Una Amiga Se estaba vistiendo para ir a un concierto y no se sentía satisfecha con su sencillo vestido negro. Yo la observaba mientras buscaba en su alhajero y vi que tomó un broche de plata redondo. Al prenderlo sobre el vestido dijo: “Así está mejor; le da un toque diferente”. Y en efecto, así era.
En situaciones más graves, los detalles adicionales relativamente pequeños también pueden hacer una gran diferencia. Le recordé a mi amiga que en cierta ocasión el agregar dos palabras a una declaración muy conocida, había resultado en curación.
Sucedió hace algunos años, cuando tuve una lucha terrible con la soledad. Por primera vez en mi vida me hallaba lejos de mi familia y de mis amigos. Sabía que era bueno valerme por mí misma en esa etapa de mi carrera, pero el hecho de ser una extraña dondequiera que fuera era muy difícil. Quería ser independiente pero no deseaba estar aislada. Necesitaba encontrar trabajo, pero también me era difícil pensar con claridad sobre eso.
Una mañana, después de haber orado muchos meses sin encontrar la respuesta que buscaba, algo nuevo surgió en mi pensamiento. Fue la dulce convicción de que si continuaba recurriendo a Dios, mi Padre-Madre, El me liberaría de esos sentimientos tan infelices. Esta convicción me alentó a continuar orando porque “Dios es Todo-en-todo”. (La declaración es del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.)Ciencia y Salud, pág. 113.
De modo que continué orando y mi estudio me guió a la historia bíblica en la cual Cristo Jesús le pregunta a un hombre ciego (Bartimeo) que lo llamaba: “¿Qué quieres que te haga?” Bartimeo sabía lo que necesitaba y le dijo: “Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado”. Marcos 10:51, 52. Y el hombre sanó.
Inmediatamente pude aplicar el relato a mi situación. Mi “ceguera” bien podía ser el resultado de dar por sentado que mis relaciones con los demás — especialmente con mi familia— me darían un sentido de seguridad y de valía personal. ¿Necesitaba realmente estar en ese momento con mi familia, depender tanto de las personas para sentirme feliz? ¿O lo que necesitaba era un mayor entendimiento de que Dios es Todo-en-todo para mí? Analicé con honestidad mis pensamientos para descubrir qué era lo que yo esperaba que Dios hiciera por mí.
Las respuestas comenzaron a surgir como flores azuladas de primavera que brotan rápidamente hasta que una pradera entera parece como un tapiz azul. Amaba mi relación con mi divino Padre y comencé a ver que Su amor cuida de todos, sin excluir a nadie. Si yo amaba a Dios, no podía estar separada de ninguna cualidad o condición buena derivada de Dios.
Fue entonces que dos pequeñas palabras hicieron una enorme diferencia. Razoné que puesto que Dios es Todo-en-todo, esto debe significar que El es todo para Su hijo, para mí. Esos estupendos sinónimos de Dios — Amor, Verdad, Espíritu — no indicaban conceptos abstractos, sino la naturaleza misma de Dios, la evidencia que debía aparecer en mi vida diaria. Estaba aprendiendo que todo lo que anhelaba — afecto, propósito en la vida, actividad, bienestar, sentirme integrada— era posible lograrlo porque eran la evidencia específica de la plenitud de Dios.
Tuve nuevas ideas sobre cómo es posible relacionarme con los demás porque nuestro Padre es Todo para cada uno de nosotros. Es obvio que las relaciones y las necesidades humanas cambian; es parte de nuestro crecimiento. Los padres tienen que desprenderse de sus hijos ya crecidos, así como los hijos tienen que obtener una nueva perspectiva de sus padres como personas, no simplemente como los padres y madres que les dan lo que necesitan. Al aceptar y amar nuestra relación con Dios, y permitir que Su amor sea Todo-en-todo, hallamos que nuestras relaciones con los demás se encaminan adecuadamente. Puesto que Dios y el hombre están siempre completos y perfectamente relacionados, podemos esperar que nuestras relaciones, que crecen y cambian, no incluyan separaciones que causen angustia, sino que expresen una continua evolución armoniosa.
Finalmente, sin que me resultara fácil o lo lograra rápidamente, después de orar mucho, me di cuenta de que amar a mi Padre-Madre Dios en primer lugar trae curación. La certeza de que todo el bien que Dios imparte es real y tangible para Sus hijos — para mí—, fue algo notable. Me pareció que se resumía en estas palabras de la Sra. Eddy en su obra La unidad del bien: “Dios es Todo-en-todo. Por tanto, El existe únicamente en Sí mismo, en Su propia naturaleza y carácter, y es el ser perfecto o consciencia perfecta”. Y continúa: “Ahora bien, este mismo Dios, es nuestra ayuda.. . El está cerca de aquellos que Le adoran”.Unidad, págs. 3–4.
Se produjeron cambios específicos en el modo en que encaraba cada día. Me fue posible rechazar el temor de sentirme sola al escuchar con más perseverancia las ideas espirituales relativas a Dios y el hombre. A menudo declaraba la totalidad de Dios y sabía en mi corazón que esta convicción traería respuestas prácticas al desarrollo de mis días y a mis necesidades.
Esta comprensión tuvo como resultado cambios inmediatos en mi comportamiento. Me sentí más segura de mí misma y abrí mi pensamiento a la aventura en vez de alejarme de la gente. La horrible soledad se disipó. Un “viejo” amigo vino a visitarme, y también aparecieron nuevos amigos. Se me presentaron oportunidades de trabajo. Más tarde asistí a encantadoras reuniones familiares, y los encuentros y las despedidas resultaron ser cada vez menos difíciles emocionalmente.
Lo más importante es que la convicción que produjo ese cambio ha permanecido. Mi Padre, Dios, es Todo-en-todo para mí.
El sol nunca más te servirá de luz para el día,
ni el resplandor de la luna te alumbrará,
sino que Jehová te será por luz perpetua,
y el Dios tuyo por tu gloria.
Isaías 60:19