Si la hubieras preparado tú
la hubieses hecho espléndida—
largas mesas descendiendo del cielo
con frutas y copas de cristal
y comida — un montón, exótica
(no los acostumbrados panes y peces).
Pero no fue así como realmente sucedió,
no apareció de la nada
ni la piedra se volvió pan.
El muchacho ofreció panes y peces
— su propia cena y la de su familia.
El primer paso fue esa generosidad.
El estaba dispuesto a pasar hambre y así
a ese maravilloso maestro convidar.
Pero nadie pasó hambre,
Tal abundancia produjo el Amor—
comida para todos, y para repetir, si deseaban,
y trozos recogidos
después.
Esta fiesta no fue mítica ni mística.
Fue gloriosa
inesperada
para no olvidar jamás.
¡Sí! La seguimos recordando aun ahora.
¡Cómo Dios suplió la necesidad
entonces — y siempre
desde Su
fuente inagotable!
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