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Dios y la economía

Del número de julio de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Nos Ponemos a pensar en la economía —¿y quién no lo hace en estos días?— ¿por dónde empezamos? ¿Con previsiones económicas sombrías? ¿Con balances de cheques que no alcanzan a cubrir las necesidades? ¿O comenzamos con Dios?

Como enseña la Ciencia Cristiana, Dios es sólo el bien y tiene sólo el bien para Su creación. Pero esta creación no incluye el concepto del hombre que la mayoría de la gente tiene, un hombre mortal que, con demasiada frecuencia, se ve envuelto en serias dificultades en lo que respecta a las finanzas. (¡Y a otras cosas también!)

Este concepto mortal no es el hombre de la creación de Dios. Como lo afirma la Biblia, el hombre de la creación de Dios está hecho a semejanza de Dios. Y puesto que Dios es el Espíritu incorpóreo, el hombre de Su creación debe ser espiritual e inmortal. Esta es nuestra verdadera naturaleza, nuestro verdadero ser.

Usted dirá: “De acuerdo, pero acá estoy, empantanado ante un cuadro financiero que me espanta. ¿Cómo puede ayudarme esta ‘verdadera naturaleza’ en mi actual crisis económica?”

Lo que me ha ayudado a lo largo de los años ha sido el elevar mi pensamiento por medio de la oración, para alcanzar un concepto diferente de la sustancia. La sustancia, la esencia misma del ser, es el Espíritu. Y como el hombre es la semejanza del Espíritu, lo que realmente somos e incluimos en nuestro ser es completamente espiritual y, por lo tanto, no puede disminuir. Así que podemos comenzar a ver mejor lo que necesitamos a medida que entendemos mejor que nuestro verdadero ser está creado a la semejanza de Dios.

Cuando pensamos en esto, ¿qué es más importante para nosotros? ¿Las cosas, o la felicidad y el gozo? ¿Los estados de cuenta bancarios, o la sabiduría y el discernimiento? ¿Los asuntos manos, o la paz interior y un sentido de realización? ¿Una posición prestigiosa y bien remunerada, o la salud y el bienestar? Aunque obviamente es apropiado tener las cosas que necesitamos, los aspectos de la vida que son realmente importantes y verdaderamente sustanciales tienen su origen sólo en Dios. El, y sólo El, es la fuente inagotable de la felicidad, la salud, la paz interior, etc.; y el hombre es inseparable de su fuente divina. Dios es el Amor infinito que cuida constantemente de Su creación, y esta creación es perfecta y completa.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”.Ciencia y Salud, pág. vii. A todos nos gusta eso de “estar lleno de bendiciones”, pero deberíamos notar que primero hay algo que debemos hacer: apoyarnos “en el infinito sostenedor”, en el Amor divino que lo incluye todo.

¿Estamos apoyándonos “en el infinito sostenedor” día a día? ¿Realmente sentimos a diario que Dios es la fuente inagotable y continua de todo el bien, el nuestro y el de los demás? Cuando nos apoyamos únicamente en Dios, estamos obedeciendo la exhortación de Cristo Jesús. El simplemente dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33.

Cuando buscamos el reino de Dios, comprendemos que nunca podemos carecer del bien. En su libro The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, la Sra. Eddy observa: “Enteramente separados de este sueño mortal, de esta ilusión y engaño del sentido, viene la Ciencia Cristiana a revelar que el hombre es la imagen de Dios, Su idea, coexistente con El, Dios dándole todo y el hombre poseyendo todo lo que Dios da”.Miscellany, pág. 5.

Puesto que esto es cierto, podemos hacer algo por las carencias que estamos sufriendo. Carencias no sólo de dinero sino también de afecto, compañía, realización, felicidad y salud. Sin embargo, no basta con afirmar la verdad de nuestro ser. Tenemos que vivirla. Tenemos que reflejar más las cualidades que Dios nos ha otorgado, como el gozo, la honestidad, el amor, el discernimiento espiritual y la inteligencia. Entonces comenzamos a entender qué es la verdadera sustancia, y a encontrar una mayor evidencia de la provisión de Dios.

Una creciente comprensión de que el hombre ya es íntegro y completo, unida a la disposición de actuar en consonancia con ella, disuelve los temores que hemos estado abrigando. Vislumbramos nuestra identidad espiritual y verdadera. Nuestros anhelos y deseos humanos se vuelven más altruistas. Nos damos cuenta de que realmente tenemos el conocimiento espiritual necesario para tomar decisiones correctas en nuestra vida. Y lo que es igualmente importante: vemos que tenemos el valor y la fortaleza que Dios nos da para perseverar en toda decisión y esfuerzo correctos. Vemos la importancia de permanecer firmes, por medio de la oración, en nuestro reconocimiento de que el hombre está siempre bajo la ley de Dios. Y vemos que ésta es una ley sólo para el bien.

Mi familia ha comprobado muchas veces lo práctico que es todo esto. Hemos comprendido que cuando enfrentamos un problema económico mediante la oración, podemos desafiar en ese mismo momento cualquier creencia de carencia o empobrecimiento y reconocer que el hombre es el hijo de Dios desde la eternidad y hasta la eternidad, siempre cuidado y amado, siempre protegido. El hombre real no es un peón en un tablero de ajedrez expuesto a sufrir el impacto de una tendencia a la baja de la economía o de una crisis de mercado.

A cada momento, cada uno de nosotros tiene que tomar decisiones. Podemos dejarnos llevar por las creencias corrientes del mundo sobre la economía. O podemos orar para ver, con convicción espiritual, que el hombre es verdaderamente inmortal y como tal sólo está gobernado por, y responde a, la Mente divina. Al hacer esto último se empiezan a producir ajustes en nuestra situación humana. Las puertas comienzan a abrirse y nuestras necesidades son satisfechas, a menudo de formas completamente inusuales e inesperadas.

Pero lo maravilloso de todo esto es que el amor que Dios siente por cada uno de nosotros se hace más palpable para nosotros. A menudo se vuelve más real para nosotros aun antes de que veamos cambio alguno. Sentimos el amor que Dios siente por nosotros. Vemos que Su amor no disminuye sino que es constante. Las puertas del reino de Dios nunca se cierran. Como leemos en la Biblia, en el Apocalipsis: “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Apoc. 3:8.

Esta comprensión espiritual nos trae paz y un mayor entendimiento de lo que es la verdadera sustancia. Dejamos de preocuparnos por lo mucho o lo poco que humanamente tenemos. Nuestra confianza en las facultades y habilidades que Dios nos ha dado, se agudiza. Buscamos formas de ayudar y bendecir a otros.

Cuando enfrentemos un desafío económico, estemos más dispuestos a apoyarnos en Dios. Veremos que cualquier situación que nos obligue a orar para entender mejor a Dios es una bendición, porque nos lleva en la dirección correcta; espiritualiza nuestro pensamiento y hace que actuemos más de acuerdo con lo moral. Nos ayuda a entender qué es la sustancia verdadera. Nos ayuda a ver al hombre sólo como Dios lo hizo y lo sostiene. Nos obliga a que comencemos a expresar más de lo que conocemos del hombre verdadero en nuestros encuentros diarios con los demás.

De esta forma, no sólo nuestras necesidades son respondidas, sino que vemos en mayor medida que el día de hoy realmente está “lleno de bendiciones”.

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