Mi Marido Fue conferenciante de la Ciencia Cristiana durante diez años. Cada gira de conferencias incluía varios meses de continuos viajes y dar cinco o seis conferencias por semana.
Yo dejé atrás una vida ocupada en tareas domésticas, un empleo de oficina y el trabajo de la iglesia para viajar con él. Me agradaba la actividad de las conferencias y le daba mucho apoyo de oración, pero pronto comencé a impacientarme por las largas horas que pasábamos manejando o en cuartos de hotel. Me sentía más productiva cuando podía estar haciendo algo, como escribir a máquina, llevar la contabilidad, telefonear u otras tareas relacionadas con las giras. No había comprendido del todo mi participación en la función de promover el desarrollo de pensamientos claros y la disposición espiritual que ambos precisábamos mantener, para que las conferencias cumplieran su propósito sanador.
Al comenzar nuestro segundo año de viajes, tuve dolor y rigidez en las articulaciones. Más adelante todo mi cuerpo se vio afectado y cualquier movimiento me causaba molestias. Estar sentada era tan incómodo que con frecuencia parábamos el coche para que yo pudiera salir y caminar. Pasaba las noches en vela y estaba perdiendo peso. Temiendo resultar más una carga que una ayuda para mi marido, consideré la posibilidad de ir en avión a mi casa o a un sanatorio para Científicos Cristianos.
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