Mi Marido Fue conferenciante de la Ciencia Cristiana durante diez años. Cada gira de conferencias incluía varios meses de continuos viajes y dar cinco o seis conferencias por semana.
Yo dejé atrás una vida ocupada en tareas domésticas, un empleo de oficina y el trabajo de la iglesia para viajar con él. Me agradaba la actividad de las conferencias y le daba mucho apoyo de oración, pero pronto comencé a impacientarme por las largas horas que pasábamos manejando o en cuartos de hotel. Me sentía más productiva cuando podía estar haciendo algo, como escribir a máquina, llevar la contabilidad, telefonear u otras tareas relacionadas con las giras. No había comprendido del todo mi participación en la función de promover el desarrollo de pensamientos claros y la disposición espiritual que ambos precisábamos mantener, para que las conferencias cumplieran su propósito sanador.
Al comenzar nuestro segundo año de viajes, tuve dolor y rigidez en las articulaciones. Más adelante todo mi cuerpo se vio afectado y cualquier movimiento me causaba molestias. Estar sentada era tan incómodo que con frecuencia parábamos el coche para que yo pudiera salir y caminar. Pasaba las noches en vela y estaba perdiendo peso. Temiendo resultar más una carga que una ayuda para mi marido, consideré la posibilidad de ir en avión a mi casa o a un sanatorio para Científicos Cristianos.
Llamé a un amigo que es practicista de la Ciencia Cristiana y él estuvo de acuerdo en orar conmigo. Como resultado, el temor a quedar imposibilitada, se disipó. Nuestras charlas fueron inspiradas y llenas de alegría, llevándome por encima del desaliento. Nunca nos concentramos en mis altibajos físicos. En lugar de eso hablábamos de lo que yo estaba aprendiendo sobre Dios y el verdadero ser espiritual del hombre, como Su reflejo.
Yo sabía que mi marido me apoyaba con sus oraciones. El era compasivo y solícito a la vez que seguía animoso y nunca se dejó impresionar por los síntomas que debía enfrentar. Su apoyo fortaleció mi determinación de probar mi dominio, derivado de Dios, sobre esta imposición; convirtiéndome de este modo en un testigo viviente de las verdades sanadoras que mi esposo compartía en sus conferencias. Acompañarlo a cada conferencia presentaba muchos desafíos. Pero la consciencia de la presencia y del poder sostenedor del Amor divino, me capacitó para hacer todo lo que era necesario hacer, con un sentido mayor de libertad y con una apariencia bastante normal.
Me esforcé más por apoyar la alegría que mi marido expresaba en sus conferencias cuidando de que mi aspecto expresara gozo. Esto me resultó más fácil a medida que fui percibiendo con mayor claridad la libertad, dominio y compleción innatas del hombre como hijo de Dios, amado y valioso.
Estudié en Ciencia y Salud la respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta: “¿Qué es el hombre?”, la que dice en parte: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico. Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas.. . ”
Para mí este pasaje significaba que yo podía estar agradecida en todo momento porque en mi naturaleza real como reflejo espiritual de Dios, expresaba fortaleza, libertad de movimiento y utilidad. Usando las Concordancias de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy, leí referencias sobre éstos y otros temas relacionados y sobre otros temas que salieron a la superficie a través de la oración y durante las conversaciones con el practicista.
A medida que mi oración, dedicada al mensaje de las conferencias, se iba haciendo más inspirada y específica, las verdades espirituales que emanaban de ellas, se volvieron para mí cada vez más vivas y poderosas. Durante los viajes yo tomaba algunas de las declaraciones con las que estaba trabajando y las usaba como base de los tratamientos de la Ciencia Cristiana, para la familia, la iglesia y las dificultades del mundo. Me fui dando cuenta de que la oración espiritualmente científica, no solo es la actividad más vital en la que uno pueda tomar parte, sino que es agradable y completa.
Poco después despedí al practicista. Terminamos la gira y volvimos a casa por tres meses. Aunque la mejoría física era poco evidente, yo sentía que había habido un enorme progreso espiritual y de este modo pude enfrentar con serenidad la preocupación de familiares y amigos. Realicé lo mejor que pude las tareas de una temporada de vacaciones muy activa, continuando con mis oraciones y un estudio profundo de la Ciencia.
Cuando comenzamos a viajar de nuevo, era evidente que se estaba manifestando la curación. Al poco tiempo, pude hacer largas caminatas, nadar, arreglarme el cabello y descansar con comodidad. Un año después de comenzar el problema pude moverme con libertad y sin dolor. Recobré el peso perdido y he permanecido en excelente estado de salud.
Mis días continúan siendo plenos y muy activos. La vigilancia debe ser constante para mantener en orden mis prioridades, pero encuentro que en la medida en que lo hago, puedo hacerme eco de las palabras de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana: “Bendito es el hombre a quien su Dios le da eterna paz”. Estoy muy agradecida por todo lo que estoy aprendiendo sobre el verdadero propósito del hombre — el de expresar a Dios— y por la evidencia diaria del amor infinito que Dios siente por cada uno de nosotros. ¡Qué regalo maravilloso es la Ciencia Cristiana!
Gold River, California E.U.A.
