Fue Hacia El final de mi adolescencia cuando una amiga de mi madre le dio a conocer el libro de texto de la Ciencia Cristiana. El libro llegó a nuestro hogar como una luz que resplandecía en medio de la oscuridad del temor, porque en ese entonces mi madre estaba sufriendo de una seria enfermedad, diagnosticada como úlceras intestinales que podían tener consecuencias fatales. Mi madre estudió el libro y tiempo después sanó por medio de sus oraciones y las de un practicista de la Ciencia Cristiana. Durante muchos años llevó una vida muy activa y llegó a ser practicista pública de la Ciencia Cristiana.
El progreso de mi madre me hizo reflexionar acerca de la Ciencia Cristiana y comencé a leer Ciencia y Salud solo por curiosidad. Después de que mi madre comenzó a asistir a los servicios de la iglesia y a relatarme algunos de los testimonios de curaciones que oía, comencé a estudiar la Lección Bíblica semanal. Este estudio me llevó a ver en la Biblia una guía práctica para la vida diaria. No había estado familiarizada con ella porque nuestra familia, que vivía en la India, pertenecía a una religión antigua, monoteísta, no cristiana, que no utiliza la Biblia.
Poco tiempo después de haber comenzado el estudio de la Ciencia Cristiana, me convencí de que era la religión que deseaba, porque pude comprobar el efecto sanador de sus enseñanzas en mi vida diaria. También comencé a asistir a los servicios religiosos de la iglesia. La religión de nuestra familia era muy estricta respecto a convertirse a otra religión. Una vez que alguien se convertía, era privado de cumplir con las obligaciones sociales que incluyeran ceremonias religiosas, o de disfrutar de ciertos privilegios reservados para la comunidad. Pero mi madre y yo queríamos dar nuestro prójimo, para ayudar a nuestro prójimo, afiliándonos a la iglesia. Pocos años después nos hicimos miembros de la Sociedad local de la Ciencia Cristiana (que ahora es una iglesia), y más tarde nos hicimos miembros de La Iglesia Madre.
Antes de esa época estudié el Primer Mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Ex. 20:3). Aprendí que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es una idea espiritual y no una forma física, también que Dios es Todo, que El siempre me ama y es el bien inveriable. Este estudio me trajo libertad y alegría, y fui sanada de esguinces de tobillo, frecuentes pesadillas, temor a la oscuridad y fiebre. Por medio de la oración recuperé artículos perdidos y pude demostrar abundante provisión.
Todo lo cual me hizo ver que si yo deseaba adoptar la Ciencia Cristiana como mi religión, debía por lo menos hacer el esfuerzo de sanar un problema de sinusitis que me había afectado desde la niñez. Continuaba tomando píldoras homeopáticas para prevenir los violentos ataques que solía tener. El tratamiento alopático que había seguido antes no había sido eficaz. Comprendí que la medicina y el confiar en Dios no pueden mezclarse, porque significaría servir a dos señores: a Dios por un lado y a la materia por otro. De modo que tiré las píldoras y decidí confiar en Dios a través de la oración.
La curación completa no se efectuó de inmediato, aunque los ataques fueron cada vez menos severos y menos frecuentes. Estoy agradecida por esos tratamientos, porque me guiaron al sendero correcto. Durante este tiempo, el estudio de la lección, la lectura de las publicaciones The Christian Science Journal y el Christian Science Sentinel, mi actividad como miembro de una iglesia filial y la instrucción en clase Primaria de la Ciencia Cristiana, fueron factores fundamentales para comprender que este problema era una falsa creencia de la mente mortal, que no provenia de Dios y que Dios me mostraría lo que necesitaba saber.
Un día me di cuenta de que aún persistía en mí un temor latente referente a la sinusitis. Ese temor sólo podía ser eliminado reconociendo la eterna presencia de Dios y sabiendo que jamás podía estar separada de El porque era Su hija amada. Un pasaje de Ciencia y Salud fue de gran ayuda para mí: “Tal como una gota de agua es una con el mar, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser”(pág. 361). Al orar de este modo, quedaron al descubierto muchos temores acerca del frío, vientos, cambios atmosféricos, contagio y otros tantos. Me di cuenta de que tenía que ser más amorosa en mi trato con los demás. Otra declaración del libro de texto: “Todo lo que mantenga al pensamiento humano de acuerdo con el amor desinteresado, recibe directamente el poder divino” (pág. 192), como también himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, guiaron mis oraciones. También tuve que disciplinar mi pensamiento con respecto a la justificación propia.
Hoy puedo decir que la curación es completa. Ya hace unos cuantos años que estoy libre de la infección de sinusitis. El alivio del sufrimiento es enorme, pero estoy sumamente agradecida por haber logrado un concepto más verdadero Cristo. Estoy infinitamente agradecida a la Ciencia Cristiana.
Boston, Massachusetts, E.U.A.
    