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Mi Marido Fue conferenciante...

Del número de julio de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi Marido Fue conferenciante de la Ciencia Cristiana durante diez años. Cada gira de conferencias incluía varios meses de continuos viajes y dar cinco o seis conferencias por semana.

Yo dejé atrás una vida ocupada en tareas domésticas, un empleo de oficina y el trabajo de la iglesia para viajar con él. Me agradaba la actividad de las conferencias y le daba mucho apoyo de oración, pero pronto comencé a impacientarme por las largas horas que pasábamos manejando o en cuartos de hotel. Me sentía más productiva cuando podía estar haciendo algo, como escribir a máquina, llevar la contabilidad, telefonear u otras tareas relacionadas con las giras. No había comprendido del todo mi participación en la función de promover el desarrollo de pensamientos claros y la disposición espiritual que ambos precisábamos mantener, para que las conferencias cumplieran su propósito sanador.

Al comenzar nuestro segundo año de viajes, tuve dolor y rigidez en las articulaciones. Más adelante todo mi cuerpo se vio afectado y cualquier movimiento me causaba molestias. Estar sentada era tan incómodo que con frecuencia parábamos el coche para que yo pudiera salir y caminar. Pasaba las noches en vela y estaba perdiendo peso. Temiendo resultar más una carga que una ayuda para mi marido, consideré la posibilidad de ir en avión a mi casa o a un sanatorio para Científicos Cristianos.

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