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La juventud en los años 90

La verdad gobernante de Dios sana

Del número de marzo de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Verano, Cuando cursaba los últimos años de la escuela secundaria, yo era consejera en un campamento patrocinado por una organización de niñas. El campamento estaba junto a un lago, pero lo bastante cerca del mar como para que pudiéramos hacer un viaje de un día a la playa cada tantas semanas. Este era, por lo general, el viaje favorito de todas. Nos encantaba ir a la playa y liberarnos de la rutina de las comidas y de las actividades diarias del campamento.

Nuestro primer viaje de ese verano empezó grandioso. Pero al regreso, muchas niñas empezaron a quejarse de las quemaduras de sol. Había hecho mucho calor ese día, y esto no pareció ser muy inusual. Pero cuando llegamos de regreso al campamento, la situación pareció ser muy seria. Varias niñas se enfermaron durante la ceremonia de la arriada de la bandera. Para cuando llegó la noche, había tantas niñas enfermas que ya no había lugar en la enfermería y se envió a las niñas a sus respectivas cabañas para que pasaran la noche.

La enfermera del campamento habló con las consejeras y les dijo lo que tenían que hacer si alguna niña que estuviera en las cabañas estaba enferma. Comentó que habían venido varios médicos a ayudar y dijeron que la enfermedad era una reacción debida a haber estado bajo un sol tan intenso. Después de que se fue la enfermera, yo estaba realmente atemorizada. Yo tampoco me sentía bien, y empecé a preocuparme por mi hermana menor que estaba en otra cabaña.

Las niñas que estaban en mi cabaña, que eran las más pequeñas, empezaron a llorar y querían volver a sus hogares. Traté de consolarlas, pero en ese momento me sentía igual que ellas, y nada de lo que decía era convincente. La situación pareció abrumadora, hasta que empecé a orar.

Recordé una ocasión en que mi maestra de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana habló acerca de un versículo en la Biblia que decía que Dios es sol y escudo. (Véase Salmo 84, versículo 11.) Ella nos había mostrado la explicación del significado espiritual del sol en el Glosario de Ciencia y Salud. (Este libro es el libro de texto de la Ciencia Cristiana escrito por la Sra. Eddy.) No podía recordar las palabras, pero tenía un ejemplar del libro cerca de mi cama y lo hojeé hasta que encontré la página. Dice esto: “Sol. El símbolo del Alma gobernando al hombre, — el símbolo de la Verdad, la Vida y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 595.

Esta imagen del amor de Dios que gobierna a Sus hijos era muy diferente del temor y la reacción que llenaba la atmósfera esa noche. Mis padres y maestros de la Escuela Dominical habían hablado con frecuencia acerca de lo que significa estar gobernado por Dios. La idea que me pareció más clara de comprender fue que Dios mantiene la armonía y perfección de lo que El ha creado. El no nos crea y después se olvida de nosotros ni nos deja solos. Sus leyes gobernantes preservan la bondad y perfección de todo lo que El ha hecho. Cristo Jesús lo demostró. Sus curaciones demostraron que por ser la semejanza espiritual de Dios, nada que el Amor no haya causado nos puede tocar ni gobernar. Tenemos dominio.

Al pensar acerca de estas ideas, comprendí que mi hermanita y yo y todos los demás en el campamento, estábamos a salvo porque Dios estaba gobernando y El es el único poder. Esta verdad se me hizo más real que el drama de enfermedad que se había apoderado de mí. Las cosas empezaron a cambiar. Desapareció el anhelo de recoger a mi hermana y volver a casa, es decir, de huir de la situación. La picazón en mis piernas desapareció, y las náuseas que estaba sintiendo también desaparecieron. Me sentí segura y libre. Por primera vez esa noche me sentí no solo en paz, sino feliz.

Aun cuando no les hablé a las niñas que estaban en la cabaña conmigo, específicamente acerca de Dios, lo que les dije las consoló y dejaron de llorar. Poco después, la jefa de consejeras vino para decirme que habían decidido mudar a las niñas que no estaban enfermas a mi cabaña para que pasaran la noche. Desocupamos literas y pusimos colchones para cuando llegaran. Mi hermana estaba en el primer grupo que llegó, y me dio mucho gusto verla.

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, todas estaban hablando de lo ocurrido la noche anterior. Algunas de las otras consejeras que habían estado levantadas la mayor parte de la noche, me dijeron bromeando si había dormido la noche entera, porque nuestra cabaña era la única donde no se había presentado la enfermedad. Yo me reí también, pero más de la ironía del comentario porque no recuerdo haber estado más despierta en mi vida de lo que estuve esa noche.

Fue la primera vez que tuve que enfrentarme con la enfermedad sin la ayuda de mis padres o de un practicista de la Ciencia Cristiana. Lo que realmente perduró en mí después de esta gran curación fue que aunque nos sintamos solos e inadecuados, Dios está con nosotros, ayudándonos a comprender y a confiar en Su poder.

Las cosas volvieron a la normalidad en el campamento con bastante rapidez, e hicimos varios viajes al mar ese verano. Pero lo que me sorprendió fue el nuevo afecto que sentí hacia mi hermana y las otras niñas del campamento. Antes de esto, mi hermana y yo habíamos peleado mucho, y aunque hubiéramos dicho que nos amábamos, realmente no nos tratábamos con mucho afecto. El haber orado por ella esa noche hizo que sintiera por ella un amor más profundo del que había sentido antes. Todos nuestros desacuerdos no terminaron en ese momento. Pero ahora somos muy buenas amigas y al recordar nuestras relaciones, considero que esa noche fue un acontecimiento importante.

Cuando oramos para ver a la gente un poco más de la manera que Dios las ve — como reflejos de El, espirituales y perfectos— jamás las volvemos a ver igual que antes. La oración disipa la niebla que nos hace creer que todo es material, y hasta las vislumbres más tenues del amor gobernante de Dios que obtenemos, hacen más que sólo sanar el problema que nos está perturbando en particular. Esas vislumbres iluminan todo el panorama de nuestra vida.

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