Muchas Veces Durante el día tenemos que hacer elecciones importantes, y por medio de la oración y el razonamiento correcto, logramos tomar buenas decisiones. En cierto sentido, siempre nos vemos obligados a decidir entre dos puntos de vista acerca de la realidad. Un punto de vista acepta la teoría de que Dios ha creado tanto el bien como el mal y que no tenemos otra alternativa que esperar alguna salvación futura. El otro punto de vista revela lo que nuestro Maestro, Cristo Jesús, nos estaba mostrando: que Dios, el bien, es el único creador verdadero, que se está manifestando aquí y ahora, y que el mal no tiene causa real.
Los relatos del ministerio sanador de Jesús en los Evangelios explican con claridad que el bien no es una “opción” que se echa a la suerte en el reino de la casualidad, sino que está establecido permanentemente por el Espíritu divino como la verdadera sustancia del ser. Cuando Jesús se enfrentaba a situaciones difíciles, nunca estaba indeciso. Demostraba con certeza la relación inseparable del hombre con su Padre celestial al satisfacer las necesidades de aquellos que acudían a él para sanarse. Sus obras mostraron que lo que para el sentido humano parecía ser una condición física que necesitaba ser sanada, tenía una base mental; representaba un concepto erróneo de Dios y el hombre.
Jesús corregía las creencias falsas sobre Dios y Su creación por medio del poder transformador del Cristo, la verdadera idea de Dios, el Principio divino del hombre que disipa el temor, la tristeza, el pesar, el odio, la superstición y los males físicos que esas creencias producen. La Sra. Eddy escribe sobre Jesús: “El exigió un cambio de consciencia y evidencia, y efectuó este cambio mediante las leyes superiores de Dios”.La unidad del bien, pág. 11. El comprender que estas leyes divinas gobiernan siempre al hombre en armonía, abrió el camino para que el toque sanador del Cristo revelara que la sanidad y la perfección espiritual son el estado natural del hombre. Jesús demostró para todas las personas y para todos los tiempos que la Vida es Espíritu y que la materia no es realmente sustancial. Su profundo amor por Dios y por el hombre lo impulsaron a liberar a sus semejantes de todo lo que no estuviera de acuerdo con la existencia espiritual y perfecta. La enfermedad y el sufrimiento fueron eliminados con la autoridad del Cristo, permitiendo a la gente experimentar la libertad espiritual a la que tenían derecho.
Nosotros también podemos reclamar y poner en práctica la capacidad que nos da el Cristo para percibir cuál es la necesidad en una situación determinada, y cuáles son las verdades que sanarán esa dificultad. Por medio de la Ciencia Cristiana aprendemos que la supuesta evidencia del mal es básicamente una ilusión que no tiene densidad, intensidad, poder ni ley. Aunque una situación discordante parezca un hecho muy establecido, aunque parezca que hace mucho tiempo que está presente, una vez que dejemos de creer en su supuesta realidad, ya no puede ni siquiera pretender que existe, porque en realidad no es nada más que una creencia falsa. Cada uno de nosotros puede aprender a demostrar esto. El discernimiento espiritual, o comprensión, pone de manifiesto la bondad y el bienestar que parecerían invisibles al pensamiento materialista y falto de inspiración. Esto lo podemos ver claramente en la siguiente curación que tuve y de la cual aprendí muchas lecciones valiosas.
Una mañana sentí que necesitaba entender con más claridad la siguiente declaración de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Cambiad el testimonio, y desaparece aquello que antes parecía real a esa creencia falsa, y la consciencia humana se eleva más alto”.Ciencia y Salud, pág. 297. ¿Cómo podía yo cambiar el testimonio? Oré sobre este punto hasta que vi con claridad que al lector de Ciencia y Salud se le estaba exigiendo que tomara una determinación. Yo tenía que decidir desde qué punto de vista iba a contemplar la evidencia ante mis ojos. ¿Sería a través de mis sentidos espirituales, o me dejaría llevar por el testimonio del sentido material que pretendía ser real? Reconocí que mis únicos sentidos verdaderos eran espirituales; sólo ellos me podían decir lo que era real.
Más tarde esa día me puse a trabajar en el jardín. Estaba colocando unas macetas pesadas en una carretilla de metal cuando de pronto ésta se inclinó y el mango de metal me pegó en un costado de la cara, dejándome semiinconsciente. Los sentidos físicos argumentaban con insistencia que me había lesionado la cabeza y que me había lastimado un ojo. Pero pude recostarme contra una pared, y me dije firmemente a mí misma: “¡Cambia la evidencia!”
Tenía que actuar con decisión. Podía aceptar que había ocurrido un accidente o tenía que escuchar atentamente lo que mi Padre me estaba diciendo en ese momento. Me volví a Dios y de inmediato declaré que lo único que yo podía experimentar era Su presencia y poder como mi Padre celestial, el Amor divino. No solo estaba conmigo allí mismo, sino que Su continuo gobierno de Su creación había permanecido en perfecta armonía. Continué afirmando con energía que yo solo podía experimentar lo que Dios, la Mente infinita, veía y conocía; como reflejo de la Mente, yo estaba siempre completamente consciente de lo que la Mente estaba expresando. Afirmé que ninguna otra cosa estaba presente.
Me negué a dejarme engañar por la sugestión mental agresiva que aparecía como materia dolorida y magullada y que se esforzaba tenazmente por imponer en mi pensamiento la idea de que yo era un mortal sufriente que estaba separado de mi Padre y que era vulnerable a fuerzas materiales que podían despojarme de mi paz. No consentí aceptar esta mentira. Una mentira sin una identidad a la cual adherirse no es nada, y solo a esto se tenía que reducir esta sugestión.
En pocos momentos pude continuar mi tarea sin molestias, con gozo y gratitud por la oportunidad de demostrar la ineficacia del mal — su nada definitiva — y por demostrar mi libertad espiritual.
¿Qué había sucedido? El falso testimonio que se había presentado en mi pensamiento no tenía poder propio para ser verdadero. No di mi consentimiento; por lo tanto, la sugestión desapareció. Había sido despojada de sus pretensiones, y se comprobó que no existía. Había cambiado la evidencia. Yo no estaba aceptando el cuadro mortal como evidencia verdadera, aunque pretendiera ser real. Lo vi como una ilusión, sin causa; una ilusión sobre la cual yo tenía el dominio que Dios me había concedido. Yo sabía que lo que estaba percibiendo espiritualmente era la realidad, la verdadera evidencia.
Continúo aprendiendo que puedo rechazar en forma instantánea la sugestión mental agresiva que le presenta imágenes falsas al pensamiento con el propósito de engañarlo. He aprendido que todo aquello que no procede de Dios lo debo poner en la categoría de ilusión, ya sea que parezca venir en forma de pensamiento o de condición física. La creencia en el mal es siempre una mentira. La única vida o sustancia que el hombre posee es espiritual, y nuestra comprensión de esto es una garantía de que estamos completamente alertas para continuar llevando a cabo la tarea que nos corresponde, imperturbables bajo las órdenes del Padre.
La Sra. Eddy formula la pregunta: “¿Cuál es el punto cardinal que distingue mi sistema metafísico de otros sistemas?” Ella responde: “Este: que al reconocer la irrealidad de la enfermedad, el pecado y la muerte, se demuestra la totalidad de Dios. Esta diferencia separa por completo mi sistema de todos los demás. Niego la realidad de esas supuestas existencias, porque no se las puede hallar en Dios, y mi sistema se basa en El como la única causa”.Un., págs. 9–10.
Este sistema metafísico, que nuestra Guía nos dejó por medio de Ciencia y Salud, revela la verdad salvadora para solucionar los problemas de la humanidad. La alegría, la libertad espiritual y la paz interior es lo que quiere Dios para el hombre; esto constituye la realidad espiritual del ser. Pero necesitamos demostrarlo, y eso significa que hay trabajo por hacer. No podemos cerrar nuestros ojos a lo que se requiere de cada uno de nosotros: demostrar diariamente la impotencia del mal en el mundo. Podemos estar agradecidos por tener el poder del Cristo siempre disponible para desenmascarar y destruir las pretensiones del mal y de esta manera sanarnos y salvarnos.
Dios “nos amó primero”, 1 Juan 4:19. y nosotros demostramos nuestro amor por El amando a los demás, sanando a los enfermos y aliviando el sufrimiento dondequiera que pretenda estar. Siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, no debemos permitir que nada desemejante al bien permanezca en nuestra experiencia. Cambiar la evidencia significa ser testigos del Cristo, la Verdad, y cuando esto se pone en práctica fielmente en la experiencia individual, la humanidad sentirá las bendiciones y la libertad que esas obras producen. A cada uno de nosotros se le ha encomendado y preparado para llevar a cabo esta misión en nuestra práctica sanadora individual. Por el bien de toda la humanidad, actúa con decisión: “¡Cambia la evidencia!”