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Sanemos el racismo en el mundo

Del número de enero de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Niña por ignorancia tenía temor a los hombres de que eran de distinta raza que yo. También, debido a las influencias políticas y raciales que había en la sociedad donde vivía, fui llevada a creer que las personas de un grupo ancestral podían ser inferiores a otras. Esto me confundió mucho. Pero mi madre, que conocía el Evangelio de Cristo Jesús, calmó mis temores enseñándome que todas las personas son iguales y que formamos parte de una sola familia universal. También me demostró que nos podemos amar verdaderamente los unos a los otros cuando amamos como Jesús amó.

Mi madre también practicó lo que predicó. Durante la Segunda Guerra Mundial, ella dio su amor imparcial a judíos y pan a prisioneros rusos. Ella me enseñó a hacer lo mismo y a que no tuviera temor de la persecución que había en nuestro país en esa época. Su hábito de volverse en oración a la sabiduría del Amor divino, la protegió a ella y salvó a toda nuestra familia cuando mi madre fue denunciada e interrogada.

De estas experiencias llegué a comprender que los conflictos constantes que existen entre los pueblos y las familias son el resultado de la creencia generalmente aceptada de que existen muchas mentes y razas y que necesariamente deben ser antagónicas entre sí. El estudio de la Biblia, de acuerdo con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, nos ayuda a superar esta creencia. Comenzamos a comprender que puesto que Dios, el Espíritu, es el creador del hombre, el hombre es en realidad espiritual, no una personalidad material con antecedentes raciales en particular. El amor de Cristo Jesús reflejó esta verdad. El expresaba un amor imparcial y profundamente espiritual que sostiene que el hombre es la imagen de Dios y de ese modo libera y eleva a la raza humana. Al seguir sus enseñanzas y ejemplo, podemos percibir la armonía de la realidad divina, donde no existe el racismo de ningún tipo. La parábola tan conocida del buen Samaritano que nos dio Jesús nos ayuda a demostrar cómo debemos actuar con nuestro prójimo. Véase Lucas 10:30–37.

La parábola relata que unos ladrones atacan a un hombre, lo hieren y lo dejan tirado a un costado del camino. Dos hombres, un sacerdote y un levita, pasan por allí pero no lo ayudan. El tercer hombre, un samaritano, cuida del hombre y lo lleva a un lugar donde se puede recuperar. Jesús recomendó a los que lo escuchaban que tuvieran esta actitud con los extraños.

Una de las grandes necesidades de nuestro tiempo es que demos los pasos prácticos para cuidar de la gran cantidad de emigrantes que están buscando mejores y más seguras condiciones de vida. Nuestras oraciones y nuestra disposición de amar a nuestro prójimo puede ayudar mucho. El encontrar las soluciones no es sólo trabajo de los gobiernos sino de cada uno de nosotros que formamos parte de la familia universal.

El rechazo de una persona o grupo sobre la base del color de su piel, sus costumbres, tradiciones, religión, clase social o edad, se encuentra en la creencia de que el hombre es un mortal y que su identidad se encuentra en la materia. Pero Cristo Jesús vino para hacer que la humanidad cambiara el punto de vista material y limitado que tenían del hombre y para revelar la realidad del verdadero ser espiritual del hombre. Cuando Jesús comenzó su ministerio sanador, él enseñó que era necesario espiritualizar el pensamiento. El dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 4:17. Este reino, donde la ley del bien de Dios es suprema, está al alcance de todos. Jesús probó — mediante la curación — que el Cristo, la Verdad, siempre presente puede traer soluciones a la enorme diversidad de problemas humanos.

La Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, nos ayudan a comprender que en su verdadero ser todos los hombres, mujeres y niños son el linaje espiritual del único Dios, la única Mente. El Amor divino, el único Padre y Madre universales, es el creador de todo.

Sin embargo, nuestros esfuerzos para amarnos los unos a los otros se confunden cuando recurrimos a la historia material de la raza humana para comprender al hombre. Es fundamental recordar que el hombre tiene un origen espiritual, que cada uno de nosotros es, en realidad, la semejanza de Dios. Entonces no adoraremos por error a la materia en lugar de al Espíritu. Dios. Los profetas del Antiguo Testamento ayudaron a demostrar a la humanidad que es necesario renunciar a la creencia en otros dioses. La gente comenzó a aprender que la voluntad que Dios tiene para el hombre es buena y que cada uno de nosotros puede conocer Su propósito. En el libro de Jeremías en la Biblia, Dios promete a Su pueblo: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”. Jer. 31:33. Para mí esto significa que la unidad que existe entre Dios y Su idea espiritual, el hombre, y la armonía de la familia universal de Dios, finalmente serán reconocidas como la única existencia verdadera. Entonces la posibilidad de tener guerra los unos con los otros será como un sueño que ha pasado, y que no ha dejado ni memoria ni rastro.

Y ¿dónde está el racismo o el racista si el hombre de Dios no tiene un origen racial?

A medida que comprendamos mejor a Dios, el Espíritu, veremos que Su hombre, por ser espiritual, no está hecho de características materiales tal como las que define a una raza o cultura. Y ¿dónde está el racismo o el racista si el hombre de Dios no tiene un origen racial? La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia”.Ciencia y Salud, pág. 63.

Si estamos dispuestos a seguir el ejemplo de Cristo Jesús, tenemos la posibilidad de renovar nuestra consciencia y purificarla de los resentimientos del pasado. El Cristo, como Jesús lo demostró y vivió, pone en evidencia la verdadera esencia de la filiación, pura y perfecta. Su enseñanza es para todos los pueblos, y él dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Juan 7:24. Dios, que es el Amor, es tan imparcial como el sol, que brilla para todos. El no tiene favoritos sino que nos ama a cada uno de nosotros. Este amor imparcial es también nuestra verdadera naturaleza porque somos Su linaje espiritual.

La unión de nuestras oraciones por los emigrantes y otros que sufren discriminación, pondrá en evidencia los medios y recursos para satisfacer las necesidades más urgentes. Estas oraciones también nos ayudan a nosotros porque nos hacen volver a nuestro Padre del todo amoroso y nos recuerdan que nosotros también somos Su linaje espiritual. Bendecir a la raza humana con el fin de elevarla es trabajo de todos, y esto asegura el progreso espiritual de la humanidad.

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