HACE MUCHOS AÑOS, la manera en que marchaban todas mis cosas me había convencido de que yo no podía hacer nada bien. Me parecía que cometer errores era algo natural para mí. Estaba convencido de que era un perdedor porque era un pecador. Pero algo, dentro de mí, se rebelaba ante esa idea. Y aunque pecaba reiteradamente, al mismo tiempo tenía esperanza, o sea, siempre sentí que algún día vería las cosas con claridad y descubriría que después de todo, yo no era tan malo.
Los principios religiosos que me habían inculcado afirmaban que el pecado era una especie de mancha indeleble en la historia personal de una persona, como una herida que deja en el ser una cicatriz permanente. Uno podía ir acumulando estas heridas y cicatrices hasta terminar finalmente tan cubierto de ellas que la identidad del individuo quedaría anulada por completo. Si eso llegaba a suceder, se consideraba que la perdición del individuo era tal que no le quedaba otra alternativa que sufrir ardiendo en el fuego de un supuesto infierno posterior a la vida terrenal.
No cabe duda de que el pecado es totalmente malo y debe rechazarse. Pero el concepto con el que yo estaba luchando hace que uno siempre sienta que es un perdedor, incapaz de escapar del pecado. También puede hacernos sentir que no somos dignos del amor, o aun de la vida. Bajo la tiranía de esta creencia, yo vivía alternativamente entre la escrupulosidad compulsiva y el abandono moral. Me parecía mucho al hijo pródigo de la Biblia, desperdiciando mi vida, “viviendo perdidamente”. Véase Lucas 15:13.
Entonces me evalué a mí mismo desde la perspectiva de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y eso produjo un cambio en todos mis conceptos acerca del pecado.
Cuando comencé a estudiar esta Ciencia, sentí un gran alivio al descubrir que de acuerdo con sus enseñanzas, tanto el pecado como la enfermedad proceden fundamentalmente de la creencia en algo que no es real, en algo que no es de Dios. La diferencia estriba en que la enfermedad es algo irreal que no nos agrada, mientras que el pecado es algo irreal que a menudo nos agrada.
Fue muy esclarecedor para mí leer en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, lo que dice el siguiente artículo de fe o punto importante: “Reconocemos el perdón del pecado por Dios en la destrucción del pecado y en la comprensión espiritual que echa fuera el mal como irreal. Pero la creencia en el pecado es castigada mientras dure la creencia”.Ciencia y Salud, pág. 497.
De modo que el castigo para esta manera de pensar ficticia no tiene lugar en un día de juicio futuro sino en el mismo momento en que se comienza a creer y a ceder a lo que es irreal. Asimismo, me alegró darme cuenta de que no es una persona la que dictamina el castigo, alguien a quien uno ha ofendido, lastimado o incitado a atacarnos. El pecado conlleva su propio castigo, debido a que estamos actuando en contra de la ley divina, la ley del bien.
Por ejemplo, si yo insisto en usar un par de zapatos dos números más pequeños que mis pies, me van a doler los pies. Eso es un castigo. Lo cual no significa que alguien me está castigando. El castigo proviene de mi propia insistencia — sea cual fuere la razón — de hacer lo que no es apropiado.
Sentí un gran alivio al comprender que la insatisfacción, el descontento, la culpa, el temor — y aun las molestas enfermedades que habían ido en aumento a lo largo de mi vida — no las enviaba Dios. El es el Amor incondicional e infinito y no el superdéspota misterioso y amenazante al que yo había aprendido a temer y a aborrecer. Eran simplemente el resultado de tratar de acomodarme a un concepto falso y limitado del hombre. Ese concepto me definía como hecho de materia, un descendiente de Adán, de quien la Biblia dice que fue hecho del “polvo de la tierra” Gén. 2:7. y, por consiguiente, repleto de toda clase de impulsos y limitaciones perversas sobre los cuales, supuestamente, no tenía control. Yo estaba sufriendo las consecuencias que acompañan a esa creencia limitada y material.
Tan pronto como reconocí que yo no era una mente confundida y propensa a cometer errores, atrapada dentro de un cuerpo rebelde y vulnerable, mi esperanza se renovó. Sentí que podía ser la persona buena que se suponía que era.
De manera que, en lugar de un sentido de pecado original, fui adquiriendo gradualmente un sentido de mi inocencia original, como una idea en la Mente divina, Dios. La Biblia, en el primer capítulo del Génesis, describe que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Eso quiere decir que yo, por naturaleza, soy puro, bueno, inteligente, completo e invulnerable al peligro y a la enfermedad, tal como lo es la fuente de donde procedo, la Mente divina. Cualquier supuesta evidencia de que no lo soy, es una ilusión, el resultado de una creencia errónea acerca de mí mismo. Por lo tanto, es necesario vivir de acuerdo con la verdad y no con la ilusión. Cristo Jesús le dijo a una mujer que llevaba una vida inmoral, que él no la condenaba, pero le dijo: “Vete, y no peques más”. Juan 8:11. Es mucho más fácil decirlo que hacerlo, ya lo sé, pero es mucho más fácil hacerlo una vez que se conoce la realidad fundamental de Dios y el hombre.
Jesús dijo que podemos conocer la verdad y la verdad nos hará libres. Véase Juan 8:32. Libres de un sentido permanente del mal y libres para experimentar un sentido permanente del bien. Es grandioso poseer esa sensación de inherente bondad. Es como tener puesto un hermoso traje nuevo. Uno sabe perfectamente que no se le va a ocurrir hacer algo que lo pueda ensuciar, como por ejemplo, ¡cambiar el aceite del automóvil! Además, se siente bien respecto a quien es y lo que hace. Se da cuenta de que está haciendo el bien y pensando bien más fácilmente. Se siente más atraído hacia la bondad y la pureza. Y estos pensamientos y actos buenos se van sumando. Y se logra una sensación de progreso, aun cuando el estado del camino se vuelva un poco áspero.
Y se vuelve áspero porque algunos errores se presentan como si fueran buenos o necesarios. Sentimos que queremos apegarnos a ellos por temor a perder algo valioso. Estas son las malas noticias acerca del pecado: su apariencia engañosa. Sin embargo, las buenas noticias son que la realidad de nuestro bien permanente y de nuestra naturaleza espiritual y pura y el poder del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros, están siempre disponibles para ayudarnos y asegurarnos la victoria.