Así como la plaza o el mercado en una comunidad es el lugar de encuentro para la gente y sus actividades, LA PLAZA es un lugar donde los lectores del Heraldo pueden compartir experiencias y lecciones que han aprendido mediante las revelaciones espirituales adquiridas al trabajar para la iglesia y la comunidad.
En Muchos Aspectos fue como un matrimonio. Se hacían promesas; las llamaban pactos, y tenían la determinación absoluta de hacer funcionar la unión, de hacerla durar para siempre. Sin embargo, este matrimonio en particular era como ningún otro; era el matrimonio de un Dios y Su pueblo, del Dios hebreo Yahvé con los hijos de Israel. Usted podría decir que la Biblia hebrea, que los cristianos conocen como el Antiguo Testamento, constituye el registro histórico de este antiguo matrimonio. Relata la historia de amor entre Israel y Su Dios, una historia que continúa hoy en la vida de todos aquellos que buscan inspiración, paz y guía en las Sagradas Escrituras.
EL PRIMER PACTO
El Antiguo Testamento se podría describir como la historia escrita del establecimiento, ruptura y renovación del pacto de amor de Dios con Su pueblo. El primer hombre sagrado que hizo un pacto con Dios fue Abram, el Padre de la nación hebrea. En la tierra de Mesopotamia, casi diecinueve siglos antes del nacimiento de Cristo, Dios le prometió a Abram una tierra hermosa al sur, donde él y sus hijos pudieran establecer una gran nación que un día se extendería por todos los rincones lejanos de la tierra. Literalmente transformado por su encuentro con Dios, quien le dio el nuevo nombre de Abraham (o “Padre de muchos pueblos”), en obediencia viajó a la tierra de Canaán y se estableció allí, enseñando a su familia a amar y seguir al Dios que se le había aparecido.
La tribu de Abraham pasó verbalmente de generación en generación la historia de la promesa mutua y el compromiso de su familia con Dios. Pero a través de los siglos los descendientes de Abraham se olvidaron del pacto con Dios cuando emigraron a Egipto para no morir de hambre. En Egipto, como en Canaán, fueron tentados a ser infieles al Dios de Abraham y a adorar a los dioses locales de la fertilidad y al dios del rey Faraón. Finalmente, esclavizados y oprimidos por los egipcios, los israelitas anhelaban volver a unirse a Dios y regresar a su hogar como pueblo libre.
EL EXODO DE EGIPTO Y EL PACTO DEL SINAI
Como sucedió una y otra vez en la historia de los israelitas, cuando se rompían las promesas de los pactos y las situaciones se ponían desesperantes, surgió un nuevo líder para recordarle al pueblo judío las promesas que le había hecho a Dios mediante el establecimiento de un nuevo pacto. El líder, que apareció en el siglo XIII a.C., fue Moisés.
Con las tropas del faraón avanzando tras de él, Moisés valientemente guió a miles de su gente fuera del cautiverio egipcio hacia el Mar Rojo. Allí, en un rescate maravilloso que pasaría a ser parte de la tradición bíblica del pueblo hebreo para siempre, Yahvé dividió las aguas del Mar Rojo y guió a Su pueblo a tierras seguras, antes de que las aguas se cerraran sobre las cabezas de las tropas egipcias.
Después de esta inolvidable liberación de la esclavitud, los hijos de Israel siguieron adelante con la renovada confianza de que Yahvé en verdad los amaba y que ellos eran Su pueblo escogido. Sin embargo, a medida que avanzaban lentamente por el árido desierto del Sinaí, con poca comida y agua, empezaron a dudar de que Dios siguiera cuidando de ellos. A medida que sus dudas aumentaban y sus quejas se hacían más intensas, desafiaban, casi a diario, la habilidad de Moisés para guiarlos.
Precisamente cuando parecía que la gente había perdido toda la fe, Jehová les dio muestras claras de su continua presencia. Dulce y delicioso maná apareció cada mañana y manadas de codornices descendieron periódicamente en el desierto proporcionando comida a los hambrientos israelitas. Y luego, cuando finalmente llegaron al Oasis del Sinaí, vino la más importante de todas las señales, la aparición de Yahvé mismo entre ellos. Y con esto vinieron Sus Diez Mandamientos, las leyes divinas con las cuales el pueblo hebreo regiría su vida. Moisés también presentó un conjunto de normas más específicas para vivir, que las generaciones postreras conocerían simplemente como “la Ley”. Como se describe en el Antiguo Testamento, de todas estas normas y leyes, sólo los Mandamientos se dieron por escrito, inscritos por el mismo Yahvé en tablas de piedra.
El resto de la Ley se recordaba únicamente en el corazón de la gente, quienes algunas veces obedecían las exigencias de la Ley, otras veces se rebelaban contra ella, pero que de todas maneras las repetían fielmente a sus hijos de generación en generación, hasta que la Ley fue finalmente escrita junto con el resto de la historia del Exodo más de tres siglos después.
En una ceremonia solemne que se celebró con una tranquila cena en o cerca del Monte Sinaí, Yahvé selló un nuevo pacto con Su pueblo, hablando directamente a Moisés como su representante. Este fue, en cierto modo, un compromiso matrimonial entre Dios y Su pueblo, que demostraba la infinita devoción que Yahvé tenía por ellos, y Su promesa de todas las cosas buenas que habrían de venir.
LA TIERRA PROMETIDA Y EL PACTO EN SIQUEM
Después de su peregrinación en el Sinaí y la muerte de Moisés, alrededor de 1250 a.C., y teniendo a la vista la Tierra Prometida, Josué se convirtió en el líder militar y espiritual del pueblo hebreo. Convencidos de que Yahvé peleaba con ellos en el campo de batalla, emplearon tácticas guerrilleras para conquistar la tierra al oeste del río Jordán, las colinas del sur y finalmente el territorio montañoso al norte de Canaán.
Complacidos con el resplandor de su espléndida victoria sobre el sofisticado pueblo de Canaán, a quien los hebreos casi habían exterminado, Josué convocó a las doce tribus de Israel a una reunión trascendental en Siquem. Allí el vehemente líder le dio un ultimátum a su gente. Les dijo que era tiempo de hacer un pacto total con Yahvé. Les recordó todo lo que Yahvé había hecho por ellos, sacándolos de la esclavitud en Egipto y dándoles una victoria decisiva en Canaán. Sin embargo, después de todas estas bendiciones, la gente se había vuelto corrupta al adoptar a los dioses de la fertilidad del pueblo de Canaán. Esta práctica no podía continuar. Así que Josué ordenó que decidieran de inmediato: adorar al único Dios verdadero o ser guiados a la fatalidad y la destrucción por adorar a dioses falsos. La gente no dudó; decidieron dedicarse a Yahvé para siempre. El pacto que el pueblo hebreo hizo con Yahvé en Sinaí se renovó en Siquem, pero con una dimensión totalmente nueva, un nuevo compromiso de vivir la Ley literalmente en su nueva tierra y establecer una comunidad teocrática de fe, una confederación de tribus que cumpliría la visión que Abraham había tenido para sus descendientes.
Desde la época de Moisés hasta la confederación de tribus, los elementos de esta fe fueron transmitidos oralmente en forma de historias, himnos, oráculos proféticos, poesía y dichos sabios conocidos como proverbios. Aunque el arte de la escritura se había estado practicando en la Creciente Fértil desde el año 2000, estas tradiciones orales no fueron escritas sino hasta más tarde.
Los salmos poéticos surgieron claramente de los sentimientos profundos que sentían por Yahvé. Había himnos de jubilosa alabanza, lamentos que se elevaban a Yahvé de las profundidades de la desesperación, y cantos que expresaban el gozo puro de vivir en los recintos de Yahvé. Había aforismos de reprimendas mordaces a los israelitas por su rebelión contra Dios, y largas historias de aventuras — o leyendas— las que celebraban los actos heroicos de los patriarcas hebreos. Y había miles de narraciones: historias sobre la creación, la historia primitiva y los ritos y prácticas de cultos de los hebreos. ¿De dónde venían estas historias? Tanto de fuentes hebreas como no hebreas, desde tan lejos como la antigua Mesopotamia y de tan cerca como la rica tradición mítica de los cananeos locales.