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La Ciencia Cristiana ha estado...

Del número de julio de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana ha estado conmigo toda mi vida, y sus enseñanzas me han ayudado de muchas maneras. Un día, cuando tenía ocho o nueve años, estaba jugando en la casa de una amiga que vivía cerca. Ella tenía en su jardín un tobogán y en una ocasión me deslicé por el tobogán y aterricé sobre un brazo torciéndolo en un ángulo no natural. Me dolía mucho y comenzó a hincharse. Mi amiga me acompañó a mi casa para ver a mi mamá. Estuvimos leyendo el poema de la Sra. Eddy que lleva el título: “Satisfecho”. Su primera estrofa dice:

Tu suerte no importará
Si guía Amor,
Que es tuya, en calma o tempestad,
La paz de Dios.

Mi mamá llamó a una enfermera de la Ciencia Cristiana para que me atendiera. Al día siguiente, fuimos a visitar a mi abuela, que también era Científica Cristiana. Recuerdo que mientras le estaba contando lo que me había sucedido, el vendaje se deslizó dejando el brazo al descubierto. En el lugar donde el brazo había estado hinchado, toda la hinchazón había desaparecido, y poco tiempo después también desapareció el hematoma. He sido una niña muy activa y no recuerdo haber tenido posteriormente molestia alguna en ese brazo.

También estoy agradecida por la curación de sarampión y rubéola, y por la ayuda que me brindó para aprobar exámenes y eliminar el temor en varias ocasiones. La Ciencia Cristiana me ha traído una claridad de propósito en mi vida, al ir comprobando la totalidad de Dios y Su reino y la consiguiente nada del mal. Estoy muy agradecida por ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial.


Soy la madre de Janet y he presenciado las curaciones que tuvo cuando era niña. El incidente relacionado con la torcedura del brazo le dio la oportunidad de recibir la amorosa atención de una enfermera de la Ciencia Cristiana y la curación fue rápida y permanente.

En otra oportunidad, una mañana mientras Janet estaba en la escuela, la trajeron a casa con lo que era aparentemente un ataque agudo de rubéola; también trajeron un mensaje de la escuela por el cual me indicaban que debía llamar a un médico. En Gran Bretaña existe una ley que establece que si aparece una enfermedad visible en alguien menor de dieciséis años, se debe informar a las autoridades sanitarias. Por lo tanto, llamamos a un médico.

Mientras esperábamos la llegada del médico, orábamos a Dios, sabiendo claramente que “nada inarmónico puede entrar en la existencia, porque la Vida es ”. Estas palabras son de una frase de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy; la frase completa afirma: “La transmisión de la enfermedad o de ciertas idiosincracias de la mente mortal sería imposible si se comprendiera esta gran realidad acerca del ser, a saber, que nada inarmónico puede entrar en la existencia, porque la Vida es Dios”.

Pronto llegó el médico y confirmó el diagnóstico hecho en la escuela: se trataba de rubéola. Nos recomendó que mantuviésemos a Janet en cama durante unos días, que tomara las píldoras que le había prescrito, y que no fuera a la escuela por dos semanas. Probablemente el médico estaba muy atareado, pues se comportó en forma algo brusca, y cuando se dirigía a la puerta para retirarse, nuestra hija exclamó en voz alta que en realidad ella no necesitaba ningún médico puesto que era alumna de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana e iba a volverse a Dios por medio de la oración. Entonces el médico preguntó para qué habíamos solicitado que examinara a la niña. Le respondí que la ley así lo exigía y que los Científicos Cristianos respetan las leyes de su país.

La actitud del médico cambió por completo; dejó de ser brusco; se sentó en la cama y habló con Janet sobre cosas de la escuela y de sus actividades. De pronto, se dio vuelta hacia mí y dijo: “Estoy observando a su hija y veo que la erupción en la cara y el cuello está desapareciendo, y la temperatura bajó y es normal”. Se levantó y estrechando la mano de la niña, solemnemente dijo: “Es la mejoría más rápida que jamás haya visto. Estás bien, de modo que puedes levantarte ya mismo y no tendrás que volver a verme”. Una vez que se fue, Janet y yo nos regocijamos, esperando el momento en que llegara a casa su papá, para contarle lo sucedido. Fue, verdaderamente, una hermosa experiencia y curación.

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