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Para Mi La cosa más importante...

Del número de julio de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para Mi La cosa más importante que hago cuando oro es poner toda mi confianza en Dios, y esforzarme por tener la seguridad de que El está gobernando y cuidándolo todo.

Hace seis años tuve una experiencia durante la cual aprendí mucho sobre la oración. Yo padecía de una enfermedad que me aquejaba periódicamente, y si bien yo siempre recurría a la oración como nos enseña la Ciencia Cristiana y sanaba, poco después volvía a recaer. La última vez que empecé a sentir los síntomas, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, que con mucho amor estuvo de acuerdo en ayudarme y quien afirmó que yo no debía tener temor, puesto que expresaba en verdad las cualidades espirituales de bondad y salud que Dios imparte. La enfermedad no es una de esas cualidades. Busqué citas en la Biblia y en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, que me ayudaran a comprender la verdadera naturaleza del hombre como el hijo de Dios. Me ayudó mucho una declaración que encontré en Ciencia y Salud: “Ejerced esa autoridad otorgada por Dios. Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones. Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”.

Si bien no me sentí bien de inmediato, continué afirmando mi perfección como la hija de Dios. Aun así, seguía sintiendo temor. Cuando anocheció, estaba con fiebre y no podía abrir los ojos. Tampoco estaba alerta como siempre.

Mi madre llamó a la practicista (que no vivía en nuestra ciudad), porque estaba muy preocupada por la situación. En ese momento pensé que tenía que dejar de luchar con la enfermedad y reconocer totalmente que Dios es mi verdadero Padre-Madre. Entonces pensé: “Dios mío, estoy en Tus manos, y nada he de temer”.

Fue entonces que dejé de sentir temor; desapareció por completo. Pronto comencé a sentir un sentido muy especial de frescura, y todos los síntomas desaparecieron por completo. Llamé a mi madre y le dije: “Mamá, estoy completamente bien”.

Para mí, esta fue una maravillosa curación, puesto que la enfermedad que me aquejaba periódicamente nunca volvió. Aprendí que cuando realmente dejamos el temor de lado y nos entregamos a Dios, comprendemos que en El vivimos y, dado que El es Todo, nada nos puede dañar. Estoy muy agradecida a la Ciencia Cristiana, a la Sra. Eddy por habernos dado este maravilloso descubrimiento, y a la practicista que me ayudó con tanto amor.


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