Yo No Estaba muy feliz. Vivía en un suburbio que había sido construido apresuradamente en los años sesenta en Francia. Parecía tener todas las desventajas de una planeación precipitada, una mala ubicación y aislamiento sin ninguna de las ventajas de ser relativamente nuevo. Todo se encontraba muy lejos. Esta área no ofrecía el desarrollo cultural, social o artístico que yo anhelaba. Muchos de los que vivíamos allí pensábamos que no teníamos salida. De hecho, parecía que la falta de una actividad productiva y edificante para la gente joven de la comunidad estaba llevando al crimen y a otras indicaciones de que había un considerable descontento.
Tenía que viajar tres horas cada día para llegar a la universidad. Aun cuando iba a la iglesia tenía que viajar una hora para ir y para volver. ¡Pero amaba la iglesia! Sentía regocijo y paz y me sentía con un propósito cuando estaba allí. Entonces tenía que ir a casa, ¡todo el camino de vuelta a casa! Me sentía infeliz, sintiendo que cada cosa en que yo estaba interesada — la ciudad, la universidad, la iglesia, entre otras — se encontraba muy lejos de donde yo vivía. Una verdadera maldición, pensaba.
Entonces un día algo empezó a cambiar. Había leído un artículo en The Christian Science Journal que trataba de la función sanadora que tiene la iglesia en la vida de una comunidad. Mi primera reacción había sido: “Pero no hay una iglesia en donde yo vivo, y la iglesia de la que soy miembro no está en mi comunidad y mi comunidad no es buena”. A pesar de eso, el espíritu y el mensaje de ese artículo no me dejó en aquel estado de desesperación. Una especie de resistencia que había en mí comenzó a suavizarse aquel día. De hecho, no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a comprender que la iglesia no es algo que está confinado a una ubicación en particular o a un día de la semana. Comencé a ver que la iglesia es una idea espiritual. Empecé a comprender que la paz, el regocijo y la inspiración que sentía durante los servicios de la iglesia y en otras actividades de los miembros, ciertamente eran el resultado de la relación que tiene el hombre con Dios.
Esta relación espiritual que tenemos con Dios no está limitada, ni controlada por el lugar donde vivimos. La iglesia, la verdadera iglesia, está en la consciencia espiritual de Dios, la cual abraza a nuestra vida en un todo y, por lo tanto, a la comunidad en donde vivimos. Entonces comprendí porqué aquel artículo había sido una revelación tan eficaz para mí; había abierto mis ojos para ver que la iglesia espiritual y verdadera no se puede limitar ni restringir, sino que ha de ser una idea en continua expansión que redime nuestra vida.
En una carta a una nueva filial de la Iglesia de Cristo, Científico, la Sra. Eddy escribió: “Dios bendecirá abundantemente a esta iglesia dispuesta y obediente con la rica recompensa de los que Lo buscan y Le sirven. No tenemos esperanza más grande que el pensar correctamente y el actuar correctamente, y la fe en la bendición de la fidelidad, el valor, la paciencia y la gracia”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 209. La Sra. Eddy vio en el potencial que tenía esa iglesia filial, y que yo comencé a comprender en mi propia experiencia, que la iglesia y la comunidad en la que vivimos no son solamente entidades físicas o geográficas. Son conceptos mentales, y a medida que el Cristo, la Verdad, transforma y regenera nuestra vida, a su vez, comenzamos a comprender que la iglesia es un poder salvador y sanador en cualquier lugar en que vivamos.
Las actitudes negativas y destructivas hacia la comunidad en que vivimos, podrían hacernos perder de vista la realidad espiritual que está a nuestro alcance. La inspiración y la paz que sentimos durante los servicios de la iglesia no están limitados solamente a los horarios y al lugar del culto público. Comprendí que el poder de Dios que está detrás de estas actividades era algo que tenía que apreciar y al que tenía que responder, ya sea que estuviera en la iglesia o de vuelta en mi vecindario. Resolví vivir en total acuerdo con este sentido espiritual de Iglesia y su verdadero significado, y no permitir que me venciera el descontento o el desaliento sobre donde vivía.
Esto pareció ser todo un desafío. Comencé por estar alerta a cada evidencia del bien en mi comunidad. Si veía amabilidad en la gente mientras estaba haciendo las compras, conscientemente lo identificaba como una evidencia de la omnipresencia de Dios y del hombre como Su imagen y semejanza. Agradecí a Dios por cada signo de bondad, pequeño o grande. Oré, literalmente durante meses, para que Dios abriera mis ojos a lo bueno. A menudo oré con las palabras del Salmista: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. Salmo 119:18.
Esta clase de oración me exigió que tratara siempre de olvidar mi opinión personal, largamente sostenida, como la tendencia de contemplar al mundo solo desde el punto de vista sociopolítico. Traté de ver más del hombre espiritual de Dios donde los sentidos materiales testificaban de la individualidad mortal. La Verdad y el Amor subordinaron y callaron completamente los puntos de vista sociales y políticos. No pasó mucho tiempo para que yo ya no me uniera al coro que decía: “No hay nada bueno aquí”. Yo estaba encontrando algo bueno en mi prójimo.
Mis ojos se abrieron, y el bien comenzó a llegar en forma concreta a mi vida. A continuación les daré un simple ejemplo de como el sentido espiritual de la actividad y presencia de Dios, que estaba tornándose más claro para mí a través de la oración, trajo el cambio y ayudó a nuestra comunidad. Quizás también ilustre que no debemos permitir que el argumento común de la mente mortal, “Soy solo una persona, ¿qué puedo hacer?”, nos desaliente. He llegado a ver que la curación y el progreso pueden llegar a la comunidad de la misma manera en que llega a las personas.
Por años, había estado interesada en la danza. Quería entrenarme, pero parecía que no existía la oportunidad ni el dinero para pagar las clases, y no conocía a un instructor donde yo vivía. Pero entonces un día una amiga y yo estábamos mirando el cartel de una película popular española que tenía mucha danza moderna y clásica en ella, y mi amiga me dijo que conocía a una maestra española de danza que vivía cerca de allí. Además también tenía su número de teléfono.
Esto no solo me condujo a entrenarme en la danza, sino que pronto se formó un grupo en nuestra comunidad para desarrollar una edificante vida cultural y artística.
Si bien esto es solo una simple ilustración de cómo puede llegar el cambio como resultado de la oración, indica algo mucho más significativo, la regeneración espiritual y la importancia que tiene en todas las circunstancias de nuestra vida.
Mi vida cambió cuando entendí qué es la Iglesia en realidad, que es una idea espiritual, una inspiración espiritual, y que no está limitada a un tiempo o a un lugar. El amor espiritual y el gozo que recibí en aquellos servicios de la iglesia se extendieron a mi comunidad y cambiaron mi vida de maneras que yo nunca podría haber imaginado. El escritor de ese artículo también hizo una tremenda diferencia en mi vida, y eso también es “iglesia”.
Las circunstancias humanas a veces parecen ser un desierto, y nos pueden desesperar. Pero esas situaciones no son incambiables como aparentan ser. Las palabras del profeta Isaías describen en forma perfecta lo que sucedió en mi experiencia: “... el desierto... se gozará y florecerá como la rosa”. Isa. 35:1.