¿Se Ha Preguntado alguna vez cómo es que la gente se arriesga a interesarse por los demás y continúa interesándose por su bienestar? Parecería que no podemos dar abasto para responder a los problemas que pululan a nuestro alrededor, mientras estamos trabajando simplemente para poder sobrevivir un día a la vez.
Nadie quiere ser insensible. Sin embargo, en esta época a veces casi parece necesario serlo para enfrentar la vida. Nos enteramos que un vecino se quedó sin empleo porque cerraron una fábrica o una base militar; un colega está luchando con una enfermedad; alguien está destruyendo los buzones de las casas del barrio; otra persona está luchando para superar el alcoholismo... Simplemente es demasiado. Después de todo, usted todavía tiene que preparar el desayuno y ocuparse de que todos vayan a la escuela. Tiene un proyecto entremanos en su empleo que debería haber terminado. Y entonces resulta que tiene que llevar el automóvil al taller.
Aun así, hay personas que escuchan esos informes día tras día y, en un incesante desborde de amor, guían a amigos y desconocidos a encontrarse cara a cara con el Amor divino. En lugar de estar consumidos por los problemas, este interés y solicitud les traen refrigerio y renovación. Su propia experiencia de Dios se profundiza, y aquellos que buscan su ayuda hallan respuestas y curación donde muchos creyeron que era imposible. ¡Qué don comparten! ¿Cómo se describe lo que se siente cuando a uno se lo libera del temor, del remordimiento, de la desesperanza y de la angustia? ¿Cómo se explica el sentido de luz, el sentirse estimado por Dios, de ser amparado, de poder depender del bien? ¡Es un gran descubrimiento! ¡Qué maravilla! Trae una oleada de salud y progreso. La Ciencia Cristiana nos capacita a todos para vivir expresando interés por los demás con eficacia.
¿Acaso no es ésta la naturaleza de la vida cristiana: descubrir mediante la vida de nuestro Señor la verdadera naturaleza de Dios; haber despertado dentro de nosotros un sentido vital y consciente del poder, la presencia y la totalidad ilimitada de Dios? Este ánimo espiritual aviva en el corazón humano un irrefrenable amor por nuestro prójimo.
Todo lo que sabemos de Dios lo encontramos reflejado en Su creación, incluso el hombre. El entendimiento de Dios a la manera del Cristo y de lo que realmente es el hombre por ser Su imagen, cambia el curso de la vida. Nuestros motivos, miras y deseos se transforman y, por eso, el preservar y nutrir el sentido de "Dios con nosotros" Mateo 1:23. se convierte en lo más importante en nuestra vida. Es nuestro tesoro más grande. También descubrimos que el egoísmo lo mata. Para mantener vivo y en aumento ese Amor por el cual somos amados, tenemos que incluir a todos en él. Esto estimula nuestros esfuerzos por cristianizar nuestra vida diaria.
El Cristo "enternece" el corazón. Esta influencia divina nos capacita para reconocer al hombre como realmente es, el reflejo de Dios. Cuando le permitimos al Cristo que reine en nosotros y nos esforzamos por darle la bienvenida a la disciplina del Cristo, entonces el bien que se desarrolla en la vida no se puede medir. Explica el mensaje del Nuevo Testamento: "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Col. 1:27. El valor de atesorar este mensaje diariamente es lo que nos hace tomar conciencia de la guía constante y firme del Cristo, la Verdad. Nos hace estar conscientes de la influencia divina de Dios. Somos inspirados a vivir respondiendo más a Su amor. Esto resulta en curación.
Mary Baker Eddy habla de la naturaleza del Cristo cuando escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: " El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana".Ciencia y Salud, pág. 332. Este mensaje del Amor divino viene a nosotros con poder sanador. Escuchamos y experimentamos la gloriosa bondad de Dios. La grandeza del mensaje del Cristo es que nos llega como experiencia y también con palabras, como curación y también como inspiración. A decir verdad, ellas jamás pueden separarse.
Para escuchar constantemente esta "idea verdadera", se debe silenciar la mente carnal. No hay vuelta que darle. Pero, estén seguros de que el deseo de hacerlo coincida con el don de la gracia que nos capacita para hacerlo. La tentación de estar enojados, criticar, no perdonar o ser obstinados puede crear tal estruendo, tal conmoción discordante, que quedamos sordos por un tiempo al "mensaje divino de Dios". Aun el pensar en esa pérdida es angustiante. Nadie que haya oído o experimentado la santidad cambiaría voluntariamente las ideas de la Mente por el clamor estridente de la mente mortal. Por consiguiente, deberíamos aprender la lección que nos da la hierba diente de león. En la primavera su brillante flor amarilla nos atrae; la dejamos crecer. Pero ¡qué despliegue de hierbas malas esparce! Y no nos deshacemos de ellas con facilidad.
Esto es significativo cuando consideramos las exigencias de la curación espiritual. La Sra. Eddy nos advierte en Ciencia y Salud: "Si la hipocresía, la insensibilidad, la inhumanidad o el vicio entraran en los aposentos de los enfermos por medio del que pretende ser sanador, convertirían en cueva de ladrones, si fuera posible, el templo del Espíritu Santo — el poder espiritual del paciente de resucitarse a sí mismo".Ibid., pág. 365. Esta advertencia es una enorme bendición. Las alarmas para ladrones que tiene el sentido espiritual nos advierten de los ladrones que quisieran despojarnos de la paz; que estarían dispuestos a robar nuestros sentimientos de ternura y compasión. Nos dejarían únicamente con los mensajes falsificados del mal, repeticiones incesantes del error que nos cansan y agotan, nos quitan la fortaleza espiritual y la vitalidad.
La diferencia entre sentir el Cristo en nosotros y las sugestiones de la mente mortal es tan abismal que no da lugar a equívocos. El primero capacita nuestro corazón para llegar a nuestro prójimo; sana al enfermo; detiene y destruye el pecado; reforma, corrige y establece la acción correcta; pone en evidencia mucha bondad y amor. Por el contrario, la mente mortal lleva a la discordia y a consumirse emocionalmente. Da lugar a la ira, magnifica las equivocaciones de los demás, sucumbe ante el temor. Nos mantiene preocupados y perturbados. Restringe nuestra habilidad para sanar. Ceder a la mente mortal no le hace nada bien a nuestro prójimo y nos ocasiona grandes daños a nosotros mismos. Nos salvamos de esto cuando atesoramos la gloria interior que presenta el Cristo, y luego se demuestra el bien en abundancia.
Cuando se enfrentó con la marejada que levanta la mente mortal, Cristo Jesús reprendió a las olas, diciendo: "Calla, enmudece". Marcos 4:39. A esto siguió una gran calma. Esta calma es el lugar en que opera el sanador cristiano eficaz. Aquí el interés y el cuidado humanos coinciden con el divino. Allí, toda la bondad de Dios pasa delante de nosotros. Protéjanla bien.
