Un Pequeño Amigo de tres años acababa de tener un hermanito. Pudo percibir que este nuevo y pequeño hermano le consumía mucho tiempo a su mamá, y estaba produciendo un gran cambio en la familia. Seriamente le dijo a su mamá: “La próxima vez que tengamos un nuevo hermano, tendrá que traer su propia mamá”.
No sólo los niños se sienten de esta manera. Los nuevos padres a menudo desearían que estos nuevos bebés llegaran con instrucciones. Nunca olvidaré la sensación de desamparo que experimenté el día que mi madre regresó a su casa después de habernos ayudado unos días con nuestro primer bebé. Todos los conocimientos obtenidos durante los cuatro años de universidad y seis años de enseñanza en la escuela primaria no fueron suficientes para enseñarme a cuidar de este pequeño bebé.
Los años de la adolescencia a veces presentan un desafío aún mayor a los padres, a medida que intentan tomar decisiones acerca de qué se debe hacer, qué no se debe hacer, cuándo hacer una concesión, cuándo decir que no. Sin duda, es imposible que haya padre alguno que pueda tener todas las respuestas o la sabiduría necesaria, todos los recursos o fortaleza para resolver las situaciones que se presentan al criar a los hijos. Tarde o temprano surge un desafío que nos hace reconocer que necesitamos ayuda si hemos de llevar a cabo bien esta responsabilidad. Ese reconocimiento puede ser beneficioso si nos hace arrodillarnos mental y humildemente y nos prepara para comenzar a comprender que Dios es el único Padre verdadero. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “El Amor, el Principio divino, es el Padre y la Madre del universo, incluso el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 256.
Dios, nuestro Padre divino, ama a cada uno de Sus hijos, por igual, permanentemente. No tiene limitaciones; no comete deslices; no sufre cambios u omisiones, ni altibajos. Este Padre nunca nos abandona ni se desalienta, nunca renuncia y nunca carece de respuestas y provisión, como nos lo muestra la vida de Cristo Jesús y sus obras sanadoras.
Nuestro Padre es la Mente que todo lo sabe, que es todo sabiduría, la inteligencia que siempre nos guía. Nuestro Padre es el Espíritu, la fuente todopoderosa del bien, siempre presente, creador de hijos espirituales solamente. Como el Principio divino, nos asegura del control absoluto, justo e imparcial y del orden perfecto. Como Alma, nuestro padre tiene recursos ilimitados, posibilidades y capacidades infinitas; Dios proporciona belleza, alegría y armonía a todos Sus hijos. ¿Quién no necesita un Padre así? ¡Todos tenemos un Padre así!
La Biblia proporciona muchos ejemplos de como Dios protege a Sus hijos como Padre. El libro del Génesis, por ejemplo, nos relata sobre Agar, quien se encontró sola en el desierto con su hijo y tan solo una botella de agua y un poco de pan. La Biblia narra que cuando el agua se acabó, echó al muchacho debajo de un arbusto, se retiró y se sentó a cierta distancia porque no quería ver cuando el muchacho muriese.
Sin embargo, allí mismo, sin ayuda alguna ni provisiones que Agar pudiese ver, Dios protegió al muchacho. La Biblia nos relata que Dios oyó la voz del muchacho y abrió los ojos de Agar para que pudiese ver una fuente de agua. Y nos dice: “Y Dios estaba con el muchacho; y creció”. Gén. 21:20.
Leemos en el libro de Exodo que la madre de Moisés hizo todo lo posible para salvar a su bebé del decreto de que todos los niños varones de su pueblo habían de perecer. Ella lo escondió durante tres meses, pero cuando no pudo ocultarlo más, “tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea” Ex. 2:3. y lo puso en un carrizal a la orilla del río Nilo. Se relata que la hija de Faraón vio la arquilla en el carrizal, envió a una criada suya a recogerlo, pagó a la propia madre de Moisés para que lo criase, y más adelante lo adoptó.
¿Acaso no era esto evidencia de la protección paterna de Dios? Hoy día podemos buscar y encontrar ese mismo Padre-Madre, que es el Padre que necesitamos en toda situación.
Para mí ese primer sentimiento de total desamparo, me hizo recurrir directamente y de todo corazón a Dios en busca de respuestas. Cuando acudía a El con humildad y receptividad, encontraba la dirección práctica que respondía a la necesidad. Me sentía guiada por la sabiduría divina para saber cual era la alimentación adecuada para un bebé y más adelante hacerlo realizar las actividades propias de su edad. Supe como tratar los problemas de disciplina, y las necesidades financieras fueron satisfechas.
Quizás no sea fácil. Pero a medida que persistimos en acudir a Dios y en obedecerle, obtenemos las respuestas. El recurrir a Dios no nos exime de nuestras responsabilidades como padres, sino que nos libera para que cumplamos con ellas, como Dios nos lo revela, de la manera más adecuada y armoniosa. Al recurrir a El, admitimos y reconocemos la verdad de Dios y Sus hijos en nuestro pensamiento. Recibimos con gozo el mensaje salvador de Su Cristo, que acalla todo pensamiento temeroso, inseguro, perturbado, y lo sana.
Al dar la interpretación metafísica del término hijos en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy primero presenta el hecho espiritual de los hijos de Dios y luego da el sentido falso, engañoso. El alcanzar una visión espiritualmente exacta de los hijos como “los pensamientos espirituales y representantes de la Vida, la Verdad y el Amor” Ciencia y Salud, págs. 582–583. y el abandonar los puntos de vista limitados, libera a los padres de la carga que implica asumir la responsabilidad total de educar, satisfacer la necesidad y guiar a los hijos. Comenzamos a ver no tan sólo un conjunto grande o pequeño de elementos materiales con toda clase de insuficiencias y desafíos que necesitan ser modelados un poco más por los padres humanos, sino al hijo de Dios, espiritual, completo, que es productivo e incluye todo el bien.
Todo lo que nosotros o nuestros hijos podamos necesitar en todo momento, debe proceder de Dios. El comprender esto, puede traer curación.
Por ejemplo, mi hija y yo pudimos disminuir la tensión en lo que había sido una difícil, pero quizás una común, relación de padre-adolescente. Habíamos perdido nuestra muy buena relación y casi todo lo que yo decía o hacía era motivo de desafío o de resentimiento hacia mí. Nuestra comunicación ya no era fácil y no disfrutábamos la mutua compañía.
Un día, durante una caminata, oré sinceramente para saber qué hacer para ver nuevamente a la hija que tanto amaba. Me vino inmediatamente al pensamiento las siguientes palabras del poema de la Sra. Eddy, “Apacienta mis ovejas”: “La colina, di, Pastor, cómo he de subir”. A medida que oraba y meditaba sobre cada verso de ese poema, vi con claridad que es el Pastor quien nos muestra cómo dominar la obstinación y como acallar la justificación propia. Es el Pastor quien, a través del mensaje del Cristo en la consciencia individual, motiva, disciplina, protege y nos mantiene inocentes y serenos. Mi única tarea era escucharlo y seguirlo con gozo. Sentí que me sacaba un gran peso y supe que el Cristo estaba comunicándose directamente con mi hija también.
A los cinco minutos de haber llegado a casa, mi hija estaba enojada conmigo sin ninguna razón. Me mantuve sin alterarme y le pedí que se sentara conmigo hasta que llegáramos a un entendimiento. Después de un rato se manifestó un cambio, un enternecimiento y suavidad, una nueva sensibilidad que fue el comienzo de una renovada y muy buena relación. Desde entonces, hace más de dos años, madre e hija hemos permanecido muy unidas.
Ya sea que nuestros hijos vivan en casa o no, todos podemos comenzar ahora a ver espiritualmente a nuestros hijos y a darnos cuenta de que siempre están en unidad con su Padre perfecto. A medida que lo hacemos con humildad y perseveramos en ello, estaremos ayudando de una manera verdaderamente poderosa a lograr la necesaria curación y proporcionar la guía a hijos — y a padres — en todo el mundo.