Hay Epocas En que nos sentimos tan atrapados en nuestro trabajo o empleo que estamos totalmente absortos en él, con exclusión de casi todo lo demás. Algunas veces cuando esto sucede, nos ven como fanáticos del trabajo: una personalidad del tipo A, una mujer o un hombre absorbido por la compañía. Más aún, es posible que pensemos de nosotros mismos en esos términos. Entonces un día, por cualquier razón, nos podemos encontrar sin trabajo. Hemos perdido nuestro trabajo, y también nos sentimos como “perdidos” nosotros mismos.
Asustados y dubitativos sobre qué hacer en el futuro, tal vez desesperados, exclamemos: “Perdí mi empleo. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo decirle a mi familia? ¿Cómo voy a pagar mis cuentas?”
Cuando uno se enfrenta con la perspectiva de ser un desocupado, con ninguna oportunidad inmediata de empleo visible, hay algo que uno puede hacer, algo mucho más productivo que correr desesperado de una entrevista a otra o rendirse a la desesperación y a la desesperanza. Podemos volvernos a Dios para salir de ese callejón.
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