Hace Poco, Pensando sobre mis relaciones con los demás, me di cuenta de que necesitaba una mejor comprensión del mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:39. Percibí que cumplir con este mandamiento es absolutamente esencial para lograr relaciones humanas armoniosas y duraderas.
Me pregunté: ¿Quién soy? ¿Quién es mi prójimo? ¿Quién es esta persona de carne y hueso que conozco a través de los sentidos materiales, cuyo cuerpo veo, cuya voz oigo? ¿Soy yo este mortal imperfecto, que a veces es desagradable, egoísta, obstinado y crítico? ¿Es acaso mi prójimo así? ¿O es en realidad mi verdadero ser, como el de mi prójimo, la idea espiritual de Dios, perfecta e inmortal, creada a Su imagen y semejanza, que refleja las cualidades de entendimiento, alegría, buena voluntad y amor?
Como estudiante de la Ciencia Cristiana, con gran conocimiento de sus enseñanzas, sería muy fácil contestar rápidamente que “no” a esas primeras preguntas sobre mi prójimo, y decir que “sí” a la última. Pero si mi respuesta fuera tan sólo académica — carente de ese elemento vital inspirado por el Amor y continuamente consciente de la verdadera identidad del hombre en mi diaria relación con los demás —, no estaría practicando la Ciencia Cristiana ni siguiendo a Cristo Jesús en la constante demostración del amor espiritual. Aprendí que practicar el amor al prójimo en la medida que uno se ama a sí mismo, y no meramente decirlo, es la clave para tener éxito en mis relaciones humanas. Esto significa que siempre debo estar alerta respecto a mis contactos diarios con los demás.
Si al sentir justificación propia me descuido un momento y trato a alguien como si él o ella fuera una personalidad material con rasgos de carácter desagradables, olvidándome de que el hombre es realmente la emanación de Dios, estoy cometiendo una injusticia con la persona y conmigo mismo. Descendería al nivel de pensamiento que me haría creer que soy un mortal imperfecto que veo a mi semejante de la misma manera. Esto no es amarme a mí mismo ni a la otra persona, ni es la manera de ayudar a sanar lo que necesita ser sanado. Y hasta que corrija en mi propia consciencia este punto de vista distorsionado del hombre, la relación será inestable.
Si, por el contrario, estoy espiritualmente en guardia y pienso en la otra persona de la manera que Dios ve al hombre — como Su propia expresión — estoy ayudando realmente a mi prójimo y a mí mismo. Tener el concepto correcto de mi prójimo, un concepto sanador, nos ayuda a ambos a liberarnos de las limitaciones mortales. De este modo, estoy consciente de mí mismo como el hijo puro de Dios, reconociendo también que mi semejante es el hijo puro de Dios. ¿Qué amor más grande podría expresar?
Esta manera de pensar, llena de amor, lleva consigo el poder sanador del Cristo, ejemplificado por Jesús. La Sra. Eddy saca a luz esto cuando escribe en Ciencia y Salud: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos”.Ciencia y Salud, págs. 476–477. Imaginemos el potencial sanador de vernos mutuamente de esta manera, hora tras hora en nuestro trato diario con los demás.
El poder para sanar una relación distanciada a la manera del Cristo, está muy bien ilustrada en la Biblia en el relato acerca de los hermanos Jacob y Esaú. Por medio de engaños, Jacob obtuvo de su padre Isaac el derecho a la primogenitura que le correspondía a Esaú. Cuando Esaú descubrió esto, amenazó de muerte a Jacob y éste escapó a otro país. Después de muchos años, Jacob fue finalmente guiado por Dios a regresar a su tierra natal. En el camino de regreso, Esaú vino a recibirlo con un ejército de cuatrocientos hombres. Pero no hubo ninguna confrontación violenta.
Durante una noche de lucha mental, Jacob comprendió su relación espiritual con Dios. Se arrepintió de sus errores pasados y descubrió su verdadera identidad como semejanza de Dios, puro y bueno. Su naturaleza fue de tal modo transformada que ya no se vio a sí mismo como un mortal que engaña y quiere venganza. Como resultado, Esaú tampoco vio más a su hermano de esa manera. De hecho, cuando los dos hermanos se encontraron, Esaú lo abrazó y lo besó. Jacob dijo a su hermano: “He visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. Gén. 33:10.
Esta experiencia de Jacob y su hermano Esaú ilustra la coincidencia de lo divino con lo humano. Como resultado de la transformación espiritual de Jacob, el amor, la comprensión y el perdón prevalecieron en la escena humana. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Así apareció el resultado de la lucha de Jacob. El había vencido al error material por su comprensión del Espíritu y del poder espiritual. Esto le transformó”.Ciencia y Salud, pág. 309.
Pensemos en el maravilloso amor sanador que podemos expresar en nuestras relaciones cuando nos vemos a nosotros mismos y a nuestros semejantes como reflejo de la naturaleza divina, como si hubiésemos visto el rostro de Dios. Pensemos en el poder transformador que reside en vernos verdaderamente a cada uno como el hombre que se describe en estas líneas de un himno:
El Creador al hombre dio
Su gracia y poder;
en él ha reflejado Dios
Su omnipotente ser.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.°51.