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Responsabilidad sin sensación de carga

Del número de enero de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Ha Sentido Usted alguna vez el deseo de escapar a una choza en una montaña y sentirse libre de toda responsabilidad? Las vacaciones pueden proporcionar un descanso temporario, pero muy pronto nos encontramos nuevamente haciendo frente a esas responsabilidades que a veces nos parecen demasiado pesadas.

Un concepto equivocado de la relación que existe entre Dios y el hombre, a menudo origina un sentido de carga. Si nos consideramos mortales, separados de Dios, puede ser difícil elevarse por encima del peso de las responsabilidades. Pero la carga puede comenzar a ser más ligera cuando nos disponemos a aceptar la verdad bíblica de que Dios creó al hombre a Su imagen. Como imagen, el hombre es reflejo de Dios, Su expresión, la manifestación del Espíritu divino. Por lo tanto, el hombre verdadero, o sea, nuestra verdadera identidad, mora en Dios, es totalmente espiritual, y es gobernada por Dios en cada aspecto de su ser. El hombre verdadero depende totalmente de Dios para su vida, sustancia e inteligencia. No tiene capacidades que le sean propias en un sentido personal, sino que refleja la capacidad infinita de su creador. Mas aún, dado que Dios no cambia, las capacidades de Su idea, el hombre, jamás varían. No fallan en algunas ocasiones sino que siempre están en el punto de la perfección.

¿Cómo puede este concepto espiritual de la relación del hombre con Dios liberarnos de la sensación de carga? El rechazar el falso sentido que abrigamos acerca de nosotros mismos y reconocer, mediante la oración, nuestra verdadera identidad espiritual, nos ayudan a destruir el concepto erróneo de que estamos separados de Dios, concepto que trae consigo un sentido de carga y de temor. Cuando comenzamos a reconocer que nosotros y los demás reflejamos a Dios, nos apoyamos más en El por ser la única causa genuina, y nos sentimos cada vez más liberados de tener falsas responsabilidades.

¿Quiere esto decir que vamos a sentarnos confortablemente imaginándonos que no tenemos nada que hacer porque Dios es el hacedor de todo? ¡Por cierto que no! Tenemos que cumplir con nuestras responsabilidades. Pero lo podemos hacer desde una base más elevada, más espiritual, comprendiendo la fuente verdadera de todo lo que somos y de todas nuestras capacidades. Tenemos que vivir a diario sobre la base de la verdad espiritual, escuchando las directivas de Dios y esforzándonos por espiritualizar cada una de nuestras actividades, viendo que Dios está manifestando en nosotros las cualidades que cada actividad requiere. Cuando sentimos el peso de la responsabilidad, tal vez se deba a que estamos viéndonos como mortales que luchan, separados de Dios y personalmente responsables de proveer a las necesidades, seguridad o salud de nosotros mismos o de otros. Pero en vez de esto, lo que realmente necesitamos es sentir que estamos viviendo nuestra unión con el Padre, un sentido que obtenemos a medida que, mediante la oración y el vivir vidas más puras, vamos discerniendo cada vez más nuestra verdadera identidad como reflejo de Dios.

La voluntad humana se opone a todo esto. Dice: "Mi capacidad y mi inteligencia son las que han hecho el trabajo". Este concepto falso y limitado respecto a la mente, niega la omnipotencia de Dios y pretende ser igual a la Mente infinita. Esa manera de pensar contribuye en gran medida a aumentar la carga del sentido de responsabilidad, y se tiene que desechar.

La voluntad humana también puede llevarnos a creer que es necesario forzar un estado de perfección humana. Esta imposición nos haría pensar que somos creadores personales y que la perfección es un estado material creado por el hombre, en vez de una realidad espiritual creada por Dios. El esfuerzo de expresar perfección en todo lo que hacemos, por cierto que es un motivo correcto y está de acuerdo con la admonición de Cristo Jesús: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Mateo 5:48. Pero el esfuerzo humano tiene que ceder más a la perfección de Dios y a la verdad espiritual de nuestro ser, y la voluntad humana tiene que subyugarse. Este ceder, mediante la oración humilde, nos capacita para escuchar la dirección divina y nos permite ver que Dios es el único poder que gobierna nuestra vida. Calma y alivia el agobio. Ya no podemos sentirnos agobiados cuando nos vemos como la expresión misma del Principio divino que gobierna el universo.

¿Es realmente práctico confiar en Dios cuando tenemos deberes urgentes que cumplir y la responsabilidad de cumplirlos? La Ciencia Cristiana declara que es práctico. Ya sea que nos desempeñemos como amas de casa, ejecutivos, estudiantes, etc. — cualquiera sea el trabajo — cada actividad requiere que expresemos cualidades tales como inteligencia, amor, energía y creatividad. Dios es el origen de estas cualidades, y el hombre las expresa por ser el reflejo de Dios. En un sentido profundo, la única exigencia verdadera que se nos impone procede de Dios. Es la exigencia de expresar cada vez más Su amor y Su bondad. El es la fuente de todo lo que necesitamos para ser esa expresión, y podemos confiar en que El lo suplirá. Partiendo de esta base es natural esperar que se cumpla toda actividad que valga la pena.

En mi larga carrera como hombre de negocios hubo muchas ocasiones en que mis responsabilidades parecían exceder mi capacidad para cumplirlas. El orgullo, el temor y la voluntad personal agravaban la dificultad, y a menudo se manifestaban en problemas físicos. Pero vencí cada desafío a medida que hice valer mi verdadera identidad como la expresión de Dios y me alejé de la creencia de que yo era un mortal separado de Dios.

En cierta oportunidad tomé una decisión equivocada en los negocios a mi cargo, que amenazó causar grandes pérdidas a mi compañía. El sentido de ser personalmente responsable fue agobiante. El orgullo herido y el temor a las consecuencias intensificaron mi atención en el problema. Mas la ayuda que recibí mediante la oración de un practicista de la Ciencia Cristiana, elevó mi pensamiento por encima del problema y me llevó a contemplar la relación que tengo con Dios por ser Su reflejo.

La siguiente declaración de la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos, me fue muy valiosa: "El nuevo nacimiento no es obra de un momento. Empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual".Esc. Mis., pág. 15. Fue el esfuerzo constante de subyugar el concepto mortal del ser lo que dispuso mi pensamiento para aceptar mi verdadera identidad como reflejo. Comencé a percibir que en realidad Dios hace todo lo que es hecho y que todo es bueno. Comprendí también que por ser Su reflejo siempre había expresado Su sabiduría e inteligencia.

Después de muchos meses de dificultosas negociaciones, se hizo un arreglo muy satisfactorio para recuperar los fondos. Y pude llevar a cabo las negociaciones con libertad y esperanza. La experiencia me mostró que una disposición constante y humilde de subyugar el falso sentido de identidad, abre el camino para comprender nuestra relación con nuestro Padre celestial. También me mostró que si deseamos protegernos de un sentido agobiante de responsabilidad, es necesario que reconozcamos a diario nuestra verdadera naturaleza como reflejos de Dios.

Reconocer nuestra relación con Dios demanda profunda humildad, una íntima quietud que cede a la presencia infinita de Su bondad y poder. Trabajar en esta dirección nos capacita para ir dejando atrás el sentido mortal mediante el reconocimiento creciente de que toda realidad — incluso la naturaleza verdadera de cada uno de nosotros — está gobernada por Dios y expresa Su bondad.

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