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Cuando la iglesia llegó a donde yo vivía

Del número de enero de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Yo No Estaba muy feliz. Vivía en un suburbio que había sido construido apresuradamente en los años sesenta en Francia. Parecía tener todas las desventajas de una planeación precipitada, una mala ubicación y aislamiento sin ninguna de las ventajas de ser relativamente nuevo. Todo se encontraba muy lejos. Esta área no ofrecía el desarrollo cultural, social o artístico que yo anhelaba. Muchos de los que vivíamos allí pensábamos que no teníamos salida. De hecho, parecía que la falta de una actividad productiva y edificante para la gente joven de la comunidad estaba llevando al crimen y a otras indicaciones de que había un considerable descontento.

Tenía que viajar tres horas cada día para llegar a la universidad. Aun cuando iba a la iglesia tenía que viajar una hora para ir y para volver. ¡Pero amaba la iglesia! Sentía regocijo y paz y me sentía con un propósito cuando estaba allí. Entonces tenía que ir a casa, ¡todo el camino de vuelta a casa! Me sentía infeliz, sintiendo que cada cosa en que yo estaba interesada — la ciudad, la universidad, la iglesia, entre otras — se encontraba muy lejos de donde yo vivía. Una verdadera maldición, pensaba.

Entonces un día algo empezó a cambiar. Había leído un artículo en The Christian Science Journal que trataba de la función sanadora que tiene la iglesia en la vida de una comunidad. Mi primera reacción había sido: “Pero no hay una iglesia en donde yo vivo, y la iglesia de la que soy miembro no está en mi comunidad y mi comunidad no es buena”. A pesar de eso, el espíritu y el mensaje de ese artículo no me dejó en aquel estado de desesperación. Una especie de resistencia que había en mí comenzó a suavizarse aquel día. De hecho, no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a comprender que la iglesia no es algo que está confinado a una ubicación en particular o a un día de la semana. Comencé a ver que la iglesia es una idea espiritual. Empecé a comprender que la paz, el regocijo y la inspiración que sentía durante los servicios de la iglesia y en otras actividades de los miembros, ciertamente eran el resultado de la relación que tiene el hombre con Dios.

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