Ha Llegado El momento de expresar por escrito mi gratitud por tres curaciones recientes. El año pasado, me lastimé un ojo con la antena rota del auto y comencé a tener problemas con la visión. Aunque en el primer momento sentí mucho dolor, recordé que unos años atrás mi hijo había sanado muy rápido de un accidente similar. Me senté a orar y le pedí a mi hija que telefoneara a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí.
El dolor cedió casi al instante y, al día siguiente, ataviada con un parche casero en el ojo, pude conducir hacia Londres y cumplir con todos mis compromisos de negocios. Tres días más tarde me quité el parche y rehusé admitir que los molestos síntomas interferían con mis actividades normales.
Sin embargo, desde ese momento y durante varias semanas, pareció que el ojo no mejoraba. A decir verdad, hubo días en que para hacer cualquier trabajo en la oficina, tuve que usar unos anteojos para leer que había comprado algunos años atrás. Continuamente acudían a mi pensamiento sugestiones desalentadoras de que tenía doble visión y de que era probable que el daño fuera permanente.
Entonces la condición empeoró. Sin poder dormir y con dolor aun estando despierta, pasé una larga noche con el apoyo metafísico y fiel de la misma practicista. A la mañana siguiente, aunque bastante decaída y sentada en una habitación a oscuras, comencé a razonar que la luz espiritual tiene su origen en Dios y que debía desafiar la sugestión de que sólo podía encontrar alivio en la oscuridad. Humildemente le pedí a Dios que me mostrara lo que necesitaba entender, y la respuesta fue que nada de todo ese argumento de invalidez, tensión, lucha y deterioro era real.
A medida que pude discernir que Dios nunca hizo la pérdida y la desarmonía y, por lo tanto, no formaban parte de la consciencia verdadera (¡y que no tenían porqué seguir ocupando espacio en la mía!), me di cuenta de que la luz brillante del sol ya no me dañaba los ojos. Media hora más tarde, pude levantarme y manejar hasta mi oficina. Pocos días después comprobé que había recuperado totalmente la visión porque pude leer la letra pequeña de imprenta sin anteojos.
Otras dos experiencias, sirven para demostrar que cuando ponemos nuestro pensamiento de acuerdo con la verdad de la creación, podemos tener una curación inmediata. Un sábado por la mañana, al volver a casa encontré que el perro se había comido un pan grande que íbamos a compartir a la hora del té. Furiosa, arrastré al perro a la escena “del crimen”. Al hacerlo sentí un dolor agudo en la rodilla. Caí hacia atrás en una silla. Cuando levanté el pantalón, descubrí un alarmante cuadro de venas hinchadas.
En aquel instante me di cuenta de que había permitido que sentimientos de fastidio e imágenes de enfermedad entraran en mi pensamiento sin haberlos tratado. Recordé el relato bíblico sobre Moisés donde se le enseña que el pecado y la enfermedad son mentales, cuando su vara se transforma en una culebra y su mano se vuelve leprosa. Oré en busca de perdón por creer que un mero testimonio físico podía contar la verdadera historia acerca de mí o de cualquier otra persona. Al decir en voz alta las palabras “Padre, perdóname”, la pierna apareció de nuevo normal, el dolor y la hinchazón desaparecieron por completo.
El tercer incidente ocurrió una mañana cuando estaba bajando la escalera muy apurada. De repente resbalé y continué bajando sobre mi espalda. Grité y mi hija corrió para ver qué me había sucedido. Comencé a orar inmediatamente para ver con claridad qué sabía Dios sobre todo esto. Tuve la respuesta de inmediato, como si alguien hablara en voz alta: “Tu no eres un hombre caído y nunca lo has sido”.
El término hombre caído por lo general se usa para designar a los descendientes de Adán, la figura central de la creación descrita en el segundo capítulo del Génesis Pronto me di cuenta de que no estaba hecha a la imagen de Adán, sino a la imagen y semejanza de Dios, la idea más elevada de la creación, que según el primer capítulo del Génesis, es completa y “buena en gran manera”. El efecto de saber y aceptar esta gran verdad, fue otra vez instantáneo. Pude levantarme, libre por completo de toda conmoción, dolor o lesión, e ir a trabajar.
Si bien estoy agradecida por estas curaciones físicas tan claras, me regocijo en especial por el cambio en mi pensamiento y por las lecciones espirituales que las han acompañado, y por esta oportunidad de compartir con otros mi gratitud.
Esher, Surrey, Inglaterra