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¿Eres madre?

Escrito para Asuntos de Familia

Del número de marzo de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Es Posible Ser madre sin tener hijos? Mucha gente diría: “¡Por supuesto que no!” Pero yo encontré una respuesta diferente.

Siempre había pensado que tendría hijos cuando me casara. Sin embargo, por varias razones, mi esposo y yo no abordamos el tema antes de casarnos. Después de algunos años comencé a pensar más y más sobre la posibilidad de tener hijos. Añoraba sentir el amor tierno tan asociado con la maternidad.

El problema era que para entonces yo estaba completamente consciente de que mi esposo se oponía a la idea de tener hijos. Hubo muchas discusiones, lágrimas y frustraciones. Me di cuenta de que él no sería un padre feliz, por lo tanto oré con mucha humildad para saber qué hacer. Yo amaba a mi esposo entrañablemente, y añoraba que nuestro matrimonio reflejara ese amor y que a su vez estuviera libre de tensión y frustración. Entonces con el tiempo — y con reservas— decidí abandonar la idea de tener hijos.

Tiempo después, durante varios meses, noté que mis funciones femeninas tenían ciertas irregularidades. Finalmente llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí y conmigo. Ella sacó el tema de los niños, y le aseguré que eso ya se había resuelto y que todo estaba bien. Estudiamos y oramos juntas por unos meses, por lo cual recibí mucha inspiración y logré mucho en mi crecimiento espiritual. Pero no hubo cambio físico.

Entonces una tarde cuando conversaba con la practicista, ella me dijo: “Recuerda que ‘el cuerpo y la mente mortales son uno’ ”. (Luego encontré el pasaje que ella citaba en el libro Ciencia y Salud escrito por la Sra. Eddy: “El cuerpo y la mente mortales son uno, y a ese uno se le llama hombre; pero un mortal no es hombre, porque el hombre es inmortal”.)Ciencia y Salud, pág. 250. Después de unas horas, esas palabras continuaban repitiéndose en mi pensamiento. Me di cuenta de que el cuerpo es sólo la manifestación del pensamiento, o lo que estamos pensando. Los pensamientos que mantenemos consciente e inconscientemente se manifiestan en el cuerpo. Fue entonces que me di cuenta de que mi problema físico era un reflejo de mis pensamientos sobre la maternidad, que continuaban sin resolverse, a pesar de mi decisión de no tener hijos. Este era un tema que ahora estaba dispuesta a enfrentar con honestidad.

Entonces comencé a llorar a causa del dolor que me ocasionaba el pensar que no podría tener hijos. Finalmente tuve que admitir que también sentía un profundo resentimiento contra mi esposo. Después de pedirle a la practicista que continuara apoyándome, pasé muchas horas esa noche estudiando y meditando sobre la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy. Estaba aprendiendo más sobre la naturaleza de Dios como Madre. En la Biblia Dios dice: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros”. Isaías 66:13.

A la mañana siguiente, después de haber estudiado y orado por espacio de una hora, la verdad más maravillosa me llegó: Si Dios es Padre-Madre y yo reflejo a Dios, entonces yo ya poseo cada cualidad de la verdadera maternidad que yo pensaba que carecía, porque toda cualidad maternal viene de Dios. Yo no tenía que dar a luz físicamente para poder sentir gozo y satisfacción. Estas eran mías inherentemente, por reflejo. Ninguna persona podría hacerme madre, y ninguna persona podría quitarme la capacidad de reflejar la maternidad que me llega por ser el reflejo de Dios. Después de orar y estudiar más para sellar este entendimiento precioso, yo sabía que había sanado. Me sentí liberada. Y fui liberada de todo dolor y resentimiento. Unos diez días después, todos los síntomas físicos habían desaparecido, y no han regresado hasta el día de hoy.

¡Qué gozo poder amar de nuevo sin reservas! Un nuevo acercamiento y unidad se desarrolló en mi relación con mi esposo.

Mi aprecio por las madres con hijos aumentó con este nuevo entendimiento espiritual. Y también pude entender que aunque para las madres las exigencias de la maternidad pueden tomar diferentes formas que la mía, cada uno de nosotros tiene sólo una tarea que hacer, trabajar por nuestra salvación individual y de acuerdo con la dirección de Dios. Vi esto más claramente cuando, unos días después de tan maravillosa revelación, leí un artículo en el Christian Science Sentinel escrito por una madre que había sanado de una dolencia cuando entendió que ella no era, al fin y al cabo, una madre. Esta mujer tenía hijos y se sentía muy abrumada, que nadie la quería y ella no sentía amor hacia los demás. Entonces se dio cuenta de que Dios — no ella misma— era la fuente de las cualidades maternales de solicitud, fortaleza, paciencia, comprensión, ternura y así por el estilo. Estas no eran características que ella tenía que crear personalmente. Al igual que yo, esta mujer pudo comprender que Dios es el verdadero Padre y Madre de todos y de cada uno de nosotros. Desde entonces ella sintió un sentido de maternidad más puro y más libre y como consecuencia la dificultad física sanó.

El hombre está ya completo en todo porque su identidad es el reflejo perfecto de Dios, el bien infinito. Cada tipo de relación humana — padre e hijo, matrimonio, amistad, hermandad— participa de la naturaleza infinita de Dios y de la naturaleza infinita de la relación más fundamental de todas: la de Dios y el hombre, Su imagen espiritual. La fidelidad, la paciencia, la fortaleza y la sabiduría, todas encuentran su fuente en Dios, el Amor divino.

En la medida que entendamos estos hechos, nos encontraremos expresando cualidades maternales, de esposo, y de amistad a un mayor número de personas, y expresando generalmente la capacidad de maravillarnos, de ser espontáneos, confiados y sencillos que sólo un niño inocente puede expresar. Mi amor por los niños se ha profundizado y expandido porque ahora veo que no estoy limitada a brindar mi amor maternal a aquellos que yo podría llamar “mis hijos”. Por ejemplo, siento mucho gozo enseñando en la Escuela Dominical y hablando con los niños. Y mi nueva comprensión de la verdadera maternidad me capacita para apreciar la inocencia semejante a la de un niño que es el carácter verdadero de todos.

En años anteriores mi oración era: “Si es la voluntad de Dios, nada puede detenerme de tener hijos. Y si no es la voluntad de Dios, entonces no quiero tener hijos”. Aunque hay alguna verdad en ambas declaraciones, la primera se acercaba a un fatalismo con esperanza y la segunda no era completamente honesta. Ahora veo que no era cuestión de que si Dios “quería” que yo tuviera hijos. Dios ya me ve y me conoce de acuerdo con lo que El quiere que yo sea, incluso todas las cualidades de la maternidad y paternidad, el “varón y hembra” de Su creación. Dios sabe que cada uno de Sus hijos es totalmente completo, y que no carece de nada y siente continuamente satisfacción y paz. Yo sólo necesitaba reclamar que estas características espirituales eran mías y permitir que se manifestaran en mí y como yo.

Entonces ya sea que tengamos hijos o no, es el Amor divino el que nos capacita ahora mismo para sentir completa y libremente los deleites de la tierna paternidad y maternidad del Amor. Este reflejo es un hecho establecido — una consecuencia de nuestra naturaleza espiritual por ser el hijo amado de Dios— y es nuestro para que lo disfrutemos día a día, y para siempre.

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