Al pensar en cómo la Ciencia Cristiana me ha bendecido por más de cincuenta años, me doy cuenta de que nunca envié a esa publicación testimonios escritos acerca de algunas de algunas de las curaciones que he presenciado.
Nuestra familia comenzó a estudiar la Ciencia Cristiana por medio de mi madre. Ella no se sentía satisfecha con las enseñanzas de otras religiones, de modo que después de muchos esfuerzos e indagaciones, fue guiada a pedirle ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana. Su insistente búsqueda de la verdad la llevó a realizar un estudio más inspirado de la Biblia conjuntamente con los escritos de Mary Baker Eddy. Fue entonces que comencé a asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, siendo un niño pequeño.
Cuando mi hermano era adolescente se cayó de una ventana sobre un camino pedregoso. Mi padre insistió en que un médico lo examinara, aunque en realidad no le administraron ningún medicamento. Mi hermano estuvo inconsciente durante cuatro días. Un practicista de la Ciencia Cristiana oró por él con tan buen resultado que al quinto día se levantó perfectamente bien, y al sexto día pudo interpretar un activo papel en una obra de teatro. Nada más fue necesario para convencer a mi padre de la eficacia de la oración por medio de la Ciencia Cristiana.
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