En Una Epoca yo había adquirido el hábito de tomar cinco, seis y a veces más latas de refresco de cola en un día. Cuando se me indicó que uno de los ingredientes de los refrescos de cola es la cafeína, sentí un profundo deseo de liberarme de este hábito. Un día leí un artículo de un número de The Christian Science Journal que me ayudó a comprender que la ley de Dios es inmutable y está siempre al alcance de la mano. Mientras leía, me di cuenta de que simplemente no deseaba “tomar” una droga, no importaba cuán inofensiva pareciera ser. Con eso, sané. Nunca he vuelto a tener ese hábito.
Un día, al reflexionar sobre esta curación, me sentí llena de gratitud por esta demostración del poder sanador de Dios como una continua ley del bien hacia el hombre. Esa noche me desperté con náuseas. Me dirigí hacia el baño, pero me asaltó el temor porque no podía respirar y mi cuerpo comenzó a comportarse de manera muy extraña. Sentí que me iba a morir. Al no poder respirar ni controlar mi cuerpo, me era imposible pedirle ayuda a mi esposo, que estaba durmiendo cerca. Pero entonces ese mismo sentimiento de gratitud que había sentido más temprano en el día inundó mi consciencia, y supe que Dios y Su ley de armonía, esa misma ley que me había liberado del hábito del refresco de cola, estaba allí mismo conmigo y me podía liberar nuevamente. Me vino un pensamiento con mucha fuerza: “No temeré”. Como dice la Biblia: “En Dios he confiado; no temeré lo que la carne pueda hacerme” (Salmos, según la Biblia inglesa King James). Pude tener la serena certeza de que Dios ama a cada una de Sus ideas espirituales.
La acción descontrolada de mi cuerpo se aquietó y pude respirar nuevamente. Pude regresar a la cama. Aún tenía un malestar físico, pero estas palabras de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana me trajeron una sensación de paz y bienestar: “Brazos del eterno Amor guardan a Su creación”. Me pude dormir nuevamente, y por la mañana estaba completamente libre de cualquier efecto nocivo.
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