijo que creía que debía renunciar a su empleo y yo estuve de acuerdo. Y desde ese momento mi práctica se expandió con éxito, y confiamos completamente en Dios. En un mes mi práctica había crecido lo suficiente para mantener totalmente a nuestra familia.
Tenemos que concentrar todos nuestros esfuerzos en hacer lo que es necesario hacer. Eso fue lo que tuve que hacer. Cuando llegamos al punto de decir: “Sí, estoy en la práctica; vamos a dedicarnos a ella de lleno; vamos a confiar en Dios”, entonces tuvimos muchas curaciones en las que pudimos demostrar abundancia, provisión. Simplemente hemos aprendido a confiar totalmente en Dios.
Durante los primeros seis meses en que estuve en la práctica, hallé que todos los días tenía que enfrentar sugestiones mentales agresivas de alguna forma, un dolor de garganta, o depresión, o un resfrío, o ira o cosas similares. Cada día se presentaba un aspecto distinto del magnetismo animal. Al principio simplemente trataba la pretensión específica de ese día, orando para ver que no tenía poder.
Después de uno o dos meses, me di cuenta de que esto era algo constante y empecé a considerarlo un poco más de cerca para tratar de determinar qué estaba ocurriendo realmente. Y a medida que oraba sobre eso, la sensación que tenía fue que esto era un esfuerzo concertado, masivo, del magnetismo animal para hacerme decir: “Bueno, tal vez haya tomado la decisión equivocada. Quizás no debiera dedicarme a la práctica. Quizá no tenga éxito en ella. Quizá no funcione”. Y por eso empecé a enfocar cada sugestión desde el punto de vista de que era simplemente otro intento para tratar de separarme de la voluntad de Dios.
Después de unos seis meses, estas sugestiones en esta forma tan agresiva cesaron. La gente comenzó a llamarme para que los ayudara. Eso fue hace unos veinte años.
Naturalmente, en el transcurso de esos años he tenido muchas oportunidades de tratar las sugestiones mentales que se me presentaban, pero siempre las confronté como lo aprendí en esos primeros seis meses, como un intento de separarme de la voluntad de Dios y de lo que El quería que yo hiciera. Fueron esos primeros seis meses los que realmente me ayudaron a establecer una base muy firme.
Creo que el desafío inicial es simplemente aceptar el concepto de que somos practicistas, estar deseosos de vernos a nosotros mismos en la práctica pública.
Yo continuaba recibiendo pedidos de ayuda y diciéndole a la gente que debían llamar a un practicista. Y comencé a comprender que estaba viendo la práctica como algo separado de mi expresión natural de amor y curación.
Finalmente, en una ocasión — recuerdo que estaba amamantando a mi bebito — recibí un pedido de ayuda. Y llamé a una practicista, y ella me dijo: “¿Quieres decirme que no puedes dar un tratamiento cuando estás amamantando a un bebé?” Por eso decidí que podía hacerlo y así lo hice.
Pero después de eso, encontré que tenía que dar mi consentimiento para considerarme una practicista. Y una vez que lo hice, acepté pedidos de ayuda con más regularidad.
Cuando mi hijo más pequeño ingresó a la escuela, solicité ser registrada en el Christian Science Journal.
No es fácil decirlo en español, pero lo que me gustaría decir a una persona que está dando sus primeros pasos en la práctica pública es que siempre se debe empezar primera y únicamente con Dios. Usted está unido, acompañado, desposado con el solo Yo o Mente, o sea Dios; ése es el punto de partida de su práctica. No hay que mirar a las personas — a usted mismo o a lo que el mundo está diciendo — para sanar. La consciencia de la unidad indestructible que tenemos con Dios — la suya y la del paciente — eso es lo que efectuará la curación. Me encanta lo que escribe la Sra. Eddy en la página 575 de Ciencia y Salud en la que habla sobre los esponsales del Amor con su idea: “el Amor desposado con su propia idea espiritual”.
Según lo dijo Jesús: “Mi reino”, mi consciencia, “no es de este mundo”. Si creemos que somos “de este mundo”, un universo material, estamos empezando desde una base equivocada, dualista. Trabajar con opuestos — con el bien y el mal, con el Espíritu y la materia — eso no es realidad. La práctica no es una persona, un practicista, que trata de alcanzar la verdad, que trata de aplicar la verdad a un problema “real”. El Espíritu define la única realidad que existe. Nuestro punto de partida siempre debe ser Dios, la Mente divina, y Su expresión. La curación muestra que es práctico trabajar desde este punto de vista.
Jesús no tenía un Padre privado, un Principio privado, no, no. El padre que tenía Jesús es el mismo Padre que tenemos nosotros; el poder que tenía Jesús es el mismo poder que tenemos nosotros.
Dios se expresa a Sí Mismo siempre, y eso es lo que somos, Su expresión. No se puede separar la expresión, el efecto, de la causa. Son uno. Y ése es mi mayor gozo, ver y demostrar la compleción del hombre. Somos la totalidad de Su amor. Amo este trabajo.
Al principio de mi práctica, aprendí la necesidad de autoexaminarme. Tal vez pueda ser más específico. El discurso que dio la Sra. Eddy a los miembros de La Iglesia Madre en mayo de 1895, publicado en Escritos Misceláneos, esencialmente trataba el tema del pecado. Y una de las declaraciones que hizo fue ésta (y esto ha sido como una guía para mí): “Examinaos y ved qué y cuánto pretende de vosotros el pecado; y hasta qué punto admitís como válida esta pretensión o la satisfacéis”.
En esos primeros meses traté de estar más alerta a las pretensiones que el pecado pretendería imponernos, ya sea en la forma de depresión, o desaliento, o sentimientos de culpabilidad, o falta de autoestimación, o un problema físico. Empecé a comprender que ésta es meramente una pretensión, y que puedo identificarla como una pretensión — no es mi verdadero ser, porque soy hijo de Dios — y luego examino mi propio pensamiento para identificar qué puede estar admitiendo esa pretensión. Me resulta de ayuda mantenerla separada de mi ser verdadero como idea espiritual. No ignoro las pretensiones que se hacen. Examino mi propio pensamiento para poder tratarlas más específicamente y descartar esas pretensiones de pecado o enfermedad, y ayudar a otros a hacer lo mismo.
La práctica requiere que seamos dignos de confianza. En otras palabras, el practicista debe ser digno del trabajo y de lo que se le pide que haga. Tiene que estar deseoso de dedicarse de todo corazón a ese trabajo. Y muchas veces a lo largo del camino pueden presentarse dudas, pero simplemente hay que enfrentarlas y confiar. Esto es lo más importante que creo que he aprendido y que toda mi familia ha aprendido — que Dios verdaderamente satisface las necesidades — las propias, las de la familia, las de los pacientes.