Hay Una Escena en Hamlet, por William Shakespeare, en la cual Hamlet descubre que hay corrupción en su país. El sabe en su corazón que debería poner al descubierto la villanía, pero en su lucha mental por evitar esa responsabilidad y continuar con su vida despreocupada, exclama: “La naturaleza está en desorden... ¡Iniquidad execrable! ¡Oh! ¡Nunca hubiera yo nacido para castigarla!”Traducido por Leandro Fernández de Moratín (1798) Su lamento es comprensible. El sabe que al exponer el mal, él mismo se transformará en blanco, y estará en peligro. Mantenerse al margen parecería ser una elección mucho más segura.
Cuando nos enfrentamos con un desafío abrumador, quizás pensemos que la solución depende de nuestra fuerza de voluntad. Es posible que esto nos inquiete, y quizás deseemos evitar pruebas difíciles en nuestra vida.
No hay duda de que Cristo Jesús enfrentó grandes desafíos; él sabía que sus enseñanzas encontrarían seria oposición en aquellos que se sentían amenazados. Como observa la Sra. Eddy: “Si el Maestro no hubiera tenido discípulos, ni enseñado las realidades invisibles de Dios, no hubiera sido crucificado”.Ciencia y Salud, pág. 28. Sin embargo, él no eludió los desafíos, sino que enfrentó cada uno de ellos por medio del poder de la Verdad y del Amor divinos. Para consolar a todos los que siguieran sus pasos, él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11:28–30.
¿Quién sino Jesús pudo haber declarado que la carga de su misión era “liviana”? Ciertamente, si alguien pareció llevar una carga extremadamente pesada, ése era el Maestro. ¿Qué fue lo que le permitió afirmar sin lugar a dudas lo contrario? ¿Acaso no fue su inalterable comprensión de la omnipotencia de Dios y de su inseparabilidad del Padre? No puede haber ninguna lucha (excepto en nuestro propio pensamiento) entre la omnipotencia y cualquier otra demanda de autoridad. Por lo tanto, no existe duda alguna sobre cuál puede ser el resultado de cualquier aparente desafío a la autoridad de Dios.
Al enfrentar un desafío, ¿cómo podemos aligerar la sensación de carga y responsabilidad personal que a veces pesa tanto sobre nosotros? ¿Cómo podemos evitar ser adormecidos en un letargo que sugiere que ignoremos el conflicto, y que simplemente lo aceptemos? En primer lugar, debemos darnos cuenta de que los desafíos son oportunidades para aumentar nuestra comprensión espiritual. A menudo el temor — el temor a fracasar o a ser considerados diferentes — no nos deja crecer espiritualmente. Sin embargo, podemos ser sanados del temor que obstaculiza nuestro progreso recurriendo al Amor divino, el cual destruye el temor, y ejerciendo el sentido espiritual que Dios nos dio.
El sentido espiritual no percibe los desafíos tal como los define la mente humana: como una batalla entre el bien y una fuerza llamada mal. El sentido espiritual reconoce la totalidad de Dios y la perfección de Dios y la perfección de Su creación, la cual es espiritual y expresa bondad divina. Reconociendo esta verdad, cuando enfrentamos algún desafío comenzamos a sentir la presencia de Dios. Esta presencia divina está siempre con nosotros, pero sólo la espiritualización de nuestro pensamiento nos capacita para percibirla. Cuando esto sucede, vemos que en realidad no estamos avanzando solos para luchar contra alguna fuerza siniestra, sino que tenemos la oportunidad de demostrar la omnipotencia del único Dios. Estamos orando para dar testimonio de que la oscuridad, o el temor, se desvanece a medida que es penetrada por la luz omnipotente de la Verdad, Dios.
Hace un par de años tuve una experiencia que me demostró este punto. En una época en la que los medios de comunicación se estaban refiriendo negativamente a la curación espiritual, una periodista de nuestro diario local me pidió una entrevista. El objetivo del diario era ayudar a los lectores a comprender más la Ciencia Cristiana. Sin embargo, yo estaba preocupado porque no iba a poder revisarlo; el artículo podía ser tergiversado. También me preocupaba “ser arrojado a la arena pública”. En realidad, todo se reducía a una sensación de temor a fracasar y a ser considerado diferente. Además, sentía que era mi responsabilidad modificar personalmente las suposiciones erróneas de los demás.
No obstante, a medida que oraba, comencé a pensar más en la oportunidad que tenía de clarificar algunos conceptos equivocados sobre la curación espiritual. Pensando en la necesidad de corregir conceptos erróneos sobre la Ciencia Cristiana en mi comunidad, encontré muy útil el consejo de la Sra. Eddy en su artículo “Caminos que son vanos”. Ella dice: “Lo único que pide el error es que lo dejen en paz; así como en la época de Jesús los espíritus inmundos clamaban: ‘Déjanos, ¿qué tienes con nosotros?’ ” The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 211.
Varios días antes de la entrevista, tuve una irritación en un ojo. La mañana de la entrevista el ojo parecía estar infectado; me dolía, y veía borroso. Cualquiera que fuera la intensidad de la luz, me veía obligado a usar anteojos de sol. Un optómetra amigo me aconsejó que recurriera inmediatamente a un tratamiento médico para evitar un daño permanente. ¡Inmediatamente comencé a orar! Y me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana, quien enseguida aceptó ayudarme a orar.
En primer lugar, era necesario calmar el temor a lo que la periodista pudiera pensar cuando me viera esa tarde. Pero poco después, percibí claramente que mi batalla era fundamentalmente contra la incertidumbre que sentía respecto a mi capacidad para tratar conceptos espirituales en un ámbito tan expuesto como es el de los medios de comunicación. Este temor era el resultado de pensar que el éxito o el fracaso de esta oportunidad dependía completamente de mi esfuerzo personal.
A medida que el practicista y yo oramos, mi perspectiva cambió totalmente. Comencé a ver que Dios, la Mente única, es la fuente verdadera de toda sabiduría y expresión. Percibí que no hay confusión en la Verdad divina. La Verdad es clara, inequívoca, y el hombre es el reflejo de la Verdad. Estas verdades espirituales eran justo lo que necesitaba para eliminar la sensación de carga. Me di cuenta de que las ideas que necesitaba expresar no eran el resultado de una agudeza mental personal. Derivaban de la Mente omnipotente, y el claro reconocimiento de este hecho me capacitaría para presentarlas de una manera en que la comunidad pudiera comprenderlas. Esta percepción cambió completamente mi punto de vista anterior de considerarme a mí mismo como el único responsable de comunicar la Verdad. Con esta nueva comprensión, el ojo sanó casi inmediatamente.
Los Científicos Cristianos tienen el deber de defenderse a sí mismos de toda sugestión mental agresiva (véase el Manual de la Iglesia Madre por Mary Baker Eddy, Art. VIII, Sec. 6). Cualquiera que sea la forma que tomen los argumentos del mal, éstos deben ser enfrentados afirmando claramente la omnipotencia de Dios, el bien, en lugar de hacerlo con la fuerza de voluntad humana. Precisamente, así fue como Jesús enfrentó esta clase de desafío cuando fue tentado en el desierto. Además, el afirmar la naturaleza de Dios eleva el pensamiento, y esto hace que la tarea sea gozosa, en lugar de ser una carga.
Es natural que sintamos alegría al descubrir algún nuevo aspecto de Dios que nunca antes habíamos percibido. Si aceptamos a Cristo Jesús como el Mostrador del camino y comprendemos espiritualmente sus enseñanzas, podemos demostrar el gobierno de Dios al enfrentar cualquier desafío. Si tuviéramos que activar la ley de Dios personalmente, sentiríamos una pesada carga de responsabilidad personal; pero no hay carga cuando se es testigo de esa ley siempre activa.
Esa tarde, cuando la periodista vino a mi oficina, yo estaba libre de la condición que me había afectado desde hacía varios días. La entrevista se desarrolló muy apaciblemente y el artículo fue escrito de una manera intuitiva. Es más, la comunidad pareció valorar genuinamente la información sobre la curación en la Ciencia Cristiana que presentaba el artículo.
Cualesquiera sean los desafíos que enfrentamos — ya sea que enfrentemos la intolerancia de otros, o que tengamos que limpiar nuestro propio pensamiento de sugestiones de enfermedad o de limitación — nuestras cargas pueden ser aligeradas cuando nos damos cuenta de que el resultado no depende de la voluntad humana. Por el contrario, es el Cristo, el gran comunicador de la Verdad al corazón humano, el que nos capacita para enfrentar con éxito los desafíos y aprovecharlos como oportunidades de progreso.
No necesitamos maldecir, como lo hizo Hamlet, los problemas que enfrentamos. Ni tampoco debemos combatirlos con una ciega fuerza de voluntad. En lugar de esto, recurriendo al poder supremo de Dios y de Su Cristo, podemos considerarlos como oportunidades para seguir el ejemplo de Jesús y demostrar el perfecto e incuestionable gobierno de Dios.
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido
el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor,
sino que habéis recibido el espíritu de adopción,
por el cual clamamos: ¡Abba, padre!
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios.
Romanos 8:14–16