Solia Pensar Acerca del mandato de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mateo 19:19. como una demanda de amar a mi prójimo tanto como a mí misma. A través de la oración y el estudio de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), he llegado a comprender que el mandato de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos incluye también una condición: primero debemos amarnos a nosotros mismos para poder así amar a otro.
El amor que necesitamos tener hacia nosotros mismos dista mucho de ser amor propio. Consiste en amar nuestra verdadera identidad como imagen de Dios, Su idea. Implica reconocer que somos la creación espiritual y perfecta de Dios. Cuando hacemos esto de manera consecuente, comprendemos que nuestras aparentes debilidades y defectos de carácter no constituyen parte alguna de nuestro verdadero ser y, por lo tanto, podemos vencerlos. Cuanto más reconocemos nuestra verdadera naturaleza y nos esforzamos por expresarla, más seguros estamos de que los rasgos de carácter negativos desaparecerán de nuestro pensamiento y de nuestra vida. Una vez que sabemos cómo amarnos a nosotros mismos de este modo, podemos amar a los demás de la mejor manera: comprendiendo quiénes son ellos, en realidad, por ser hijos de Dios.
En la parábola del buen samaritano, el Maestro dice claramente que nuestro prójimo no es sólo el vecino que vive en la casa de al lado, sino todas las personas con las que tenemos trato, sin tomar en cuenta su nivel social, nacionalidad, religión o raza. De hecho, nuestra esfera de pensamiento y amor espiritual debiera extenderse más allá de nuestro hogar y comunidad y aun fuera de nuestro país natal hasta incluir a toda la humanidad. La familia sirve como la escuela preparatoria del amor, por así decirlo. Desde pequeños aprendemos a amar a nuestros padres, hermanos, hermanas y otros parientes. Aprendemos a disculparnos por las faltas cometidas y a perdonar las ajenas. Luego aplicamos ese mismo amor y perdón a todas nuestras relaciones y a nuestras oraciones por el mundo.
El corazón de un niño generalmente olvida con rapidez los desengaños y sentimientos heridos. Pero la creencia en la realidad de la vida material, con sus altibajos, puede hacernos perder este corazón de niño. Puede ocurrir que permanezcamos conscientes tanto de nuestras faltas como de las ajenas o que tal vez continúen presentes en nuestro pensamiento inconscientemente y de este modo logren crear en nosotros una imagen falsa acerca de nosotros y de los demás. Debemos recuperar el corazón de niño que sólo conoce a Dios, el bien, el Amor divino. Nuestro éxito en lograrlo puede acrecentarse cada vez más negando que cualquier falta, ya sea que aparezca como propia o ajena, pueda ser parte de la creación infinita y buena de Dios. El creó al hombre a Su imagen, por siempre sin falta, adorable, perfecto. En realidad, todos somos, sin excepción, los hijos amados de Dios.
Una experiencia que tuve ilustra este hecho. Un día, mientras caminaba por una calle, dos hombres caminaban delante de mí, uno de ellos alrededor de medio metro detrás del otro. Cuando el primero dobló para entrar en una tienda se le cayó la billetera. El segundo la agarró, se detuvo, y revisó cuánto dinero tenía. Luego continuó andando. Al observar lo sucedido, oré en silencio, sabiendo categóricamente, que Dios nunca había hecho a un hombre deshonesto. Afirmé que los hijos de Dios son honestos y que la evidencia de los sentidos materiales son una mentira; los hijos de Dios sólo pueden obrar rectamente.
Apenas había completado este enfoque cuando el primer hombre salió corriendo del negocio, con cara de desesperación, en busca de su billetera. Para entonces yo había llegado al lugar donde se le había caído. El otro hombre dio la vuelta, retrocedió unos pasos y le devolvió la billetera al primero. Me señaló diciendo: “Esta dama me dijo que debía devolverle la billetera”. Yo no le había dicho una palabra. Este cambio de actitud de parte suya fue el resultado de su propia respuesta a la Verdad divina.
Es muy importante no aferrarse a los pensamientos negativos acerca de nuestro prójimo. Dios es el único Juez verdadero. La tarea de amar a nuestro prójimo consiste en reconocer la creación perfecta de Dios en cada persona. ¿No debiéramos, por tanto, abstenernos siempre de señalarle a una persona sus faltas? En algunas ocasiones puede ser apropiado hacerlo; sin embargo, lo más importante que debemos hacer — y la mejor manera de ayudar a otros a superar sus faltas— es saber cuál es la verdad acerca de ellos por ser la semejanza de Dios.
¿Y qué decir de los enemigos? Jesús nos dice: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen”. Mateo 5:44. Sólo podemos hacer esto si verdaderamente vemos a todos como la imagen y semejanza de Dios; es entonces que comprendemos que no hay enemigos. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, lo dice con mucha claridad en sus Escritos Misceláneos cuando declara: “ 'Ama a tus enemigos' es idéntico a 'No tienes enemigos’ ”.Esc. Mis., pág. 9. En la proporción en que mantenemos en nuestro pensamiento al hombre perfecto y espiritual, los sentimientos de animosidad u odio desaparecen de nuestra consciencia y vemos a nuestro supuesto enemigo como un amigo, por lo menos como alguien a quien respetamos por ser el hijo de Dios. Y este entendimiento de la verdadera naturaleza que tiene nuestro supuesto enemigo por ser el hijo de Dios lo puede ayudar a liberarse de los malos entendidos que crearon la animosidad, los conflictos y la desdicha. Entonces no sólo estamos amando a nuestro prójimo sino que también lo estamos ayudando a encontrar paz, alegría y curación.
El vencer cada pensamiento de animosidad tiene un efecto mental semejante al de una piedra que, al ser arrojada a un lago en calma, produce círculos que se van ensanchando sobre la superficie del agua. Entonces, arrojemos siempre sólo piedras preciosas de amor en las aguas de la consciencia humana, de modo que este amor tenga un efecto mucho más significativo, hasta alcanzar a toda la humanidad. De este modo hacemos una importante contribución a la paz mundial. Oremos para cumplir con el mandato del Maestro: “Ama a tu prójimo como a tí mismo”.
Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios,
para que él os exalte cuando fuere tiempo;
echando toda vuestra ansiedad sobre él,
porque él tiene cuidado de vosotros.
1 Pedro 5:6, 7