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LA PLAZA

Esta serie mensual ilustrada del Heraldo — “El poder reformador de las Escrituras”— abarca la historia dramática de cómo se desarrollaron las escrituras del mundo a lo largo de miles de años. Habla acerca de los grandes reformadores que escribieron y tradujeron la Biblia. Muchos de ellos dieron su vida para hacer que la Biblia y su influencia reformadora estuviera al alcance de todos los hombres y mujeres. Esta es una serie.

UN FORO

El Antiguo Testamento: una historia de amor entre Dios y Su pueblo

(Primera parte)

Del número de marzo de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Así como la plaza o el mercado en una comunidad es el lugar de encuentro para la gente y sus actividades, LA PLAZA es un lugar donde los lectores del Heraldo pueden compartir experiencias y lecciones que han aprendido mediante las revelaciones espirituales adquiridas al trabajar para la iglesia y la comunidad.

En Muchos Aspectos fue como un matrimonio. Se hacían promesas; las llamaban pactos, y tenían la determinación absoluta de hacer funcionar la unión, de hacerla durar para siempre. Sin embargo, este matrimonio en particular era como ningún otro; era el matrimonio de un Dios y Su pueblo, del Dios hebreo Yahvé con los hijos de Israel. Usted podría decir que la Biblia hebrea, que los cristianos conocen como el Antiguo Testamento, constituye el registro histórico de este antiguo matrimonio. Relata la historia de amor entre Israel y Su Dios, una historia que continúa hoy en la vida de todos aquellos que buscan inspiración, paz y guía en las Sagradas Escrituras.

El Antiguo Testamento se podría describir como la historia escrita del establecimiento, ruptura y renovación del pacto de amor de Dios con Su pueblo. El primer hombre sagrado que hizo un pacto con Dios fue Abram, el Padre de la nación hebrea. En la tierra de Mesopotamia, casi diecinueve siglos antes del nacimiento de Cristo, Dios le prometió a Abram una tierra hermosa al sur, donde él y sus hijos pudieran establecer una gran nación que un día se extendería por todos los rincones lejanos de la tierra. Literalmente transformado por su encuentro con Dios, quien le dio el nuevo nombre de Abraham (o “Padre de muchos pueblos”), en obediencia viajó a la tierra de Canaán y se estableció allí, enseñando a su familia a amar y seguir al Dios que se le había aparecido.

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Más en este número / marzo de 1993

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