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¿Acaso compartir tiene que ser difícil?

Del número de julio de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Titulo De un diario decía: “El arduo trabajo de compartir”. La discusión giraba alrededor de la reconstrucción económica en Alemania del este. Hablaba de la demanda de sacrificios, la amenaza a la floreciente economía en el oeste del país, los enormes costos, la floja economía, la inflación, el estancamiento del producto nacional bruto, y la necesidad de una redistribución del Oeste al Este. El pronóstico no decía que venían tiempos fáciles. Desde este punto de vista, el título parecía justificado: “El arduo trabajo de compartir”. ¿Dónde comenzar? ¿Qué hay que compartir, y cómo?

Por más pesimistas que estos artículos puedan parecer, destacan un hecho muy importante: en el reino material y mortal no hay una respuesta permanente. El comprender esto es un paso hacia la solución: tener una percepción más espiritual acerca de lo que es la provisión y la demanda.

Nos sentiremos mucho más capaces de ayudar a nuestro propio país y a otros si aprendemos que el verdadero fundamento de compartir es espiritual. Como actividad espiritual, el dar obtiene su provisión de la fuente infinita: Dios, o el Espíritu. Compartimos de la abundancia de lo que Dios nos da. Por esto es que el compartir puede traer alegría, ser fácil, satisfactorio, constructivo y voluntario. Cuando nuestro corazón está lleno del reconocimiento de la abundancia con que Dios cuida de nosotros, es natural compartir el bien con nuestro prójimo. Podemos estar listos a darle lo que sea de más ayuda, ya sea dinero y provisión o la oración, el amor y la ayuda práctica esenciales que se necesitan en el esfuerzo de reconstrucción. El hecho de compartir el bien por inspiración del Espíritu demuestra bondad e inteligencia y, por lo tanto, es una respuesta capaz y dispuesta a satisfacer nuestras propias necesidades y las de nuestro prójimo.

La Sra. Eddy dice en Escritos Misceláneos: “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria”.Esc. Mis., pág. 307. Con frecuencia pensamos que la ayuda es estrictamente material; sin embargo, la sabiduría, fortaleza y bondad que más necesitamos son cualidades espirituales. Debemos estar dispuestos a dejar de pensar que es la materia la que da provisión al hombre, y así poder estar abiertos a las ideas espirituales que Dios nos da, ideas que están al alcance de todos.

En la Ciencia divina — la Ciencia de la relación del hombre con Dios— el bien ilimitado y constante es un hecho eterno, que la ley divina mantiene. La verdad espiritual no se queda en el reino de la teoría sino que se manifiesta en la práctica. Por ser la imagen de Dios, el hombre espiritual refleja la naturaleza de su creador, el Amor y la Vida infinitos. Ningún elemento que el hombre necesite para su existencia puede faltar en esta relación del Padre amoroso con Sus hijos. A medida que oramos para entender mejor nuestra verdadera identidad espiritual — completa y protegida— la sensación de que el hombre es un mortal a merced de la historia es menos convincente. La ley divina de la provisión de vida y bondad que Dios da al hombre es sencilla y comprensible; no es influida por las opiniones y la voluntad humanas, y no puede perderse en el cúmulo de la burocracia humana.

“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”. Gén. 1:3. Esta profunda cita bíblica del primer capítulo del Génesis muestra que la necesidad de luz es respondida con luz. Para Dios, el Espíritu, la necesidad necesariamente resulta en satisfacción. La carencia es un fenómeno que proviene de un punto de vista material y no pertenece al reino de la realidad espiritual, ni es la experiencia real del hombre verdadero creado para reflejar la plenitud del ser espiritual. Por mucho que la apariencia física presente al hombre como material, el hombre de Dios no es material sino espiritual. En el marco del pensamiento material, todo es limitado, dividido entre lo suyo y lo mío, entre mucho, poco y nada. El temor que estas limitaciones siempre traen aparejado, se da en términos de muy poco, demasiado, muy alto. Por ejemplo, los costos son muy altos, el ingreso es muy bajo, los empleos son muy escasos, y la persona queda sintiéndose indefensa.

La información en el artículo del diario utiliza un patrón material convencional para comparar los acontecimientos. Pero ¿puede este patrón en verdad ser el modelo completo de lo que ocurre? El Espíritu es infinitud; ¿cómo puede medirse? ¿Cuán grande es Dios? ¿Cuán rico es el Amor? La respuesta sólo puede ser “¡infinitamente!” ¿Qué son todas las estadísticas comparadas con la infinitud? Nada más que una vaga sombra que desaparece ante la luz del Espíritu. El reconocer la abundancia de Dios donde parece haber carencia — en otras palabras, la luz en la consciencia— trae abundancia de riqueza espiritual a nuestra experiencia actual.

Cuando conocí la Ciencia Cristiana, estaba desempleada y sin dinero. Todo lo que tenía era una vislumbre del conocimiento que la Ciencia Cristiana da, de que la vida es espiritual. Me gustó mucho esta idea y agradecí haberla encontrado. Comprendí que la Ciencia Cristiana tiene tesoros infinitos, y no me sentí ni podre ni desempleada. Nunca había tenido una verdadera relación con mi papá, y en los últimos años nuestra relación se había vuelto muy tirante. Una tarde me llamó, tuvimos una conversación muy buena, y se ofreció a ayudarme económicamente hasta que yo supiera qué rumbo quería tomar. Me ayudó durante casi un año.

Lo importante aquí no fue el dinero, sino que yo entonces tuve la oportunidad de dedicarme completamente al estudio de la Ciencia Cristiana. Hay un amoroso Padre-Madre Dios que conoce y responde a las necesidades de Sus hijos. Yo había anhelado mucho encontrar algo más elevado de lo que la materia o las teorías materiales pueden ofrecer. Y fui satisfecha. Cuando era más joven traté en vano de satisfacer esta hambre mediante la materia. Fumaba mucho, y traté de huir de mis problemas, algunas veces mediante el alcohol o las píldoras. Esto no fue de ninguna ayuda. Nunca olvidaré que cuando conocí la Ciencia Cristiana nadie me condenó por fumar. Esto me ayudó a no condenarme más a mí misma. Los amigos compartieron su conocimiento de Dios conmigo. Me vieron como nuestro Padre-Madre conoce a Su expresión: como perfecta, provista y satisfecha.

Yo comprendí este amor inteligente el cual iluminó la oscuridad. Una mañana me levanté y no necesité fumar más. Fue como si nunca hubiera sido parte de mí. Sentí satisfacción interior. El temor al futuro había dado lugar al sosegado conocimiento de que el ser verdadero en Dios siempre estará completamente satisfecho. Ya no estaba más soñolienta, apática ni rebelde; había encontrado la satisfacción que tanto había anhelado. La soledad había sanado cuando reconocí que la solución no era simplemente estar rodeado de más gente de la que necesitaba, sino comprender mi relación con Dios.

La justicia, la honestidad, el amor desinteresado, la gratitud, el perdón, la disciplina, la paciencia, la persistencia y el valor, son la verdadera riqueza. Estos son los valores sobre los cuales un país puede construir y una economía florecer, y es así como puede haber hermandad donde reina la justicia verdadera.

El hombre espiritual no es un proveedor sino que refleja la divinidad en un equilibrio perfecto de oferta y demanda. El coexiste con la fuente de provisión: Dios. La provisión del bien de Dios nunca empezó y nunca termina. No depende del seguro de vida ni del seguro de salud; no depende de un trabajo, un ingreso o una pensión, ni tampoco está sujeto a las fluctuaciones económicas ni a la tasa de inflación. Nunca puede ser menos que perfecta.

En nuestro camino para reconocer el ser espiritual tenemos normas que obedecer; todos debemos aprender a usarlas para nosotros mismos, y esto puede ser una experiencia llena de gozo. Tenemos los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte de Cristo Jesús. Estas reglas fundamentales nos muestran las bendiciones que se reciben al amar a Dios y a nuestros semejantes. La Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, nos enseñan a usarlas y vivirlas. En la medida en que una persona hace esto, es como una luz que muestra el camino a su hermano. El dejar que nuestra luz brille es compartir; nuestro prójimo puede verla y ella alumbra su oscuridad.

En realidad, el hombre no puede estar separado de la fuente del bien. Este conocimiento es fuente de riqueza, y podemos compartirlo al incluir al mundo entero en nuestra oración.

El mundo nos llama para que tomemos conciencia de que somos ricos cuando sabemos lo que es verdadero espiritualmente: todo lo que tenemos para compartir. El compartir empieza con la oración y luego ayuda de modos que expresan el amor que Dios siente por el hombre. Esto no es un trabajo arduo sino gozoso y constructivo; no nos empobrece sino que nos enriquece y ayuda a nuestros hermanos y hermanas eficazmente.

Dad a Jehová la honra debida a su nombre;
traed ofrenda, y venid delante de él;
postraos delante de Jehová, en la hermosura de la santidad.. .
Alégrense los cielos, y gócese la tierra,
y digan en las naciones: Jehová reina.

1 Crónicas 16:29, 31

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