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Encontremos la luz

Disipemos la oscuridad mental

Del número de marzo de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿A quién no le vendría bien tener más luz, más respuestas a nuestras preguntas más profundas? Esta columna publica algunas experiencias que pueden ser útiles para los que están buscando un nuevo significado y propósito en su vida. Los relatos son anónimos, para que los autores tengan la oportunidad de expresarse libremente sobre su anterior estilo de vida y sus pasadas actitudes que pueden haber sido considerablemente diferentes de los que ellos actualmente valoran. Estos relatos muestran algo de la amplia gama de buscadores y el camino por el cual la luz del Cristo, la Verdad, restaura, redirige y regenera vidas.

Durante La Mayor parte de mi niñez sufrí algunas situaciones de abuso sexual por parte de mi padre que dejaron en mí un profundo sentido de culpa y odio hacia él.

Después de la secundaria, aparentemente mi vida se desarrolló de una manera bastante normal. Fui a la universidad, me casé con un hombre maravilloso y muy compañero, y tuve hijos. Durante ese tiempo, también me hice miembro activo de la iglesia local de la Ciencia Cristiana.

Deseaba liberarme del odio y resentimiento que sentía hacia mi padre, por más justificado que fuera humanamente. A través de las enseñanzas de la Ciencia del Cristo, aprendí a perdonar y encontré el Amor divino que me permitía hacerlo.

Obtuve gran inspiración y consuelo en el ejemplo y la oración que hizo Cristo Jesús por sus perseguidores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34. Hice mía su oración. La Ciencia del cristianismo revela que el hombre — y no me refiero al pecador mortal, sino al hombre creado por Dios, a su verdadera identidad— es bueno y nunca puede dañar a otro. Oré para poder ver a mi padre como una idea del Amor divino, el hijo de Dios, el bien, y para separar de mi pensamiento sus móviles y acciones perversas. De hecho pude perdonarlo.

Un día mi padre vino con mucho remordimiento, pidiéndome perdón. Le aseguré que lo había perdonado y que el odio y el dolor habían desaparecido, destruidos por el mismo amor espiritual que permitía a Jesús perdonar.

Mi viaje espiritual ya había comenzado, pero no había terminado aún. Todavía sentía que no tenía ningún valor, lo que resultaba en días de gran depresión, autocondenación y sufrimiento. Debía reconocer que Dios es mi verdadero y único Padre. No aprendí todo en un día; durante años tuve que afirmar con paciencia la semejanza del hombre con Dios, y negar la aparente realidad y los efectos “permanentes” de mi temprana experiencia humana con mi padre. Fue útil observar el pasado como un simple sueño del cual el Cristo me estaba despertando suavemente.

Con los años, hubo algo de progreso. Superé algunos rasgos de carácter como el enojo. Comencé a aprender que no era una víctima, a pesar de las apariencias, sino que el amor del Padre-Madre siempre me había cuidado y protegido. Sí, hubo progreso, pero la curación completa no se produjo hasta que tuve un período de crisis. Después que mis hijos crecieron, algunos sobresaltos emocionales, combinados con un serio problema físico, agravaron la depresión mental. Tuve miedos irracionales, no podía dormir y no quería comer. Llegó un día en que sentí que estaba cayendo en la más profunda desesperación y temor. No quería vivir, pero temía terriblemente morir.

Supe, entonces, que tenía que optar entre ceder al miedo o hacer el esfuerzo necesario para superarlo. Me di cuenta de que sólo el poder de Dios podía darme la fortaleza y la voluntad para seguir luchando y continuar mi viaje.

A partir de ese día mi progreso fue firme y seguro. Todos los días me enfrentaba con el temor hasta que, con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, aprendí a no dejarme atemorizar por el temor mismo y aprendí, gradualmente, a superarlo. La oración diaria puso al descubierto muchos errores que tenía en el pensamiento y aprendí a separarlos de mí, a echarlos fuera de mi consciencia, reemplazándolos con “nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos” Ciencia y Salud, pág. 66. usando una frase ilustrativa de la Sra. Eddy de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. A medida que hacía esto con firmeza, fui bendecida por un creciente sentido de la presencia y del amor de Dios.

También sabía que era indispensable que amara a todo aquel en quien pensaba y que ese amor no podía ser un mero afecto humano sino un reflejo del Amor divino.

Durante todo este período, pude asistir a la iglesia los domingos y los miércoles, encontrando mucho apoyo en los servicios y en el amor que los miembros de la iglesia expresaban.

Entonces, un día, mientras oraba para poder amar como Jesús lo hacía, de acuerdo con su mandamiento, sentí el amor de Dios que simplemente fluía a mi consciencia, y me di cuenta de que verdaderamente amaba a mi padre. El amor era tan fuerte y puro que lloré de alegría. Descubrí que tenía una perspectiva nueva y completa, no sólo de mi padre, sino de mí misma y de los demás. Sentía como si mi experiencia humana hubiese sido transformada por el Divino.

Sólo me quedaba vivir ese amor y expresarlo en una relación feliz y natural con mi padre. No me faltaron oportunidades para hacerlo y encontré que todo el miedo que le tenía se había desvanecido. Al poco tiempo estaba mental y físicamente bien.

Estoy profundamente agradecida por haber despertado de la oscuridad mental y por el gozo continuo que ocupó su lugar.

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