Los “Llamados”. Este es el significado esencial de la palabra griega original traducida por “iglesia” en el Nuevo Testamento. Cristo Jesús literalmente llamó a sus estudiantes para que dejaran atrás su vida anterior y lo siguieran. Al aceptar ese llamando, sus seguidores se debían apartar de las expectativas materiales comunes de la vida y, ante los ojos del mundo, debían aparecer como algo muy distinto a lo que habían sido antes, como hombres y mujeres nuevos, con un propósito nuevo.
De maneras extraordinarias, estos hombres y mujeres nacidos de nuevo hasta iban a hacerse “como niños” a medida que se disponían, sin avergonzarse, a honrar a Dios como su Padre y a aceptar con humildad que Su voluntad dirigiera su vida. Se iban a convertir en pioneros espirituales en las fronteras recientemente abiertas del corazón, la mente y el espíritu. Se iban a transformar en discípulos y sanadores. De hecho, serian la Iglesia Cristiana.
Obviamente, este “llamado” nunca ha significado que los cristianos se fueran a separar de la humanidad o que mantuvieran el mundo a la distancia. Y si bien el cristianismo verdadero, sin duda, produce como consecuencia una confrontación espiritual y moral con la mundanalidad — hasta una clase de guerra con el craso materialismo, la ignorancia y el pecado— para ser la iglesia de Cristo es necesario abrazar a todos los hombres y mujeres con un amor desinteresado. La Iglesia, tanto entonces como ahora, encuentra su vida misma al atender a las necesidades de la humanidad, elevando al mundo mediante el poder divino de la oración, mostrando con convicción espiritual el camino perfecto de Dios hacia la salvación de todos.
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