En Cierto Momento tuve el deseo de hacerme miembro de una iglesia filial de la Ciencia Cristiana con el propósito de retribuir algo de lo que estaba ganando mediante el estudio de esta Ciencia. El hábito de fumar que tenía desde hacía tiempo me lo impidió. Cuanto más me esforzaba por dejar de fumar, tanto mayor parecía ser el poder que la nicotina ejercía sobre mí. Me sentía condenada a seguir fumando. Sin embargo, mientras oraba, venían a mí estas palabras: “El deseo es oración”. Una y otra vez volvía a leer el pasaje de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que contiene estas palabras: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones” (pág. 1). Si bien ansiaba confiarle mis deseos a Dios, luchaba desesperadamente para vencer esta adicción.
Continué leyendo Ciencia y Salud y orando para que mi deseo fuera el correcto. Entonces leí: “La oración no puede cambiar la Verdad inalterable, ni puede la oración por sí sola darnos una comprensión de la Verdad; mas la oración, unida a un deseo fervoroso y constante de conocer y de hacer la voluntad de Dios, nos guiará a toda la Verdad” (pág. 10). Mi deseo era, más que nada, el “de conocer y de hacer la voluntad de Dios”. Por tal motivo, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara por medio de la oración. Con paciencia y con amor me aseguró que la adicción al cigarrillo no es parte del hombre de Dios. Me sugirió que dejara de luchar con el problema porque un día cualquiera, la creencia en este hábito simplemente desaparecería, y sería reemplazada por algo más elevado, algo más espiritual. Insistió en que tuviera paciencia y me ayudó a percibir el amor que Dios tiene por mí. También me dijo: “No te preocupes. ¡Dios aún no ha terminado contigo!”
Durante esa época, mis tareas absorbían todo mi tiempo y a menudo sentía que estaba demasiado ocupada para leer la Lección Bíblica que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Un día le comenté esto a una amiga que era una Científica Cristiana consagrada, e inmediatamente se ofreció para marcar la lección en mi Biblia y en mi ejemplar de Ciencia y Salud. ¡Realmente me impresionó que ella lo considerara tan importante, como para estar dispuesta a hacer esto por mí! Posteriormente, le comenté al practicista este incidente y él me dijo: “Dio resultado, ¿no es cierto?” Demás está decir que después de eso reconocí que las lecciones son una bendición. (A tal punto que comencé a marcar los libros para compartirlos con una persona que no podía hacerlo.)
Una mañana, mientras leía la lección, me di cuenta de que las palabras del practicista se habían convertido en realidad. ¡El deseo de fumar había desaparecido! Estaba muy agradecida por ver que la obediencia y el deseo humilde de conocer y de hacer la voluntad de Dios habían resultado en curación. Y en verdad, este hábito fue reemplazado por algo mejor, por ideas espirituales que me daban satisfacción y que descubrí mediante la oración y el estudio de la lección.
Pero diez días después, tuve unas ganas terribles de fumar un cigarrillo. Se pueden imaginar el desaliento y la frustración que sentí, después de haberme regocijado durante nueve días. Me volví a Dios en oración de todo corazón y me vinieron al pensamiento las siguientes palabras de Gálatas: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gal. 5:1). No recordaba haber memorizado alguna vez ese pasaje. Una y otra vez repetí esas palabras de Pablo, y luego consulté Ciencia y Salud donde leí: “.. . la Ciencia no conoce ningún alejamiento de la armonía ni retorno a ella, sino mantiene que el orden divino o ley espiritual, en que Dios y todo lo que es creado por El son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (pág. 471). Esta comprensión espiritual me liberó de una vez y para siempre de esa terrible tentación.
Desde ese entonces, no solo me hice miembro de una iglesia filial sino que fui miembro de una Comisión Directiva, y actualmente desempeño el cargo de Superintendente de la Escuela Dominical. Algunos otros privilegios constituyen el haber tomado instrucción en clase Primaria de la Ciencia Cristiana y ser miembro de La Iglesia Madre. La Ciencia Cristiana me sigue probando que: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia” (Ciencia y Salud, pág. 63).
Daleville, Indiana, E.U.A.