Antes de 1989, año en que se produjo el derrocamiento del régimen comunista en Rumania, hacia casi medio siglo que no se permitía la práctica libre de la Ciencia Cristiana en ese país.
Entonces, en septiembre de 1990, con ayuda de Científicos Cristianos europeos y de La Iglesia Madre, más de veinte jóvenes rumanos concurrieron a la Reunión Europea de Jóvenes, que se celebró en Hamburgo, Alemania. Meses más tarde, la Secretaria de La Iglesia Madre le preguntó a la
una Científica Cristiana de Hamburgo que había tenido la oportunidad de conocer a los rumanos en la Reunión de Jóvenes, si estaría dispuesta a visitar Rumania como representante de la Oficina de la Secretaria, a fin de ofrecer ayuda y responder a las preguntas de aquellos que acababan de conocer la Ciencia Cristiana y que viven en un país donde no hay ninguna iglesia filial.La Sra. Linning visitó Rumania en mayo del año pasado. A continuación se transcriben algunas de las notas que hizo la Sra. Linning de su viaje.
Antes de partir para Bucarest, se enviaron cartas a los que habían concurrido a la Reunión de Jóvenes, y también a algunas personas que no habían podido hacerlo, informándoles acerca de mi llegada. Conseguir reservaciones en un hotel fue un verdadero desafío que requirió mucha paciencia y perseverancia. La oración constante antes de realizar el viaje, poco a poco me dio la confianza necesaria para ir sola. Al hacer la maleta incluí publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, la Biblia en rumano, ejemplares de Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy en francés y algunos artículos religiosos de The Christian Science Monitor que me parecieron especialmente adecuados.
Mi preparación para este viaje por medio de la oración incluía el sincero deseo de mostrarles cómo la Ciencia Cristiana podía ayudarlos en su vida diaria y enseñarles a amarse y cuidarse los unos a los otros.
El 15 de mayo partí para Bucarest en un vuelo vía Francfort y me quedé allí seis días. No tuve dificultades con la aduana, aunque tuve que abrir mi maleta donde estaban los paquetes con la literatura de la Ciencia Cristiana.
Llegar a Bucarest es como retroceder cuarenta años. Al descender del avión, fuimos transportados a la ciudad en autobuses viejos y herrumbrados. Pasamos delante de edificios destruidos y carreteras con grandes pozos. Edificios de departamentos sin terminar, sin miras de que su construcción continúe, asoman como esqueletos en el horizonte. Las grúas inactivas se están oxidando. Las calles están polvorientas, extremadamente polvorientas. Las mujeres que barren las calles tratan de hacer su tarea lo mejor que pueden con escobillones primitivos y carritos viejos y pesados, arrastrados a mano.
Comer decentemente es difícil. La gente tiene que hacer colas para conseguir pan. La gente está tan preocupada por sus necesidades diarias más básicas que a muchos les queda poco tiempo para pensar en otra cosa. El mercado negro está floreciente. La confianza en el gobierno se está desvaneciendo y se está infiltrando el temor. Se necesita mucha oración de todos los que habitamos en el oeste y que estamos en condiciones de brindar ayuda.
Antes y durante el viaje, oré para reconocer la realidad de la presencia y el gobierno de Dios, allí mismo, para ver a este país sin prejuicios, para verlo como el país de Dios, a pesar de la evidencia material de su estado de abandono y ruina. El resultado fue evidente.
El día de mi llegada, cuatro jóvenes, tres de ellos estudiantes universitarios, vinieron al hotel para hablar conmigo. Uno de ellos había conocido la Ciencia Cristiana por medio de un vecino que le había hablado acerca de un libro muy interesante, Ciencia y Salud. El visitante había comenzado a leerlo y me comentó que “la lectura de su contenido me resulta natural”.
Otro joven caminó conmigo por la calle principal de Bucarest e inició la conversación diciéndome que él sentía que iba a llevarle tiempo amoldarse a la nueva manera de pensar que presenta Ciencia y Salud. Dijo que él apreciaba que hubiera reglas en la Ciencia Cristiana, pero deseaba saber más acerca de su utilidad.
La mayor parte de las personas que vinieron a verme al hotel estaban sinceramente interesadas en saber más sobre la Ciencia Cristiana. Mi habitación del hotel se convirtió en el lugar principal de reuniones y charlas, individuales y en grupos. Era conmovedor ver lo agradecidos que se sentían de que alguien se ocupara de ellos. Expresaban su gratitud por medio de flores; mi habitación llegó a parecer un jardín.
Una y otra vez pude sentir lo importante que era para ellos obtener respuestas a sus pensamientos, de un modo amable, paciente, pero constante. Debido a la política que imperaba en el pasado, parecían temer que se los manipulara; la sospecha de que algún extraño estuviese intentando manipularlos.
El jueves por la mañana conversé primero con dos estudiantes. Luego le enseñé a otro a leer la Lección Bíblica que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Por la tarde, fue realmente maravilloso ver como uno tras otro golpeaba a mi puerta queriendo simplemente saber más acerca de Dios y el hombre. Una joven, por medio de una amiga, se había enterado de mi llegada y trajo con ella a una mujer que había formado parte de la Sociedad de la Ciencia Cristiana que funcionaba en Bucarest hacía cuarenta y cinco años. El momento de nuestro encuentro fue conmovedor.
Yo no había preparado conceptos fijos acerca de lo que iba a hablar con las diferentes personas, pero fui impulsada a hablarles sobre temas tales como el hombre verdadero y espiritual, la curación en la Ciencia Cristiana, el amor de uno por el otro y también de nuestras publicaciones. Expliqué la importancia que reviste no sólo hacer el bien, sino ser buenos, dando algunos ejemplos de mi propia experiencia.
El jueves por la tarde había nueve personas en mi habitación y todos tomaron algunos ejemplares de la literatura que yo había traído. En la historia reciente de este país no se había cultivado el concepto de compartir y dar sin esperar nada en cambio. Para los rumanos, confiar en alguien que no sea miembro de la familia, es algo nuevo.
Debido a las creencias religiosas que establecen que uno debe dirigirse a Dios a través de un intermediario y un ritual, varias personas expresaron su aprecio de que en la Ciencia Cristiana todos pueden acercarse directamente a Dios, sin la interferencia ni la manipulación de otros.
Les hablé con mucho afecto y sin intentar presionarlos acerca de la curación física por medio de la oración. Para algunos, esto era difícil de entender, ellos sentían que ese tipo de curaciones eran más bien milagros en lugar de, tal como nosotros lo entendemos, hechos que concuerdan totalmente con la ley divina.
Se habló de la posibilidad de celebrar servicios religiosos. La idea de encontrarse con gente que uno no conoce, resulta para ellos algo totalmente nuevo y fuera de lo común.
Ninguno de ellos había tenido ocasión de estudiar la Lección Bíblica, y yo se las expliqué destacando la importancia de estudiar la Ciencia Cristiana sobre una base regular y sistemática.
Y así continuaron las cosas. El viernes por la tarde, vinieron once personas a ver el video que yo había traído de la Reunión de Jóvenes en Hamburgo. Un joven profesor de matemáticas, a quien un amigo le había informado de mi llegada, me saludó diciendo: “Vine a ver qué aspecto tiene un Científico Cristiano”. Me dijo que una señora le había prestado Ciencia y Salud sólo por unos días, y que mientras lo iba leyendo sintió un poder que nunca antes había conocido. Agregó que sentía que ese poder no tenía nada que ver con el intelecto sino que procedía del corazón, del amor. Tuvimos una charla larga y profunda y le prometí que le enviaría un ejemplar de Ciencia y Salud.
Unas semanas antes, mientras oraba por este viaje, me vino la idea de celebrar un servicio religioso en Rumania. Cuando llegó el sábado, me vino claramente al pensamiento la idea de organizar para el domingo un servicio religioso, y dos personas estaban dispuestas a ayudarme. Les enseñé cómo encontrar la lección en la Biblia y en Ciencia y Salud. Les expliqué el orden del servicio y practicamos la lectura. Un joven leía de la Biblia en rumano, una muchacha leía de Ciencia y Salud en francés, y yo lo leía en inglés. (Algunos rumanos hablan sólo francés además de su idioma nativo; otros, sólo inglés.) No teníamos con qué marcar las citas; por lo cual, la novia del joven que leía la Biblia ayudaba a que los lectores encontraran las citas más rápido, a medida que íbamos leyendo.
El domingo por la mañana, a las diez en punto, se celebró un servicio religioso de la Ciencia Cristiana en una habitación de un pequeño hotel de Bucarest, después de cuarenta y cinco años, ¡un momento histórico y conmovedor!
Cambiamos de lugar algunos muebles para improvisar un púlpito para los lectores. Un amigo trajo una grabadora y yo tenía un cassette con música de himnos. Estaban presentes diecisiete personas que se sentaron sobre mi cama, sobre mesitas, sobre la valija, sobre una silla, en cualquier parte. Allí estaba la señora que había formado parte de la Sociedad de la Ciencia Cristiana que funcionara anteriormente. Algunos jóvenes habían traído a sus hermanos, y uno de ellos vino con su mamá.
El servicio duró casi dos horas. Había paz, alegría y un sincero interés en escuchar. Todos estaban conmovidos.
Después del servicio muchos me dijeron que querían hablar de nuevo conmigo sobre la Ciencia Cristiana antes de mi partida fijada para el martes. Y así fue como mis días se prolongaron hasta bien entrada la noche y mis comidas tenían lugar a horarios inusuales, ¡como por ejemplo a las diez de la noche o más tarde!
A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros,
que os he puesto delante la vida y la muerte,
la bendición y la maldición;
escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;
amando a Jehová tu Dios,
atendiendo a su voz, y siguiéndole a él;
porque él es vida para ti,
y prolongación de tus días.
Deuteronomio 30:19, 20